El Umbral de la tristeza

- PENSAMIENTO - 18 de enero de 2018
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Creo que ya he contado en alguna ocasión cómo fue el día que conocí a a Umbral, pero, por si acaso, el resumen: nos recibió una tarde en su casa de Majadahonda (el plural es por un amigo que compartía conmigo la tara umbralesca), con su piscina llena de libros, su mujer que se llamaba y se llama España y una mesa camilla exactamente igual que esa que usted se está imaginando. Nos había facilitado acceso al maestro otro que tal, Miguel Ortega, que sigue por aquí provocando encuentros. Yo no sé cómo era Umbral, en el fondo quiero decir, pero sí puedo dar fe de lo estudiado que tenía su personaje: altanero y sensible a la vez, atento en el trato y lejano en las citas, eterno en la aspiración.

Andamos en el periódico en busca de las razones de la herida que aflora en muchos jóvenes de este año tan en plan, herida frondosa, ansiosa, una tristeza que no sabemos si es de receta o de libro, pero que nos parece evidente. Así, en este camino de búsqueda que es el periodismo, me encontré por el pasillo a Ortega, el nuestro, y al plantearle la cuestión me trajo a la memoria «La depresión» de Umbral, un artículo que recordaba haber leído hace unos años. De clic en clic, esta vez para el bien, me he encontrado con Umbral:

«Pero hete aquí que nos sale una universidad americana, como siempre, con su revista mensual llena de desnudos de autopsia, para decirnos que la depre se cura con placebos, o sea que no es un mal del alma, sino alguna insuficiencia de la digestión. Más grave que la clonación y la robotización nos parece este reduccionismo que lo deja todo en fórmulas químicas. Si somos mera química ¿adónde coños está el hombre?».

Decía Umbral con su bello mayestático, que, más allá de la química, el hombre puede estar triste, tiene derecho a ser polvo enamorado, romántico frente a la cosa, soneto frente al prospecto. ¿Y quién, en su sano juicio, puede negarle a Umbral la verdad de su desahogo?, es decir, ¿quien puede negarle el derecho a patalear ante el altar de la ciencia a quien perdió la vida mortal y rosa y la recuperó buscando los placeres y los días? Fue un socialista sentimental, buscador de ninfas, coleccionista de metales nocturnos, el humanista que nos dijo antes de tiempo lo que nos pasa hoy, que no acertamos a encontrar el alma en la pantalla del móvil; buscó y buscó y en la tinta amarga fue encontrando la bella sustancia con que superar el vacío existencialista de su generación, que heredó más a Sarte que a Camus.

El día que conocí a Umbral no me habló de la tristeza, ni dijo palabra alguna sobre la depresión o su vocación romántica. Pero todo ello latía bajo la sonoridad de sus palabras, en el acento de su pose, en la callada invitación de sus silencios.