¡Ya está bien! Como español, siento vergüenza por la actitud y las posiciones de mi Gobierno en relación con Venezuela. Cuando Europa esperaba un gesto de España en favor de la libertad… tardó una semana en apoyar a Guaidó, y, a día de hoy, todavía la embajada de Venezuela en Madrid la ocupa el representante del tirano Maduro. España no ha prestado, expresa e individualmente, su apoyo al Grupo de Lima, tan solo lo ha hecho diluido en el conjunto de la UE. Hace diez días, no solo no hubo presencia oficial española en apoyo de la entrega de la ayuda humanitaria que se quiso prestar a los venezolanos, sino que, además, un indigno -por ello- ministro español de Exteriores censuró la presencia de europarlamentarios españoles allí en apoyo de Guaidó.
El pasado miércoles, cuando el presidente de Perú, en el Parlamento de España, defendió la solidaridad con Venezuela, esa caterva de impresentables del banco azul y de los grupos parlamentarios que lo apoyan se negaron a aplaudir al señor Vizcarra, en un gesto que, además de mala educación y de grosería, es repugnante para cualquiera que se considere hombre de bien… Y es que se demuestra, una vez más, que a esa parte de la izquierda española le queda todavía mucho por aprender en materia de defensa de la Libertad. Y para colmo, nuestro indigno Gobierno de España, horas después, exigió que se suprimiera la palabra “Venezuela” en los brindis de la cena de gala que Felipe VI ofreció al presidente peruano. Pero ¿quién se cree que es este tipo que habita en La Moncloa? ¿Sabe qué es Venezuela y cuál es la historia de ese pueblo? Es más, ¿conoce las vinculaciones históricas, y de todo tipo, que los españoles tenemos con los pueblos de América?
Venezuela es parte de nuestra Historia. Esos, parece que muy ignorantes, que se reúnen los viernes en La Moncloa deberían saber que aquello no fue una colonia. Que cuando Colón viajó y llegó a aquellas tierras, lo hizo previa exigencia de Isabel de Castilla de que los habitantes que encontrara allá deberían ser incorporados como súbditos de la Corona (entonces de Castilla) e instruidos en la fe cristiana, porque esa era, para la Reina Católica, la base fundamental en la concepción de su Estado y de su poder. Y esa concepción heredarían y asumirían, sin albergar duda alguna, su nieto Carlos, su bisnieto Felipe y los siguientes monarcas de la ya corona española. Durante los siguientes tres siglos largos aquellas tierras eran Hispanoamérica, es decir, formaban parte de España.
Más aún, las conocidas como guerras de emancipación americana (1810-1824) fueron, en realidad, guerras civiles entre los españoles peninsulares y los españoles de América. Ítem más, prueba de que, aun en esos años, se consideraba a los de allá españoles es que la Constitución de 1812 afirmaba que “la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”, en sus títulos I y II dejaba claro que los territorios de América eran España y la firmaron unos diputados entre los que muchos eran representantes de los territorios del otro lado del Atlántico, como, por ejemplo, Esteban de Palacios que, ojo, era diputado de España por Venezuela. No, no eran colonias. Así, no hubo diputados en la Cámara de los Comunes por los territorios británicos de ultramar. Tampoco acogería la Asamblea Nacional de Francia, hasta 1946, representantes de fuera de la metrópoli. Y es que para París o Londres sus territorios lejos de Europa sí eran colonias. Pero Venezuela, como el resto de Hispanoamérica, era España y este impresentable gobierno de la que muchos de allá consideran aún hoy su Madre Patria quiere ignorarlo y se olvida de la suerte de tan noble pueblo, de su libertad y del futuro de nuestros hermanos venezolanos que los españoles de bien sentimos tan cercanos a nosotros.
Es vergonzoso, es indignante y mancha el nombre de España.