En sus manos sostienen la fortaleza de los momentos difíciles. Cada paso firme está trazado por ellas, las que dan vida y trabajan por cuidarla. Se encuentran en los pequeños detalles que los hacen enormes: en la cálida sonrisa de la abuela, las sabias advertencias de una madre, las risas compartidas con una amiga o el llanto sincero de una niña. A ellas nunca les ha temblado la valentía para luchar por lo que ansiaban, lo que merecían y no tenían. Siempre han alzado la voz ante el mal camino, han derribado silencios y han formado un equipo para levantar el significado de ser mujer. Son aquellas que detrás de su mirada esconden historias por contar y están dispuestas a hacerlo. «No llegué allí deseándolo o esperándolo, sino trabajando por ello», expresó la emprendedora estadounidense Estée Lauder.
Históricamente, las mujeres han desarrollado un papel fundamental en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Con su esfuerzo han logrado metas importantes, se han abierto camino en la sociedad actual y cada vez se las reconoce en muchos más aspectos. Desde que en 1931 se aprobó en la Constitución española el derecho al voto femenino, el número de oportunidades para ellas también ha aumentado. El amor al criar un hijo, el empeño con el que realizan las labores diarias y su capacidad de superación son algunos motivos por los que la trayectoria de cada una de ellas merece ser contada.
Ellas han lidiado con el dolor de seguir luchando tras una pérdida, el coraje de verse obligadas a cambiar por completo su entorno y la resistencia para correr kilómetros que marcan las huellas para otras. Gracias a sus acciones, el mundo ha mejorado, y, a pesar del papel del pasado, sus historias marcan el presente.
La superación tras la meta
Alejandra Gálvez, de 46 años, es doctora y practica el deporte que más le gusta: el atletismo. Bajo su regazo, ha criado a tres niñas, entre ellas Daniela Sierra, de 15 años. De la mano han conseguido, por primera vez en 60 años, clasificarse (madre e hija) para un campeonato de atletismo. «No se puede describir lo bonito que es compartir algo que nos gusta a ese nivel», afirma Gálvez.
Tras una preselección, ambas consiguieron las dos últimas plazas para los 1.500 metros del Campeonato de España Absoluto celebrado en Antequera (Málaga). Treinta años después de que Gálvez disputara su primer campeonato en Sevilla, Ourense acogió una salida que las dos recordarán de por vida. Gálvez finalizó décima (4:38:59) y Sierra pasó por la meta 11 segundos después.
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Gracias a su afición compartida, han desarrollado una perseverancia que ha llevado a Sierra a ser la actual subcampeona sub-16 de 1.000 m. «Es que las niñas dicen que sufren corriendo, y yo no sufro mamá», confiaba Daniela a su madre. Durante la carrera, le invadieron los nervios, y eso le dificultó alcanzar las expectativas que esperaba. Terminó decepcionada. Asistió la seleccionadora nacional de categorías inferiores, y no había hecho el papel que esperaba.
Gálvez asume que su hija está en una etapa de formación y que «no le corresponde entrenar duro», sino que vaya desarrollando sus cualidades y respetando su crecimiento. Gálvez, a diferencia del pensamiento de otras madres que «buscan trofeos para sus hijos», se dio cuenta, junto a su hija, de que «correr era secundario».
Como familia, buscan el espíritu de equipo en un deporte individual como el atletismo. «Nosotros tenemos un lema: Somos un equipo, porque si no no funciona nada”, admite Gálvez. Después del hito conjunto, a Gálvez le tocó competir en San Sebastián. Sin embargo, ella con lo que se queda es con el fin de semana que pasó en familia.
Gálvez siempre ha considerado el atletismo como un deporte equitativo, a diferencia del fútbol. «Aquí no se podía practicar, no había equipo femenino», confiesa Gálvez. Cuando empezó a correr había pruebas que no podía hacer, y los premios eran distintos en cuanto al sexo, pero ella lo vivía con normalidad. «En aquel momento, nadie se quejaba. Éramos cuatro gatos. No se le daba dinero a la mujer porque se pensaban que eran menos y el esfuerzo era inferior», resalta Gálvez.
«Hacer el deporte que le gusta a una mujer forma parte de la superación», reconoce Gálvez.
La madre asegura que se ha visto con las mismas oportunidades que sus compañeros. Aun así, reconoce que existen diferencias claras en la competición entre hombres y mujeres. Sin embargo, la ambición de las dos atletas ha conseguido que luchen día a día por sus metas. «Hacer el deporte que le gusta a una mujer forma parte de la superación», reconoce Gálvez.
A miles de kilómetros de su tierra
En numerosas ocasiones, se presentan circunstancias que son complicadas de digerir y, aunque al corazón le duela, es necesario tomar decisiones comprometidas. Dicen que Dios le da sus peores batallas a sus mejores guerreros, un dicho que, precisamente, se puede aplicar a la siguiente historia.
María Gutiérrez tiene 49 años, y, actualmente, reside en España junto a su familia. Sin embargo, sus orígenes están al otro lado del Atlántico, en Venezuela. Allí, al igual que su marido, estudió una ingeniería y, recién cumplida la veintena, ambos decidieron casarse para formar una vida juntos. Descubrió en la docencia su gran pasión, por lo que comenzó a impartir clases de matemáticas en el instituto. Al poco tiempo, nacieron sus dos hijas, a las que crio bajo los valores de la fe cristiana y quienes siempre le acompañaron en los diferentes colegios donde estuvo. Cada vez, se involucró más en la profesión, y, gracias a una empresa internacional de educación, comenzó a trabajar en varios lugares de Sudamérica.
Todo estaba bien encauzado hasta que la situación política, económica y social de Venezuela se agravó considerablemente. Por aquel entonces, Gutiérrez regentaba una academia en la que ofrecía atención personalizada a un total de 200 alumnos. «Un día tuvimos un problema muy importante, entraron personas armadas que querían robar y secuestrar a los niños», relata. A raíz de este suceso, se dio cuenta de que vivir en un país con niveles de inseguridad tan altos, era inviable.
«Un día tuvimos un problema muy importante, entraron personas armadas que querían robar y secuestrar a los niños», afirma Gutiérrez.
Meses después de este acontecimiento, floreció un atisbo de esperanza. Recibió una oferta laboral de un colegio en Toledo, y, tras pensárselo mucho, emprendieron su viaje. «Tomar la decisión daba mucho miedo, dejas tus recuerdos, tu vida, las amistades, todo por un futuro mejor», explica Gutiérrez. Los cuatro se agarraron a esta oportunidad y se despidieron del resto de familiares con la esperanza de reencontrarse en un futuro. «No sabíamos si sería la última vez que viésemos a nuestras personas cercanas», detalla Gutiérrez.
En agosto de 2015, llegó con las maletas a España dispuesta a luchar por sus metas. Al principio, fue complicado: «Nadie sabe de lo que estás hablando, conversaciones en las que no puedes participar, es difícil entrar en esa dinámica». Ante la adversidad, recalca que «hay que abrirse camino desde cero y trabajar como hormiguitas». Con fortaleza, decidió adoptar una actitud proactiva para «contribuir a la sociedad en todo lo posible».
«No sabíamos si sería la última vez que viésemos a nuestras personas cercanas», sostiene Gutiérrez.
A través de su persistencia, consiguió que sus nuevos alumnos obtuvieran buenas notas. A causa de este mérito, fue designada coordinadora de Secundaria, todo un reto para ella. «Tuve que ponerme al día y estudiar todos los aspectos legales requeridos en este cargo, fue perfecto para seguir demostrando lo que podía dar», destaca Gutiérrez.
Hace cinco años, Gutiérrez aceptó una propuesta para implementar los programas formativos internacionales de una escuela en Madrid. A día de hoy, es la directora académica de la institución y colabora con ocho centros de la Comunidad, lo que supone «una gran responsabilidad y honor». Ahora, motivada con reemprender su legado, busca nuevos proyectos como el de crear una academia para ayudar de una manera distinta a los estudiantes.
Asimismo, la docente aclara que su marido, José Carlos, ha tenido un papel fundamental en todo este largo recorrido: «Para él, también fue muy duro, y, pese a ello, su apoyo fue incondicional, nos facilitó mucho la adaptación».
«Para él, también fue muy duro, y, pese a ello, su apoyo fue incondicional, nos facilitó mucho la adaptación», destaca la profesora.
Casi una década después de que se exiliaran de Venezuela, el deseo de María Gutiérrez se ha hecho realidad. Sus niñas, que crecieron bajo la incertidumbre, ya son adultas y, finalmente, varios de sus allegados han encontrado en España un hogar. «Fuimos tomando decisiones duras, sin mirar hacia atrás, trabajando y pudiendo ver esos resultados, al final el sueño se consagró», reconoce Gutiérrez.
La vida, a través de sus ojos
En un recodo entre las calles de Málaga, se esconde un camino para llegar a uno de los lugares más especiales para ellas. Cuatro niñas bajan los escalones, animadas y con prisa para alcanzar la arena lo antes posible. Bajo su mirada, el único pensamiento es asegurarse de que tienen la ropa de cambio para evitar que cojan frío, aplicarles crema solar para proteger su piel, o advertirlas para que se mantengan cerca de la orilla. A través de sus ojos, solo piensa en que las tiene que cuidar, amar y aconsejar.
«Yo solo trato de vivir», asegura la madre años después de fallecer una de sus hijas. Según pasaba el tiempo, las niñas se convirtieron en adolescentes. Las cuatro hermanas empezaron a forjar un vínculo cada vez más fuerte. Se dieron cuenta de ello al hablar de lo que sentían desde una litera a otra todas las noches, el abrazo que se daban cuando una estaba mal o la protección que les nacía para cuidarse entre ellas. Se convirtieron en un equipo y prometieron permanecer juntas para toda la vida.
Los años continuaron, y ella seguía esperando despierta hasta que llegasen a casa, simplemente para saber que estaban bien. Sin embargo, llegó el momento para el que se había preparado desde que se convirtió en madre: separarse de sus hijas. Cada una debía formar su vida con la ayuda de sus enseñanzas transmitidas durante décadas. Ya no preparaba la comida para cuatro niñas todos los días, no les regañaba por andar descalzas ni les alzaba la voz para que tuviesen cuidado. Pero aun así, seguía asegurándose de que todas estuviesen bien.
«Daba igual todo porque estábamos juntas», afirma Diana, una de las hermanas.
La capital se convirtió en el nuevo hogar de las cuatro. Terminaron los estudios, descubrieron sus aficiones, se enamoraron, formaron una familia y siempre estuvieron presentes. Brindaban por ellas cada año nuevo, volvían a su rincón favorito de Málaga cada verano y seguían diciéndose lo que sentían, aunque no fuese de una litera a otra. «Daba igual todo porque estábamos juntas», relata una de ellas.
Iris (la hermana mayor) siempre había sido el ejemplo a seguir de sus hermanas. Una mujer con mucha luz, portadora de una sonrisa deslumbrante y un don innato: hacer sentir especial a cualquiera. Junto a su marido, criaron a dos hijos que desarrollaron la misma virtud. Sin embargo, hubo un parón en la vida de Iris: le detectaron un cáncer y apareció el miedo.
«Los padres no deberían ver morir a sus hijos», enfatiza el padre.
Uno de los mayores apoyos para Iris fue su padre, que reconoce: «Los padres no deberían ver morir a sus hijos». «Dejó todo por ella. Dejó su vida y recorrió el mundo para encontrar la manera de quedarse a su lado», se sincera Nuria, la pequeña de las cuatro.
La luz de Iris tardó en apagarse ocho años. Durante casi una década luchando contra una enfermedad, Iris aprendió a vivir el momento y aprovechar el día, contando con la posibilidad de que fuese el último. Durante esos años comenzó a dibujar y se encargó de que todos sus allegados recibiesen una pieza suya, para recordarla cuando se fuese.
«La superación en muchos casos es levantarse y seguir respirando a pesar del dolor», asegura la pequeña. A su vez, enfatiza que convivir con la muerte de un ser querido es muy complicado y «es una batalla continua para mantener la fortaleza». A día de hoy, Iris sigue siendo un ejemplo para ellas y aunque haya cosas que no se pueden superar, siguen luchando por mantenerse unidas y continuar sus vidas.