Entre pasillo y pasillo, tranquilo, el tiempo va cogiendo vida leyendo entre líneas. En el norte galopa todo un ejército de clásicos del siglo de oro. Al este, esperando el sol, descansan los oscuros poetas y filósofos franceses, que esconden la idea en el absurdo. Brilla en el sur la cálida teoría de alguna comunicación, y, al oeste, un manual de Derecho Romano pierde el equilibrio. En medio, arquitectos, biólogos, historiadores, matemáticos, ingenieros, fisioterapeutas, enfermeros, científicos de ambas fronteras buscan su espacio entre las manos. Que van y vienen, tan jóvenes que a veces no los comprenden, otras se enfadan con ellos –los libros y sus consecuencias-, en ocasiones los cambian por móviles y tabletas y prisas por salir de ese pequeño mundo en el que vive lo eterno.
Se hace la noche y me pregunto si descansan en sus lomos; o si se hacen preguntas: ¿Qué puedo yo saber?, interpela un manual de Física a otro de Metafísica. ¿Qué debo hacer?, reflexiona un tratado de Moral. ¿Tengo derecho a esperar algo de la vida?, se pregunta Laín mientras busca una Biblia. ¿Qué es el hombre, pues? ¿Hay algún antropólogo por ahí?
El silencio invade la sala, hay un profundo encuentro entre su sonido y su eco: resuenan las risas, los chasquidos, los gruñidos, los besos, la ira y la esperanza. Amanece y un chico joven mal dormido se pasea con un carrito metálico. Parece uno de esos en los que los cocineros famosos transportan boles y especias. Pero en este hay nuevos libros, vecinos relucientes de esos que dan envidia porque tienen un coche más grande y que aparecen en el barrio con sonrisas forzadas. El chico va colocando el arte en su sitio y la biografía en el suyo. La novela best-seller le da un codazo altanero a La reina de las nieves, que resiste el golpe con mirada serena y tierna; el nuevo tratado de Traumatología golpea al anterior, que cae al carrito con mirada fúnebre.
Jóvenes que serán mayores descartan el libro gordo y preguntan si hay película; el joven del carrito dice en plan no lo sé mientras le pasa la cuestión a la encargada, mujer de arruga leída que cierra los ojos y cuenta hasta diez. Su trabajo estará siempre mal pagado.
Pasa el día y la Biblioteca sigue detenida en el tiempo.