Laura Ulloa, superviviente de las FARC: «Decidí perdonar y agradecer»

- ACTUALIDAD - 17 de mayo de 2024
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Laura Ulloa, nacida y criada en Cali (Colombia), fue secuestrada con tan solo 11 años por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). A pesar de las dificultades, cuenta cómo fue capaz de salir adelante gracias a la fuerza del perdón y la reconciliación.  A raíz de esta experiencia, estudió ciencia política y trabajó en la Agencia Colombiana para la Reintegración. Más tarde, y con el objetivo de evitar que más jóvenes se unieran a la guerrilla, trabajó en la Fundación Corona.

¿Cómo fue el momento en el que descubrió quién la había traicionado? 

El día antes de que todo ocurriera, mi madre me dijo que nuestro antiguo jardinero había entrado a la guerrilla, pero yo no me lo creí. Al día siguiente, mientras volvía a casa en el bus del colegio me secuestraron, me subieron a un coche y me llevaron a la montaña. Durante el camino, no le pude ver el rostro a ninguno, ya que iban tapados y me repetían constantemente: «No nos mires» o «Baje la cara». Cuando llegamos a la montaña, que era una selva tropical llena de lechos y árboles, uno de ellos me dijo: «Te vamos a entregar a la guerrilla, a ellos ya les podrás mirar a los ojos». Bajaban la montaña un grupo de hombres vestidos de camuflaje, con fusiles y armamento. En ese momento, el hombre que me había bajado del bus me cogió del brazo y, abrazándome, me dijo: «Laurita, por favor, perdóneme. A usted le va a ir bien, pero por favor, perdóneme». Se me pasó por la cabeza que podía ser Efraín, nuestro antiguo jardinero, pero me negué a creerlo. Cinco meses más tarde, me encontré con la hermana de Efraín en un campamento, le pregunté por él, pero no contestó. Yo ya entendía que había muchas cosas que una víctima de la guerrilla no debía conocer, cuanto menos sepas, más vives. Cuando me liberaron, mi madre me contó que habían condenado a Efraín a 30 años de cárcel por secuestro.

Muchas veces quise ir a verlo, no buscaba respuestas. Le tenía mucho cariño porque habíamos compartido mucho tiempo juntos, pero entendí que él había tomado una mala decisión.

¿Cómo fue el proceso de adaptación? 

Lo primero que sentí fue como si me sacaran del planeta y me llevaran a un lugar con gente y costumbres ajenas. En mi casa siempre nos tratamos con amor y respeto, pero, en la guerrilla, usaban palabras groseras y recibía un trato militar. Vivíamos en campamentos sucios y oscuros, hechos de palos y telas impermeables y dormíamos encima de tablas con hojas tapándonos con un plástico, por lo que al principio lo pasé muy mal.

Tenía solo 11 años, por lo que pensé que si me portaba mal me liberarían, pero lo único que conseguí fue quedarme sola. Había adelgazado mucho, y me pasaba los días durmiendo porque no quería afrontar mi realidad. Un día decidí ponerle fin a eso, me levanté y, por primera vez, fui a la cocina, donde había 15 guerrilleros desayunando, les di los buenos días y me invitaron a sentarme. Cuando terminé de desayunar, una de las guerrilleras me mandó ir a talar un árbol, fue la primera vez que desconecté la mente y que me sentí útil. A raíz de eso, acepté que las cosas no iban a cambiar y que lo único que podía hacer era acomodarme y abrirme. 

¿Cómo eran los cambios de campamento? 

Los cambios de campamento eran muy irregulares, había veces que nos pasábamos dos o tres meses en un campamento, y otras veces a los dos días nos íbamos. Todo ello dependía de la distancia a la que nos encontrásemos del Ejército, ya que, del mismo modo que el Ejército interfería en las comunicaciones de la guerrilla, la guerrilla interfería en las del Ejército.  

¿Cómo surgieron esos lazos que acabó estableciendo con algunos guerrilleros? 

Aunque resulta difícil de comprender, los guerrilleros, a pesar de todo, son humanos y buscan lo mismo que nosotros, estar felices, vivir y cubrir sus necesidades básicas. Estando allí aprendí que, como en todos los lugares, siempre hay personas con las que uno tiene más afinidad. En mi caso, aunque había muchas cosas que me separaban de los guerrilleros, pude sentir esa afinidad, porque eran simpáticos y me contaban chistes e historias sobre su vida. Yo no busqué en ningún momento estrechar lazos, y ellos tampoco, pero fueron siete meses en los que estas obligada a convivir con gente desconocida y no te queda otra que aceptar tu situación.  

¿Cómo fue todo a partir de ese cambio de mentalidad? 

A partir de ahí fue todo mucho más llevadero. Aunque seguía siendo una situación muy dura, hubo momentos en los que reí y aprendí cosas que me ayudaron a relajarme. Así, nos fuimos conociendo y comprendí que ellos no estaban ahí porque quisieran. Muchos habían tenido una vida muy difícil y entrar a la guerrilla había sido su vía de escape, ya que habían encontrado una familia que les daba lo que necesitaban. Aquí entendí que se trataba de una guerra muy injusta, producto de un país pobre y muy desigual. 

¿Experimentó algún tipo de agresión?  

Durante esos meses, no recibí maltrato físico, pero sí psicológico. Yo no me daba cuenta porque era muy pequeña, pero me decían cosas como que mis padres se habían divorciado, que se habían ido a vivir a Estados Unidos y me habían abandonado o que me iban a liberar y luego resultaba ser una broma.

¿Cómo lo vivieron sus padres desde fuera? 

Por aquel entonces, habría 3.000 secuestrados en Colombia, por lo que había una emisora llamada Harmony Records que cogía llamadas de familias para que mandaran un mensaje a los secuestrados. A mí me dejaban una radio con la que escuchaba a mis padres, pero ellos no tuvieron la certeza de que les escuchaba hasta que se lo pude decir en una de las tres o cuatro pruebas de supervivencia, que consistían en una llamada de 30 segundos. Siempre digo que mis padres sufrieron mucho más que yo porque yo sabía que estaba bien, pero ellos vivían con una incertidumbre constante. 

¿Cómo vivió el momento de la liberación? 

La negociación fue muy complicada porque se trataba de un secuestro extorsivo donde pedían una recompensa. El día que me liberaron no sentí nada porque ya me habían dicho lo mismo meses atrás, pero, cuando me dijeron que esta vez era la definitiva, lo que sentí fue un respiro inmenso, la pesadilla se había acabado. 

Tras tres días caminando, me encontré con mi padre y mi tío en un pueblo. Me sentía muy feliz por irme, pero no podía evitar sentir algo de tristeza al pensar que no volvería a ver a ninguno y que muchos morirían.  

¿Y el proceso de adaptación a la vida de nuevo? 

Del mismo modo que me había acostumbrado a la vida en la guerrilla, me tenía que acostumbrar de nuevo a mi antigua vida. Durante esos siete meses habían cambiado cosas como la moda, los programas o las marcas, por lo que me sentía muy perdida. Además, mis prioridades habían cambiado por completo, al pasar por algo tan duro, los problemas de la gente de mi edad no los veía con tanta importancia. Con el tiempo conseguí adaptarme de nuevo a mi familia, a mis amigos y a mi realidad, pero habían cambiado muchas cosas en mí. 

¿Cuál considera que fue la clave para lograr salir adelante? 

Siempre he pensado que el odio es paralizante. Mientras estuve en la guerrilla sentí mucho odio. Con el tiempo, entendí la fragilidad de muchas de esas personas, que todavía tenían que vivir muchas dificultades, por lo que decidí perdonar y agradecer. Hicieron lo que hicieron, y yo no puedo cambiar mi pasado. La gratitud y el perdón que aprendí me sirven todavía a día de hoy.  

Considero que el haber pasado por un momento tan difícil me cambió para bien, pero ha tenido que pasar mucho tiempo para que pudiera entenderlo todo con claridad. Siento también que es como un mecanismo de defensa para dejar atrás todos los malos pensamientos y seguir adelante. 

¿Cuál diría que ha sido su mayor cambio personal?  

El no juzgar a la gente por las apariencias. Me di cuenta de que muchos de mis pensamientos sobre ellos eran incorrectos. Muchos de ellos habían sufrido ya antes de llegar ahí y, realmente, ni ellos me querían hacer daño, ni yo a ellos. Les di el teléfono de mi madre y mi dirección de casa y, durante años me llamaron y yo me propuse volver. Había visto que en la guerrilla había gente buena y mala. Aquí los malos se aprovechaban de la ignorancia, vitalidad y valentía de los mas jóvenes, y yo quería cambiar eso.  

Pasaron los años y, obviamente, no volví, pero decidí estudiar ciencia política para entender el conflicto colombiano y tratar de solucionarlo. Trabaje en la Agencia Colombiana para la Reintegración, encargada de reincorporar a la vida civil a todos los guerrilleros que deciden salir. Más tarde, trabajé en la Fundación Corona, ya que lo que yo quería era trabajar en la primera parte del proceso, tratando de evitar que los jóvenes no tomaran la decisión de unirse a la guerrilla. 

A día de hoy, ¿piensa lo mismo que pensó la Laura de aquel momento? 

Admiro mucho a la Laura de aquel momento, porque era una niña completamente inexperta y vulnerable, que todo lo que hizo fue reflejo de lo que le habían enseñado en casa. En ese lugar vi bondad, transparencia y perdón, por lo que no cambiaría nada, porque no sabría como reescribir esa historia. Siento que esa historia me hizo mejor persona y admiro todo lo que logré.

Si pudiera decirle algo a la Laura del pasado, ¿qué le diría? 

Le diría una cosa que me dijeron a mi una vez: «Vive día a día». Lo único que me preocupaba era saber cuándo me liberarían y contaba los días que me decían aunque fueran mentira. Así que le diría que se preocupara por vivir el momento, porque el tiempo pasa y, el día menos esperado, te liberan y te vas. 

¿Y que le diría a los guerrilleros? 

A ellos les diría que no perdieran el tiempo. Me encantaría haber tenido los conocimientos que tengo hoy para enseñarles todo el abanico de oportunidades que tienen, antes de tomar esa pésima decisión. 

¿Cómo ve la situación de Colombia a día de hoy? 

Me encantaría decir que ha habido avances maravillosos, pero no ha sido el caso. Algo bueno que pasó fue que se desmovilizaron muchos guerrilleros que no querían estar allí y se entregaron las armas, aunque no se sabe si se entregaron todas. Fue un proceso que, con el cambio de Gobierno, se demoró mucho. Los criminales iban a pagar con cárcel, pero no se sabe qué ha pasado con certeza. Además, hoy en día podemos ver cómo las FARC están volviendo a nacer en dos estructuras, el Estado Mayor Central y las disidencias de las FARC. Con todo, el problema de base sigue vivo y es de narcotráfico y, con un presidente que no ataca a ese narcotráfico, el problema se convierte en un circulo vicioso. 

¿Cuál cree que es el futuro del país, en relación a su experiencia? 

Siento que finalmente el progresismo ha ganado en las urnas. El presidente de hoy en día, Gustavo Petro, fue un guerrillero del M-19, que tomó el Palacio de Justicia en los 80, donde secuestraron y mataron a muchos congresistas.

 

Bajo el progresismo, por primera vez en 20 años, se han disparado en Colombia los secuestros, la venta de droga, los asesinatos y los combates entre el Ejército y las bandas criminales. Además, este Gobierno no está enfocado en la transición energética, somos un país pobre, con el dólar altísimo y con los inversionistas marchándose. Todo ello ha propiciado una situación de inseguridad absoluta en el país y el progresismo no ha hecho nada. En esta situación, considero que pasará como con un péndulo, con un Gobierno progresista que no funciona vendrá uno de derechas a tratar de mejorar la situación. Pero todo sigue siendo incierto.

 

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