El Día Internacional de la Danza es el 29 de abril, cuando se celebra este arte y su capacidad de unir a las personas en el mismo lenguaje universal. Se eligió esta fecha en honor a Jean-Georges Noverre, un bailarín y coreógrafo francés creador del ballet moderno. Noverre reformó la danza escénica y promovió una forma de ballet que resaltaba la expresión dramática y la narración.
La intención de este día no es ensalzar a los profesionales, exclusivamente, sino aprovecharlo para realizar un acercamiento de la danza a todo el mundo, dar a conocer su importancia y esencialidad en la expresión humana, lejos de condiciones como la edad, la cultura o la condición física de cada uno. Su objetivo es recordar anualmente la universalidad de este arte que trasciende fronteras políticas, culturales y étnicas, dejando exclusivamente un espacio para la paz y la unidad entre las personas.
Nira Bravo
Nira Bravo, bailarina y actual profesora y coordinadora en la Escuela Municipal de Danza Pilar López, en Las Rozas de Madrid, ha bailado en el Ballet estable del Teatro San Martin, el ballet argentino, con dirección de Julio Bocca y codireccion de Lidia Segni, en el ballet de Mercosur, con dirección artística de Maximiliano Guerra, y en la Gala de Nureyev realizada en Mónaco.
Bravo cuenta a Mirada 21 qué supone para ella la danza. Su familia dice que empezó a bailar incluso antes de caminar. Ver a Lola Flores en televisión daba lugar a que comenzara a moverse sin saber bailar, el cuerpo ya sabía lo que quería antes que las palabras. Con el tiempo, la danza se convirtió en mucho más que un juego o afición. Su madre tuvo que marcharse a vivir a Argentina, y durante casi una década apenas la vio. En ese tiempo la danza prácticamente ejerció de figura materna para ella, aprendió a maquillarse, peinarse, mirarse el espejo con intención… La danza enseñó a Nira Bravo a habitar su cuerpo desde lo femenino, a cuidarse, a expresarse.
También fue una madre exigente, sostiene Nira Bravo: «La danza es rigurosa, disciplinada, implacable a veces. Y aunque ya me gustaba bailar, ese vacío en mi vida personal hizo que volcáramos —mi niña interior y yo— toda nuestra necesidad de afecto, de pertenencia y de estructura en la danza. Por eso nuestra relación es tan intensa: es amor, es consuelo, pero también es exigencia y superación».
«La danza es rigurosa, disciplinada, implacable a veces», destaca Nira Bravo
En relación con los momentos importantes vividos gracias a la danza, narra que, a pesar de que ha habido varios momentos profundamente importantes en su vida con la danza, hay dos que guarda con especial emoción. El primero fue en Argentina, cuando ella bailaba en la compañía de Maximiliano Guerra, que en aquel entonces era primer bailarín de La Scala de Milán y tenía su propia compañía. Bravo estaba ensayando por su cuenta, junto con el que hoy es su marido, interpretando un personaje muy complejo y exigente: la primera bailarina de La Bayadera, Nikiya. Y cuenta cómo recuerda perfectamente el día en que Maximiliano la llamó para decirle que esa misma noche sería ella quien interpretara ese papel principal. Según narra, fue un salto inesperado al centro del escenario, frente a muchísima gente, y también un momento en el que sintió que todo el esfuerzo y la pasión de años cobraban sentido.
Otro momento muy especial para ella fue cuando la llamaron del Teatro General San Martín para decirle que había sido seleccionada para formar parte del elenco del ballet. Es una de las compañías más importantes de Buenos Aires, y formar parte de ese grupo supuso un reconocimiento inmenso, una confirmación de que estaba en el camino correcto.
Nira Bravo también explica a Mirada 21 cuál es el «lado oscuro de la danza». Sostiene que no solo está en la exigencia física o emocional, sino también en la dureza de una profesión que, en muchos casos, no ofrece estabilidad ni reconocimiento económico. Habla de que ella ha tenido la suerte de formar parte de compañías profesionales, pero es consciente de que no todos corren con la misma fortuna. Muchas veces, según explica, se espera que como se ama lo que se hace, se acepten condiciones injustas o precarias. Y eso duele, porque detrás de cada bailarín hay años, incluso décadas, de entrega absoluta.
Nira Bravo expresa que, cuando eres pequeño, la pasión es tan grande que lo das todo sin pensarlo: dejas salidas con amigos, renuncias a fines de semana, a parte de tu adolescencia… Te dejas la vida en ese objetivo. Y lo más duro es que, una vez se consigue, muchas veces la carrera es corta. El cuerpo tiene límites, y la exigencia es constante. La mayoría de los bailarines se retiran entre los 30 y 40 años, muy pocos logran mantenerse más allá. Y eso es difícil de asumir cuando toda la identidad de un bailarín se ha construido sobre un escenario.
Aun así, Bravo cuenta que merece la pena: «En el recorrido profundo de una técnica tan específica y exigente, uno termina encontrándose a sí mismo. La danza te da herramientas valiosísimas, como conocerte, gestionar tus emociones, superar tus límites. Y ese aprendizaje no se queda en la danza. Ese camino recorrido, ese mapa interno, te acompaña luego en cualquier otra faceta de tu vida. Ya sabes cuáles son los pasos, cómo atravesar los procesos. Y eso es un regalo que trasciende el escenario».
En relación con el reconocimiento a la danza, Bravo expresa que este arte no recibe el que merece. Cree que las principales razones tienen que ver con quienes la dirigen y gestionan. En numerosos casos, según cuenta, se ha mantenido una visión elitista de la danza, como si fuera un arte reservado para unos pocos, para quienes tienen acceso a ciertos teatros o códigos culturales.
«Sin embargo, cuando la danza se acerca al pueblo, ocurre la magia», destaca Nira Bravo. En Argentina, tuvieron dos figuras fundamentales: Julio Bocca y Maximiliano Guerra. Según narra Bravo, ambos rompieron con ese esquema tradicional y elitista, y llevaron la danza a los estadios, a espacios populares. Gracias a eso, la danza dejó de ser solo para unos pocos y paso a ser del pueblo. Se llenaron teatros, aumentó el interés, y la danza se volvió algo cercano, emocionante y vivo para la sociedad.
El error de mantener la danza alejada de la gente es enorme, no solo desde el punto de vista económico, sino también cultural y emocional. «La danza es una forma de expresión profundamente humana, y debería estar al alcance de todos, no solo de una élite», enfatiza Bravo.
«La danza es una forma de expresión profundamente humana, y debería estar al alcance de todos, no sólo de una élite»
Desde el punto de vista de Nira Bravo, la danza se diferencia del resto de las artes en algo muy profundo: «El bailarín es el único artista que utiliza su propio cuerpo como herramienta principal y que, en ese proceso, se deteriora a sí mismo por amor al arte».
Cuando se entrena al nivel de exigencia de un bailarín profesional, el cuerpo paga un precio muy alto. Se resienten las lumbares, las cervicales, las rodillas… En numerosos casos, también las caderas. «Cada función, cada ensayo, cada obra, implica un desgaste real, físico, tangible. Es muy fuerte pensar que un artista se va consumiendo poco a poco en cada interpretación, que su arte le exige el cuerpo, literalmente».
Nira Bravo es profesora y, en relación con ello, cuenta a Mirada 21 que, en realidad, no fue algo planeado. Empezó a enseñar porque su maestro, Haichi Akamine, que en ese momento estaba enfermo, le pidió que lo sustituyera en unas clases. Surgió casi como un favor, sin imaginar que iba a descubrir algo que la atraparía para siempre.
«Yo había estudiado Diseño Industrial, y, aunque me gustaba, nunca llegué a ejercerlo. La enseñanza me conquistó desde el primer momento: la conexión con los alumnos, el poder transmitir lo aprendido, ver cómo alguien crece a través del arte… fue una especie de flechazo. Desde entonces, supe que ese era mi lugar», explica Nira Bravo.
Penélope Sánchez
Penélope Sánchez, bailarina y actual profesora en la Escuela Municipal de Danza Pilar López, exbailarina solista del Ballet Nacional de España, interpretando a su vez roles de primera bailarina como Ritmos, Danza y Tronío, Bolero, Concierto de Aranjuez… parte de diversas compañías como la de Rafael Aguilar, Luisillo, Azabache(Expo 92), María Pagés (Bienal de Sevilla)… y subdirectora y primera bailarina en Francisco Velasco Compañía de Danza.
Cuenta a Mirada 21 cómo desde muy niña su sueño ha sido dedicarse a la danza. Con este arte y la música se siente ella misma. Es con el movimiento con lo que mejor puede expresarse y comunicarse, es su lenguaje.
Desde que Sánchez comenzó a bailar, su vida ha sido la danza. Explica que todo ha estado relacionado con ella, incluso su vida personal. Al ser la carrera de los bailarines tan corta a causa del desgaste físico y emocional que supone, obliga a quienes quieren dedicarse a ello a comenzar desde una edad muy temprana, renunciando a una gran parte de la infancia y de la adolescencia, algo que, según cuenta Penélope Sánchez, en muchas ocasiones, se hace muy duro y puede incluso llegar a tener más peso. Sánchez debutó a los 13 años con El Joven Ballet de Catalunya, a los 17 pasó a formar parte del Ballet de Rafael Aguilar, y pocos años después del Ballet Nacional de España como cuerpo de baile, para posteriormente ascender a bailarina solista.
En relación con la parte negativa, Penélope Sánchez destaca: «Bailar implica una intensa preparación física, psicológica y emocional, y cualquiera de ellas son partes muy delicadas que, aunque intentas cuidarlas, no siempre puedes hacerlo, depende de muchos factores, estar lesionado, criterio artístico entre otros, influyen en la vida de un bailarín». A pesar de esto, es consciente de que todo ha merecido la pena, según sostiene, ha nacido para bailar, y poder dedicarse en la vida a aquello que uno ama es un regalo.
«Bailar implica una intensa preparación física, psicológica y emocional, y cualquiera de ellas son partes muy delicadas que, aunque intentas cuidarlas, no siempre puedes hacerlo», explica Sánchez
«Todos los que nos dedicamos a esta profesión creemos que no se le da el valor suficiente, dentro de las artes, es de los sectores menos favorecidos, sobre todo por la falta de apoyo económico público.
Desgraciadamente, es una profesión corta, y ser bailarín profesional en este país no goza de las mismas condiciones que en otros países europeos, por ejemplo», se lamenta Penélope Sánchez.
Sánchez destaca su recorrido profesional, sus estudios, compañeros, dar el paso de irse de casa para vivir en otra ciudad, maestros, grandes compañías, importantes teatros y coreografías… Aun así, resalta que esto no quiere decir que haya sido un camino fácil, sino que ha sido a través de mucho trabajo, esfuerzo, decepciones, y una dedicación plena.