Un videojuego es el resultado de años de trabajo y esfuerzo para convertir una idea en una obra jugable. Pero, ¿qué ocurriría si, en vez de tener un amplio periodo de tiempo, desarrolladores amateurs tuvieran tan solo 48 horas? Esta es la premisa de la Global Game Jam 2018. Han sido 96 participantes, un mismo tema y dos días para trasladar su imaginación a la pantalla de un ordenador.
En su décimo aniversario, la Universidad Francisco de Vitoria (UFV) ha sido una de las sedes a nivel mundial de este evento que se celebra anualmente en 100 países a la vez. Tras una breve presentación, los jóvenes estudiantes conocieron el tema sobre el que erguirían su videojuego: la transmisión.
“No tengáis miedo, ninguna idea es mala”, advirtió Gabriel Peñas, profesor del Grado de Creación y Narración de Videojuegos en la UFV, durante la inauguración. Además, Peñas hizo hincapié en que la Game Jam “es para aprender”.
En la misma línea, Belén Mainer, directora del Grado, afirmó que “lo bonito” de la Global Game Jam “es conocer a personas”. “Esto no es un competición, es algo para disfrutar de nuestro mundo”, explicó la docente.
48 horas de esfuerzo
Nada más acabar la apertura en el Salón de Grados de la UFV, los participantes fueron hasta la cafetería ,donde pasarían el resto del fin de semana (del 26 de hasta el 28 de enero) con el objetivo de crear un videojuego. Tras formar los grupos, que iban desde los dos integrantes hasta los seis, la Global Game Jam 2018 comenzó en la UFV: la cuenta atrás había empezado.
Durante las primeras horas, el ambiente estaba relajado. Muchos grupos se habían quedado tan solo con uno o dos integrantes, mientras el resto iba al supermercado más cercano a comprar comida y bebida para el fin de semana. “Es importante tener comida, porque dormir, dormiremos poco”, explicaba uno de los participantes.
Ganar la Global Game Jam era «algo secundario», según uno de los participantes.
Una vez se iban reuniendo los grupos, la lluvia de ideas empezó. Los bocetos de los encargados del arte comenzaban a llenar las mesas y los responsables del apartado narrativo ya ideaban una historia que contar.
La opinión general era que el tema era “muy amplio”. Desde un juego basado en la máquina Enigma (que descifraba los mensajes codificados por los nazis en la Segunda Guerra Mundial), pasando por un título musical de dos jugadores en que uno le tenía que indicar los pasos a otro (y viceversa), hasta un videojuego sobre los trastornos mentales y la forma que tiene el cerebro de transmitir las órdenes motrices.
Pero eso no era lo importante, todos querían los mismo: aprender y conocerse. “La gente se pasa y comparten ideas”, explicó Luis Egui, un estudiante de Ingeniería Informática de la Universidad Autónoma de Madrid. “Yo vengo aquí para aprender, competir es, para mí, algo secundario”, afirmó mientras se reía con el resto de sus compañeros.
En total, 19 videojuegos se presentaron el domingo ante el tribunal formado tanto por docentes como por profesionales del sector. Tras la reflexión del jurado, se entregaron cuatro premios: Juego más divertido, que se lo llevó Machinefiltrator; Mejor Historia, que lo recibió Lost Transmissions; Mejor Creatividad, entregado a Microwaving Time; Juego del Cambio, que se dio a l-l-love; y Mejor Arte, otorgado a Straunian Information Agency (SIA).
Con la entrega de estos premios terminó una experiencia en que la que ser el mejor quedó en un segundo plano. Un evento en el que, aun teniendo el reloj en su contra, las risas, el aprendizaje y, sobre todo, el compañerismo se mantuvo hasta el final.