La venganza es el argumento central de todas las tragedias. Las que fueron y las que serán. En la literatura y en esa prolongación realista de los libros que son los días que vivimos. Porque los hombres solemos encarnar los dolores y gozos que imaginaron los buenos escritores: nos pasamos la vida volviendo a Ítaca, débiles, heridos y esperanzados. Vengarse es tratar de demostrarle a la vida que lo ocurrido fue un error, una especie de injusticia a subsanar. Es una manera de endiosarse, de poner el ego herido de uno encima de la realidad misma, como si esta fuera un accidente desafortunado del camino recto de las cosas.
Las segundas oportunidades son siempre una mentira. Las mismas cosas ocurren siempre una sola vez. Pablo Casado no va a ganar nunca las elecciones del 28 de abril de 2019; Pedro Sánchez no obtendrá jamás la mayoría absoluta en esos comicios; en ningún caso Albert Rivera será el líder de la oposición en la legislatura; Pablo Iglesias no asaltará los cielos en las urnas, por mucho que lo vuelva a intentar; y Vox será la quinta fuerza en representación. Lo que fue no volverá a ser de otra manera, por mucho libro de autoayuda que le queramos aplicar a la teoría política contemporánea.
«La historia nos ha enseñado a hacer nuevas todas las cosas. A levantar el ancla para poder movernos. A no culpar de todo al Padre. Y a mirar a la realidad como si esta fuera capaz de ser en sí misma».
Se le atribuye a Confucio la siguiente frase: «Antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas». Si Casado pretende hacer como que el 28-A no pasó, que vaya a por la pala y busque un solar fúnebre, porque su derrota existe y seguirá existiendo tras las elecciones autonómicas, municipales y europeas. No tiene sentido alguno poner el foco en una noche de decepción para tratar de arrojar alguna luz a lo que está por venir. La historia nos ha enseñado a hacer nuevas todas las cosas. A levantar el ancla para poder movernos. A no culpar de todo al Padre. Y a mirar a la realidad como si esta fuera capaz de ser en sí misma.
Uno puede entender la enorme presión a la que está sometido el joven líder del PP. Los mayores de su partido tratan de abrazarle con sus brazos de oso, y sus adversarios, fieros leones de carne y hueso en la escalinata del Congreso, aprovechan su bisoñez para erigirle emperador de la nada. Pero John Nieve ya nos ha demostrado que los bastardos pueden dejar de serlo y que, al final, un tiempo nuevo puede abrirse camino hacia el trono de hierro. Para eso, como en las buenas tragedias, hay que mirar la realidad como si no fuera obra nuestra, hacer nuevas todas las cosas y olvidarse de querer vengar aquello que no puede ser vengado. Entonces sí, dejaremos atrás el invierno.
Las elecciones que vienen son una oportunidad en sí mismas. Casado debe mirar a las urnas y ver las oportunidades que encierran. Si así lo hace, si arroja una mirada nueva a lo que está por venir, quizá entonces pueda convencer al ciudadano de que las papeletas del PP merecen la pena. Pero si se empeña en presentar estos comicios como una segunda vuelta de los anteriores, solo puede encontrarse con una derrota aún mayor. Y no solo porque ahora se votan ayuntamientos, comunidades y escaños europeos, sino porque si se empeña en recordarle a la gente lo que pasó el 28-A… acabará pasando lo mismo.