La Transición no inauguró ningún régimen, ni puede circunscribirse a un mero pacto. Fue un abrazo. Entre los unos y los otros, y solo una pequeña minoría quedó al margen de ese gran acuerdo nacional que cerró definitivamente las heridas de la Guerra Civil y de la dictadura franquista. Por eso, es tan lamentable que el mismo PSOE que contribuyó a fraguar ese abrazo se haya ido ahora al extrarradio ideológico a hacer suyas las ideas residuales y extremistas que entonces quedaron excluidas. Aquella izquierda antisistema que nunca le perdonó a Carrillo que aceptara la bandera nacional y la monarquía gobierna hoy nuestro país y aplica su venganza histórica con precisión quirúrgica, por utilizar una expresión que ha gozado de fortuna en las últimas semanas.
Más allá de la efervescencia emocional de estas horas aciagas, lo de ayer en el Congreso es de una enorme gravedad y pone a nuestro país delante de una crisis institucional muy peligrosa, cuyas consecuencias pueden provocar la destrucción del estado democrático liberal surgido de ese abrazo de la Transición. Y lo peor es que el Gobierno no retuerce las costuras de nuestro Estado de Derecho por convicción o porque quiera pacificar región alguna de nuestro país. Lo hace por necesidad y por pura estrategia. En esto, Sánchez también sigue la estela de su mentor político, José Luis Rodríguez Zapatero, cuando le reconoció a Iñaki Gabilondo que le convenía “más tensión” de cara a la campaña electoral de 2008. El PSOE ganó aquellas elecciones, y Sánchez, aupado en la dialéctica del combate y la polarización, pretende repetir la machada para añadir una nueva página en el Manual de Resistencia que se hizo escribir.
El PSOE de Sánchez, que no es otra cosa distinta del PSOE de Vara y Page, del PSOE del dóberman, de Filesa y del Gal, sabe que provocando al PP y a Vox conseguirá el objetivo de ensuciar el tablero de juego y delimitar la partida en el marco mental en el que mejor se mueven: el del tú o yo, el bueno y el malo, los pobres y los ricos, los demócratas y los fascistas, y en ese plan. Fuera matices, argumentos, razones o disensos. La política es ahora un tuit deshilachado.
Por todo ello, harían bien los dirigentes de la oposición política en rebatir la premisa y salirse de ese campo de juego. Basta aplicar la razón y dejar que la verdad haga su trabajo. Y defender el Estado de Derecho desde lo institucional, que es el verdadero enemigo de toda esta nueva izquierda profundamente iliberal. Porque si el Gobierno está deslegitimando el poder judicial, la oposición debe legitimarlo. Defender las institucionales desde lo institucional, esa parece ser la clave; y hacerlo sin miedo a decir la verdad, con la razón en la boca y la paciencia en el corazón.
«Basta aplicar la razón y dejar que la verdad haga su trabajo. Y defender el Estado de Derecho desde lo institucional, que es el verdadero enemigo de toda esta nueva izquierda profundamente iliberal».
Es evidente que la astracanada parlamentaria de estos días no tiene un pase. Y argumentos sobran: No se pueden reformar dos leyes orgánicas con un procedimiento como la Proposición de Ley, que elimina los informes preceptivos y hurta a los partidos y a la sociedad del necesario debate; los letrados del congreso advirtieron, además, de la antijuricidad de la propuesta, ya que metía de rondón reformas sustanciales de leyes orgánicas que nada tenían que ver con el Código Penal.
Detrás de esta estrategia de monopolio del legislativo están Laclau y unos cuantos teóricos más de la llamada democracia representativa. El apellido cargándose el nombre. Pretenden eliminar los necesarios controles institucionales que toda democracia se da para evitar autogolpes a lo Castillo, desafíos a lo Trump o asaltos a lo Sánchez. Esos teóricos siempre fueron minoritarios, como los políticos que los defienden. Por eso, el problema no son ellos. No es Iglesias, ni Montero, ni Otegi, ni Junqueras. El problema de España es el PSOE, que ha desertado del abrazo colectivo que nos dimos y pretende inaugurar un mandato constituyente sin respaldo social y sin advertencia previa. Frente a ello, nos queda la razón, que no es poco. Que, en política, lo es casi todo.