Cristina Sánchez Aguilar, licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (UCM), es subdirectora de Alfa y Omega, y colaboradora en Cadena COPE, Trece Televisión y Crónica Blanca. Además, está involucrada en la ayuda que está brindando la Iglesia en el conflicto ruso-ucraniano. El pasado miércoles, en el programa de radio Comunidad UFV (Onda Universitaria), Sánchez Aguilar contó su experiencia en la frontera de Eslovaquia con Ucrania.
¿Con qué sensaciones ha vuelto?
La sensación es que el flujo que nos imaginábamos al principio, de refugiados, cómo salieron, con grandes colas en la frontera… ya no está ocurriendo en la parte eslovaca, al menos, el flujo es mas controlado. Pero, aun así, cada cinco minutos, cada diez minutos sale una familia compuesta por mujeres y niños hacia territorio eslovaco. Es constante el flujo, es constante. La sensación es esa, que ya salen tres semanas después de que empiece la guerra, es decir, han estado tres semanas en una situación muy concreta. Las caras son un reflejo del sufrimiento de dejar a sus maridos, a sus hijos mayores en la otra parte y de encaminarse hacia lo desconocido.
En la propia frontera hay muchos servicios, pero hay uno en el que hay un mapa, es una cosa que me llamó mucho la atención. Hay un mapa porque no saben ni siquiera dónde están. Han salido a una frontera, a lo más cercano que tenían o donde les han llevado los coches por los que han pagado para salir, porque ya sabéis que ahora el tema del negocio… No voy a decir mafia, porque no todo son mafias, pero sí hay negocio que lleva a las personas a un punto concreto y ni siquiera saben dónde están, es un situación muy llamativa.
¿Qué necesidades prioritarias ha detectado que tienen estas personas o las asociaciones que trabajan en el lugar?
La dificultad ahora pasa por encontrar realmente un buen lugar de alojamiento donde puedan estar y empezar una vida. Es verdad que la parte de alimentación y de higiene está bastante cubierta por las organizaciones humanitarias y por las propias autoridades, concretamente en Eslovaquia. Pero el paso más complejo es no solo el alojamiento, que no sea temporal, sino la real integración de estas personas. De hecho, en Eslovaquia, al menos, la mayoría no quiere quedarse, es la primera salida para llegar a otros lugares. Muchas de las personas que están saliendo es porque ya tienen familia fuera, en Europa. Hay poca gente que no tenga familia, de momento, son los que se animan a hacer el viaje porque, al final, salir con un niño a lo desconocido es muy complicado.
Hay un dato superimportante, nosotros hemos estado en Košice, que es la ciudad grande más cercana a la frontera. Está como a una hora y veinte, y allí, en el seminario mayor de la diócesis todo el seminario lo han puesto al servicio de las mamás y los niños, es como una casa grande. Hablando con ellas, nos contaban el salir a lo desconocido, porque nosotros hemos estado escuchando hablar que ha ido mucha gente hasta la frontera, particulares que han ido a por gente pero, ¿nos podemos imaginar lo que significa subirse en un coche de alguien que no conoces, con tus hijos? Estás desesperado, pero también eres prudente, entonces que haya sacerdotes, religiosas, autoridades, soldados que las llevan hasta los sacerdotes, eso es un punto en el que estas mujeres se tranquilizan bastante.
Ese primer paso de pasar por una estancia eclesial, de la Iglesia, la han acogido muchísimas porque se sienten tranquilas. Luego está el segundo paso, que es qué hacer con estas familias, algunas en Košice ya han encontrado una casa y les están ayudando a buscar trabajo. No es lo mismo que en España, que primero se pasa por las autoridades y por las ONG, Ayuda en Acción, Cruz Roja y Acnur, que están organizando la parte del estatus del refugiado. Allí, eso es posterior, las ONG y la Iglesia son las que los acogen y luego ya se soluciona el tema del papeleo.
“Las mafias están yendo diciendo que son voluntarios, y se están llevando a las mamás y a los niños para hacerles víctimas de trata”.
Entonces, esa primera acogida tiene que ser de algo en lo que tú sientas paz, en lo que te sientas confiado porque, ¿tú te irías con cualquier persona que no conoces de nada y te montarías en un coche? No lo harías tú, y no deben hacerlo, porque lo de las mafias, que es lo más lamentable que puede hacer un ser humano, ya está ocurriendo. Están yendo diciendo que son voluntarios, y se están llevando a las mamás y a los niños para hacerles víctimas de trata.
Ha tenido ocasión de participar en la tercera edición de European Catholic Social Days, que es una iniciativa para poner en común el trabajo de la Iglesia. En estas jornadas, lo que se ha hablado, sobre todo, ¿es de la guerra y de la respuesta que la Iglesia, en todas sus realidades, está dando a esta situación?
Así es, se celebran cada cinco años y las organizan dos instituciones que son Comece y la CCEE, dos organizaciones eclesiales. Una tiene sede en Bruselas y la otra, en Suiza, que agrupan a todas las conferencias episcopales de Europa. Comece lleva la parte más diplomática y política, al estar cerca del Parlamento. y la CCEE lleva la parte más pastoral. Estas jornadas se hacen cada cinco años para poner en común diferentes aspectos del trabajo de la Iglesia en Europa. Estas fueron puestas en marcha para hablar de la pospandemia, para trabajar en común cómo hacer frente a los retos que había dejado la pandemia en el continente, pero, claro, a última hora cambiaron radicalmente.
Se ha hablado de pandemia, por supuesto, pero sobre todo se ha hablado de la respuesta en Ucrania. Es muy importante porque hay muchos países que son limítrofes, que pertenecen a Europa, pero luego están los otros países a los que quieren llegar los refugiados y la gran apuesta ahora mismo es la integración, es decir, cómo favorecer que estas familias puedan tener sus vidas, porque no sabemos cuánto va a durar la guerra. Las familias todavía no están pensando en formar una vida en los países, simplemente quieren poner a sus hijos a salvo de las bombas y volver cuanto antes a sus casas y con sus maridos.
“Enfrentarte al miedo absoluto, al terror en los ojos de una mujer que no deja de llorar”.
¿Cómo cambia la mirada cuando uno escucha hablar de la guerra casi como una realidad abstracta, como si fuera una noticia más, y cuando uno está allí y la ve cerca, ve las consecuencias de la guerra y luego vuelve a España? En ese trabajo de la mirada o en ese cambio del corazón, ¿hay una cierta transformación inevitable?
Enfrentarte al miedo absoluto, al terror en los ojos de una mujer que no deja de llorar. Cuando se sienta contigo a intentar explicarte en ucraniano, traducido por una amiga suya que chapurrea inglés, lo que ha supuesto dejar a sus hijos mayores en la guerra es indescriptible. El no saber, no poder hablar con ellos, no saber si están vivos o muertos, no saber cuándo va a volver a su casa, pero tener que salvar la vida, que no te caiga una bomba y te destroce, eso evidentemente no es una conversación que tengas a diario.
Llegamos aquí y leemos 25.000 análisis geopolíticos sobre las guerras. Evidentemente, los tienen y son los que dominan, pero lo importante es que no se nos nuble la mirada de que los que realmente salen perdiendo son las personas.
“Ya nunca puedes mirar esta guerra con los mismos ojos que no sean a través de esa bolsa de basura”.
Los seres humanos, como tú y como yo, que tienen una vida normal, que tienen a sus hijos en el cole y que tienen que salir corriendo con una bolsita de plástico, como venía un nene… Salía un niño en el tiempo que estábamos allí, salían muchos, pero uno traía una bolsita de basura en la mano, esas bolsitas con las que metemos las cosas para bajar a la calle, y ahí llevaba todas sus cositas. Era lo que les había dado tiempo a coger, toda su vida en una bolsa de basura, le ofrecían caramelos y no los quería, el niño estaba que no sabía ni dónde estaba, no quería ni comerse una piruleta. Él y tantos como él son las verdaderas víctimas de las decisiones de los que tienen el poder en sus manos. Evidentemente, ya nunca puedes mirar esta guerra con los mismos ojos que no sean a través de esa bolsa de basura.