Violencia no es, solo, un puñetazo. Violencia no es, solo, un golpe. Violencia no es, solo, que te empujen y te tiren al suelo. Violencia es mucho más. Es que tu padre grite, humille y denigre a tu madre hasta que la frustración de odiarse a sí misma se convierta en lágrimas. Lo es también que un grupo grite a un niño, inocente en apariencia, los insultos que luego recordará todas las noches antes de dormirse. Incluso cuando fuerzan a una persona a someterse a ideas sin posibilidad alguna de cambiar. E incluso le recriminan cuando trata de rebelarse.
Y hoy, la Justicia ha violentado la dignidad de una joven. Una joven de la que “abusaron sexualmente» cinco hombres, entre ellos un guardia civil y un militar, durante unos San Fermines que ella nunca olvidará. Abusaron, que no violaron.
Porque, para la Justicia española, el frío silencio de la impotencia al ver como cinco hombres se abalanzan sobre ti es consentimiento. Porque la joven, dichosa ella, debería haber arriesgado su vida y enfrentarse físicamente a media decena de chicos. Mientras que unos trajeados en un Parlamento violentan a la nación proclamando la independencia. Un tobillo roto son 62 años de cárcel. Y una pelea de bar es terrorismo que, casi, llega a etarra.
Las comparaciones son odiosas, pero la propia palabra lo dice: violar es esencialmente violencia.