La memoria es una facultad humana imprescindible para la existencia. Capta la riqueza de la experiencia, nos capacita para el contraste: por tanto es condición de la contemplación de la belleza, potencia la creatividad a partir de lo ya vivido, nos sitúa en el espacio y el tiempo, nos ayuda a no cometer siempre los mismos errores.
El problema es que esa memoria aberra ser utilizada para acumular datos en un magma indistinguible de elementos meramente sumados. Hace falta tener un instrumento teórico. Nos hemos acostumbrado al pensamiento líquido (Zygmunt Bauman 2010) y parece que por eso somos más abiertos, pero el relativismo es cerrazón, si todo vale, nada vale. Si anything goes que decía Feyerabend, padre del anarquismo epistemológico, todo es irrelevante. Si todo es lo mismo en el nivel moral, las decisiones devienen amorales, y por tanto estamos a las puertas de un totalitarismo de nuevo cuño. Si no hay límites no hay contrastes, si no hay contrastes no hay belleza. Si nos amoldamos al «es lo que hay» no hay posibilidad de interactuar, de establecer un encuentro real. Solo un conversacionismo banal: me acomodo a los gustos, modas, opiniones, etc… Si todo tiene el mismo valor en lo moral, en el conocimiento, en la vida cotidiana, no podemos pasar de una charla de café. En el igualitarismo, en el anodino industrialismo de las verdades, hemos perdido el asombro: la actitud del que vive abierto a lo real, abierto a los contrastes. La perspectiva diferente es enriquecedora… Eugene Cernan (comandante del Apolo XVII): «Todos los que hemos estado en la Luna hemos sentido una transformación (…) Si hubiese estado usted conmigo, me entendería (…) Si todos hubiésemos estado allí, todo sería mejor aquí».
«Si no hay límites no hay contrastes, si no hay contrastes no hay belleza».
Es una lección muy antigua de la que no hemos aprendido nada: Israel recibe ‘lecciones de YHWH’ desagradables a veces, que son en su mayoría acciones en su favor, «maravillas», «prodigios» en medio del desierto, que buscan convertirse en paradigma de toda existencia humana. Toda la propuesta de YHWH desde la elección de un pueblo esclavo es un enseñar a ese pueblo a vivir en libertad (Dt 11,2-7). La esclavitud deja lastres, marcas en el carácter, que se convierten en inercias que hacen daño, se ve el mundo desde la perspectiva de un resentimiento y de un victimismo que debe ser curado. Solo el hombre libre es capaz de entender el sentido de los acontecimientos del mundo y de ser agradecido. El esclavo expresa, si acaso, un agradecimiento servil, a la espera de un nuevo favor condescendiente del amo. Israel debe reflexionar sobre su historia y aprender a leer aquellos momentos de dureza, de dolor, de hambre, de sometimiento como pruebas, límites, contrastes, para el entrenamiento de la vida que le queda en adelante, para que pueda apreciar y agradecer lo que viene después.
Se aprende a ser libre siendo libre. Pero solo se sabe lo que es ser libre si se rememora qué supuso o supone ser esclavo, porque no se deja de ser esclavo mágicamente, de la noche a la mañana, porque solo el contraste nos permite ver con claridad los matices de la diferencia y por tanto de la belleza de la historia. Tal vez esa magia es la que esperaba de YHWH. Siempre hacemos de Dios un mago a nuestro servicio, como la lámpara de Aladino, pero el que es Dios sabe que la magia no curte, no enseña, solo escamotea, oculta, no fortalece; la aparente sencillez del efecto que produce es pura fantasía. Lo que endurece al débil es aprender a sufrir, durante la marcha a través del desierto, sin desesperarse*: Israel experimentó el hambre para comprender que «el hombre no vive sólo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de YHWH»; Las pruebas no son obstáculos, los límites propuestos por Dios, no buscan por el maltrato fortalecer la blandura, sino provocaciones para un diálogo que vaya revelando al interlocutor (Israel) el fondo su corazón y a conocer también, a la vez, el fondo del corazón de Aquel que le ama y le llama a la libertad.
YHWH podría saltarse los pasos del aprendizaje, y evitar así el dolor de la angustia, de la incertidumbre, pero con seguridad eso generaría que la ansiedad fuera por cualquier cosa y cada vez más exigente, como el espolio que significa mimar demasiado a un niño. En la educación también es importante el contraste entre lo que se puede y lo que no se puede, lo que se debe y no se debe, lo que es y lo que no es permisible. Sin contraste no hay belleza, no hay educación, no hay diálogo, no hay historia, no hay arte, no hay vida humana. Para discernir entre contrastes no solo hace falta la memoria, la inteligencia, y la voluntad, sino también la humildad, pero eso es otro tema.
* Como decía Víctor Frankl, la desesperación es el sufrimiento sin sentido.
Ángel Barahona es el director de Formación Humanística de la UFV