La base del ser, dicen los expertos. El don más grande. La vitalidad. Todos lo buscan, con más o menos suerte. Fuimos, somos y seremos creados por él. “El mayor regalo es el amor”, dice Tim Guènard. Abandonado y maltratado por sus padres, la vida le golpeó fuerte hasta partirle 55 huesos de su cuerpo. La soledad terminó de remartarle, pero su suerte empezó a cambiar con 16 años. Una juez y un sacerdote dominico iniciaron su proceso de conversión. Después de conocer la fe, Tim Guènard ha conseguido descubrir un “amor más fuerte que el odio”, como se llama su libro y la conferencia que repite por todo el mundo. Desde entonces su vida cambió.
El amor, lo que consiguió dar sentido a la vida de Tim Guènard, es sencillo en su teoría, pero se torna terriblemente complicado cuando el ser humano se encuentra ante la incapacidad de comprenderlo. Es una grandeza tal que se escapa a lo intelectual. Por amor se da la vida, por amor un acto aparentemente irracional, de repente, cobra sentido. Nadie lo entiende de una forma exacta.
Mirada21.es ha preguntado a los jóvenes sobre la necesidad que tiene el ser humano de que el amor esté presente en sus vidas. Según las encuestas realizadas, un 14,6% afirman que sí se puede vivir sin amor, mientras que un 85,4% dice que no.
Según Mar Cabezas, profesora de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, la persona, biológicamente, necesita que “le quieran y le cuiden desde que nace hasta que muere”. Además, Ángel Barahona, director de Formación Humanística de la Universidad Francisco de Vitoria, afirma que es “imposible” la vida de un ser humano que no es amado. “La gente sin amor se deprime”, explica.
Otra cuestión es si el amor puede doler. El 62,8% votó que sí y un 37,2% declaró que no. Uno de los participantes declaró que se enamoró de una persona que le utilizó y le manipuló psicológicamente. Al tiempo, se dio cuenta de que no estaba enamorado y que se conformaba con su afecto.
Según los expertos consultados, el amor es una de las cuestiones más complejas del ser humano. Cabezas lo define como “lo contrario al miedo”. Para ella, amar a alguien es sentir seguridad al lado de esa persona, una total confianza. Sin embargo, Ángel Barahona ve el amor como sinónimo de “entrega”.
Además, Cabezas explica que el amor “parte de uno mismo” .“No puedes amar bien a otro si no te quieres a ti bien primero. Si no tienes tu autoestima bien, si no te cuidas a ti. Una vez que te cuidas a ti mismo, puedes darte bien a los demás”, añade. Ángel Barahona define el amor como “un aprendizaje”. “Estamos acostumbrados a que el amor sea mágico, pero eso no es real. El verdadero amor tiene que evolucionar. La magia no existe, la magia se da con años”, asegura.
Según Barahona, muchas de las relaciones amorosas son “esporádicas, espásmicas, erotizadas y puramente circunstanciales”. “Estamos creando una sociedad en la que uno no sea capaz de sufrir por alguien. El miedo que tiene el hombre al sufrimiento ha hecho que vaya expulsándose a sí mismo sin esperar nada del otro”, explica Barahona.
La encuesta y los expertos afirman que el amor está presente en el ser humano y que es necesario para vivir. Además, el amor se manifiesta de múltiples formas, aunque hay matices similares. Para comprobar las reflexiones de Barahona, Cabezas y algunos jóvenes, Mirada21.es expone cuatro historias con el fin de contrastar la teoría y la experiencia.
Ana: “Cuando estás enamorada, no concibes tu vida con otra persona distinta”
La vida da sorpresas. Cada persona, al despertar, por mucho que sepa, se encuentra ante la más absoluta ignorancia. Nadie sabe qué le va a ocurrir cuando salga por la puerta, no se puede controlar adónde llevan cada una de las decisiones que se toman. Lo dice la economía: es el coste de oportunidades. Ana llevaba años en una relación consolidada, con una confianza cómoda de esas que quitan el miedo al silencio. De repente, un pensamiento apareció y retumbó hasta descolocar todo: “¿Estás enamorada o te has acostumbrado?”.
Hace 17 años, en 2003, Ana estaba en el instituto. Un instituto pequeño en el que todos se conocían. Entonces, llegó Jorge. “Ni siquiera me entró por los ojos”, dice Ana riéndose, pero, a medida que pasaba el tiempo, Jorge se convirtió en más que un amigo. Una relación adolescente que terminó después de dos años de idas y venidas y con un gran cariño entre ambos. Ana tenía delante la época universitaria, que también se tiñó de un amor que al final no funcionó, pero aparecieron Roberto y la idea de boda. Y la pregunta. Ana empezó a dudar, “no me vi en absoluto el resto de mi vida con él”. Entonces, ocurrió eso a lo que los griegos tenían tanto miedo y a lo que cada uno pone nombre como buenamente puede. Destino, casualidad, providencia… Ana se encontró con Jorge en una fiesta. “Estuvimos hablando y hablando hasta las seis de la mañana y se despertó algo, algo que, en realidad, nunca estuvo dormido”. Ana lo dejó todo. Un día buscaba la valentía para casarse, y al día siguiente, el coraje para entender cómo ya no iba a hacerlo. Jorge se encargó de que Ana supiera que él estaba ahí: “llevo 15 años esperándote”.
Ana y Jorge llevan ya dos años juntos, pero, en realidad comparten recuerdos de toda una vida. “Es un amor puro, es como volver al amor inocente”. Ana miraba las fotos de dos quinceañeros ilusionados, 17 años atrás, en un fotomatón y lo tiene claro: “Cuando estás enamorada no concibes tu vida con otra persona distinta”.
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Ana dice haber encontrado un amor que les une “muy muy fuerte”, y coincide con Barahona en que tiene las tres vertientes: la atracción, la amistad y la entrega. Comparte su definición de amor: “Tienes que ser capaz de dar la vida por la otra persona”. A partir de ahí, una vez que se tiene, lo difícil es cuidarlo. Como afirma Barahona, “el amor es aprendizaje”. Se trata de seguir conociendo a la otra persona, respetar su libertad y entender que tú también eres libre. Madurar en el amor. “La magia no existe, la magia se da”.
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Luis: “Con el bullying descubrí a mis amigos”
La confianza a ciegas, la seguridad, el contenedor de los problemas, los viernes de fiesta, las conversaciones de da igual qué o quién, los viajes, la familia… La amistad del colegio, la universidad, el barrio o los veraneos en la playa. Aparece como por arte de magia, temprano o tarde, pero su necesidad es tan simple como necesaria. Luis tiene 22 años y, tarde, la amistad apareció como un “salvavidas”. El que era su mejor amigo de la infancia dejó de serlo en sexto de Primaria por una discusión. Luis comenzó a ser objeto de desprecios e insultos por parte de toda su clase durante los dos años siguientes, y “no se daba cuenta” por su “inocencia e inmadurez”. En segundo de la ESO fue cambiado de clase y su soledad comenzó a ver luz. Aunque le costó adaptarse, conoció a un grupo de chicos que le “salvaron la vida”. Comenzó a sentirse acompañado, apoyado y, no mucho más tarde, descubrió el significado de la amistad. Todo “era nuevo” para él, fuera de casa nunca había sentido lo que un grupo de chicos comenzaron a entregarle.
El bullying que sufrió desarrolló un “nuevo Luis”, “más atento, más maduro y más desconfiado”, aunque gracias a él conoció a las personas que conservará “para toda la vida”. Después de nueve años, estudia en la universidad y, para él, “la amistad en su infancia no existió”. Sus amigos han sido su “mayor suerte”, y gracias a ellos ha conseguido sentirse arropado, protegido, ayudado, escuchado y apoyado. Ahora, Luis agradece a la amistad su felicidad en su adolescencia.
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Luis ha experimentado que el sufrimiento no ha sido en vano y que en él ha encontrado algo bueno. “El miedo que tiene el hombre expulsándose a sí mismo sin esperar nada del otro”, afirma Barahona. Además, reconoce que actualmente no “está de moda” sufrir. “Estamos creando una sociedad que no sea capaz de sufrir por alguien”, reconoce Barahona.
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Marcos: “Si Dios no fuera más potente que la caricia de una mujer, sería un loco sometido a vivir un martirio”
Desde pequeño, Marcos ha vivido en un entorno cristiano, aunque “nada fuera de lo normal”, es decir, ir a misa los domingos, recibir las catequesis de primera comunión… “Mi relación con Dios nunca había sido algo especial, aunque cuando me explicaban de pequeño las misiones, sentía la necesidad de ir”, reconoce. Además, recuerda tener la sensación de querer ser querido. “Recuerdo que, en mi infancia, siempre tuve el deseo de ser el preferido”, explica riéndose. Cuando llegó la adolescencia, se fue alejando poco a poco de la Iglesia. “No fue un cambio drástico, pero sí que comenzaba a creer que esto no era para mí”, explica.
Cuando empezó la carrera de Arquitectura, comenzó una relación sentimental. “Al salir con María, yo me sentía querido, pero no era suficiente, siempre quería más y más”, explica. Era como “un pozo sin fondo”. Como cualquier joven, la fiesta era una de sus diversiones, aunque reconoce que aunque ahora lo ve como una anestesia, en ese momento creía que era su medicina. “Cuando estaba mal, me decía a mí mismo: Tranquilo Marcos, el viernes sales y se soluciona”, explica. “Recuerdo que en las fiestas estaba bien, pero al día siguiente la tristeza era más grande que los días anteriores, y me metía en un bucle”, añade. Esto, junto con el alcohol y alguna que otra consumición, hizo que su deseo y ganas de vivir desaparecieran. “El amor pasó a ser una cosa cursi y no tenía ganas de nada. Yo vivía de la inercia. Me conformaba con una chica que me diera cariño y un buen trabajo”, explica.
Al cabo de unos años, un amigo le invitó a una eucaristía con más jóvenes y su vida cambió. “Al escuchar que Dios me amaba radical y totalmente hasta dar su vida y que mi sufrimiento también era el suyo, me desarmé. Toda mi vida había buscado eso”, explica. “Un sacerdote me preguntó que si yo había sufrido tanto, cuántos jóvenes también lo estarían en este momento, y sentí una radical llamada a la entrega, al amor”, añade. Unos meses más tarde, decidió entrar en el seminario y responder a la llamada y el deseo de su corazón.
“Yo no me siento un hombre reprimido”, explica. Además, reconoce que las catequesis sobre la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II le han ayudado mucho a abrazar y defender su vocación. “El impulso sexual está en todo hombre, pero hay que saber integrarlo y ordenarlo”, afirma. “A mí me gustan las mujeres, pero dentro hay un deseo aún más grande de la entrega por amor a la humanidad”, afirma. “Si Dios no fuera más potente que la caricia de una mujer, sería un loco sometido a vivir un martirio”, explica. “Al final, la vocación es siempre al amor, luego ya se concreta en la vida consagrada o en el matrimonio, pero la llamada es la misma”, concluye.
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Barahona afirma que la vida consagrada supone la misma entrega y acogida que el resto de relaciones. Además, utiliza el ejemplo de una monja que se siente igual de amada que otro tipo de relación. «Creo que todo el mundo anhela sentirse así», explica.
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Marta: “Nosotros estamos felices de traer hijos al mundo porque, al final, nacen para no morir nunca”
Marta está casada con Juan y tienen cuatro hijos. Su sueño siempre fue formar una familia. “Desde pequeña tenía el deseo de casarme y tener hijos, es algo que tenía muy claro”, explica. Al cabo de dos años de matrimonio, Juan y María esperaban su primer hijo. “Durante tercer mes de embarazo nos dijeron que el niño venía con problemas y que era mejor no continuar con el embarazo, pero nosotros lo teníamos claro”, afirma. Fue un tiempo de combate porque María y Juan luchaban contra todo pronóstico para que su hijo naciera bien. “Queríamos mostrarle a Juanito que lo queríamos desde ya y, cuando nació prematuramente, estuvo acompañado de toda su familia”, comenta. Fueron momentos difíciles porque Juanito dejó de respirar tres días después. “Sabíamos que en cualquier momento se podía ir, por eso quisimos vivir ese tiempo con la mayor intensidad y entrega posible”, afirma. María reconoce que no es una situación fácil y que, en ocasiones, tenía la tentación de tirar la toalla. “Ante estos acontecimientos, tienes dos opciones, o tirar la toalla, o defender el amor verdadero. Nosotros elegimos la segunda opción porque es cierto que el sufrimiento va a estar en las dos decisiones, pero la forma de vivirlo es radicalmente distinto”, añade.
Cuando tuvo a Manuela, su tercera hija, tuvo que abandonar su trabajo para cuidarlos. “Llegó un punto que mi trabajo me impedía desempeñar plenamente mi papel de madre”, explica. Al rechazar su puesto de trabajo y dedicarse a la educación de sus hijos, pudo sentirse realizada. “No me siento menos mujer ni menos útil por dejar mi trabajo. Me siento útil cuando me entrego como madre a mis hijos”, afirma. Mucha gente de su entorno no estuvo de acuerdo con la decisión, y sus compañeros de trabajo criticaron su postura. “Cuando quieres algo, no te supone una renuncia, todo lo contrario, es decir sí al amor verdadero, la entrega a ellos”, explica.
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La entrega es la constante de la vida de María y Juan. “La etapa de la entrega tiene que ver con la libertad del otro, es decir, pasar al otro por encima de tu voluntad y tu razón. En definitiva, vivir para el otro”, afirma Barahona.
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Sin embargo, María reconoce que la vida de su familia está llena de “bendiciones”. “Nosotros estamos felices de traer hijos al mundo porque, al final, nacen para no morir nunca”, explica. “No podemos rechazar ningún acontecimiento de nuestra historia porque, al haber estado presente el amor, ha tenido sentido”, añade. Además, afirma que compartirlo con Juan es lo mejor de todo. “Sin Juan, todo esto no existiría ni tendría sentido. No concibo una vida sin él”, admite. “Cuando das amor sin recibir nada a cambio reconforta todo tu ser”, concluye.