Mariví Méndez, pintora y ceramista, es parte de la constelación de artesanos de la Comunidad de Madrid. Hace años, Méndez trasladó su arte al diseño de moda, realizando pintura a mano alzada sobre textil y complementos. A día de hoy, cuenta con una tienda-taller en la calle Martín Vargas, 24, en Madrid. Además, participa, habitualmente, en la Feria de Artesanías de la Comunidad de Madrid que reúne a los miembros de la Asociación Madrileña de Oficios Artesanos (AMOA) y a artesanos del resto de España en el Paseo de Recoletos. Su trabajo en el mundo artesanal le ha permitido desarrollar una fructífera trayectoria profesional como pintora. Mariví Méndez ha contado a Mirada 21 su trayectoria.
Apasionada por la pintura
“Mi historia comienza desde muy pequeña, en un pueblo de León”, cuenta Mariví Méndez. Sus padres eran ganaderos. Ella era su única hija y su padre, principalmente, había determinado que debía ser telefonista o secretaria de dirección. Sin embargo, la pasión de Mariví era la pintura.
Nadie en su familia se dedicaba al arte, si bien, sus abuelas sabían coser, bordar y preparar repostería, como la mayoría de las mujeres de aquellos tiempos. En este ambiente, Méndez fue desarrollando sus dotes artísticas, por ejemplo, aprendiendo a confeccionar ella misma el ajuar de sus muñecas o fabricando muñecos “chicos” para organizar bodas.
Cierto día encontró tirado el recorte de una revista que ofrecía un curso de dibujo y pintura por correspondencia. Ella solo tenía 9 años, pero quería formarse y no dudó en inscribirse. Entonces, llegó el mensajero con todo el material de trabajo y quedó pasmado al verla tan pequeña, pero mayor fue el pasmo de su padre al ver llegar todas esas cosas para su hija. No estaba entre sus planes que su hija fuese pintora, y Mariví tuvo que luchar contra sus deseos. Esta oposición terminó siendo un incentivo para su vocación, pues quería demostrarles que sí podría realizar sus sueños. “Yo me decía: bueno, vale, voy a ir formándome y ya veremos qué hago de mayor”, cuenta Méndez.
Mariví Méndez recuerda lo que ocurrió cuando tenía 10 años: «Mis padres hicieron una ampliación de la cuadra de las vacas, y yo vi toda una pared pintada de blanco, y ahí pinté, totalmente, motivos como un pastor con una oveja al hombro, un señor esparciendo grano, como sembrando trigo, pero a mano, el “se busca”, el Jesucristo aquél de no se qué… bueno, llené aquella pared en blanco”. Además, a partir de ahí, llegó a pintar el retablo de una iglesia.
A pesar de todo, destaca: “Hice lo que mis padres me dijeron porque era una buena niña, entonces estudié lo que ellos quisieron. Ejercí en un gabinete durante un mes, pero luego me retiré —imagínate la que se lio en mi casa—. Y me fui a trabajar de auxiliar de cocina, pero ahí era feliz porque creaba. Estaba creando, ensaladas, el buffet… y era una maravilla”.
Méndez también destaca cuándo inició su estudios: “Me vengo a Madrid con el deseo de formarme, y ahí, con 20 años, inicié mi formación”. Recibió clases de pintura, para pintar cuadros, durante 14 años. Rápidamente comenzó a hacer exposiciones, pues llevaba muchos años siendo autodidacta. Después, en paralelo, se hizo ceramista, y recibió cinco años de formación en la escuela de cerámica. Desarrolló una colección muy amplia de pendientes y colgantes de cerámica que ahora solo están en su tienda-taller.
La separación fue un punto de inflexión para Méndez: “Un buen día me separo, con una niña de nueve años, y ahí mi economía no podía estar en el aire dependiendo de si vendía o no vendía en la exposición. Debía conseguir pagar mis facturas”.
“Entonces, uno se tiene que reinventar y yo me reinventé. Apareció en mi cabeza la idea de: llévate el arte de paseo por las ciudades del mundo, que no se quede en una pared, que no se quede en un cuadro; que los árboles se vayan andando, que las pinturas sobre los pantis vayan en nuestras piernas y se vayan caminando, qué mejor, ¿no?”, añade Méndez.
De esta manera, Mariví Méndez comenzó a trasladar la pintura a otro medio: “Yo ya la trasladaba, porque cuando hacía una exposición de pintura me hacía mi modelito para la inauguración y me lo pintaba. Entonces, claro, venía la gente a ver mi exposición y es verdad que los cuadros —pinto muy colorista—, tenían sus personas fan. Pero frente a mi vestuario de la inauguración era todo el mundo: “¡guau, yo quiero, yo quiero!”. “Ya no quiero que me regales nada para mi cumpleaños, píntame la ropa”, decían mis amigas. Así fue como empecé a trasladar la pintura a las prendas de vestir”, añade.
Sobre su fuente de inspiración, Mariví Méndez destaca: “Pinto muchos bosques y a mí lo que me inspira, realmente, es la naturaleza, el mar o el fondo del mar… Pinto cuadros con una vista marina en un vestido o pinto lo que hay bajo el mar: medusas, caballitos de mar… La naturaleza es lo que me inspira”.
«Llévate el arte de paseo por las ciudades del mundo, que no se quede en una pared, que no se quede en un cuadro; que los árboles se vayan andando, que las pinturas sobre los pantis vayan en nuestras piernas y se vayan caminando, qué mejor, ¿no?»
Enseñanzas del camino
La trayectoria profesional de Mariví Méndez pone de manifiesto que como artista y artesana ha adquirido una destreza y cualidades que la enriquecen como persona a base de esfuerzo y sacrificio. Ciertamente, la vocación de Méndez es el arte, no la artesanía: “No soy diseñadora textil, yo soy pintora. Soy pintora cuando pinto sobre una prenda o cuando pinto sobre un cuadro porque, al final, lo que hago es que cojo una prenda que confecciono, que diseño, que hago, y pinto un bosque sobre la cazadora haciendo que el fondo de ese cuadro sea la propia tela y pinto el bosque igual que lo pintaría en un cuadro, pero utilizando el fondo que ya tiene la tela”. Por lo tanto, fueron las labores aprendidas en su hogar a los pies de sus abuelas y el resto de las habilidades adquiridas en el trabajo del día a día lo que le ha permitido esta nueva versatilidad como artista y el perfeccionamiento de su arte. “He conseguido pintar con espátula sobre prendas de vestir”, declara Méndez satisfecha.
Aun más, para Mariví Méndez el trabajo no está desvinculado de su vida personal. Para ella no existen domingos, ni puentes, ni festivos que la “liberen del trabajo”, pues lo que más disfruta en el mundo es llegar a su tienda-taller y encerrarse todo el día a pintar: “Puedo pasarme muchas horas pintando sin acordarme si quiera de comer”. Y cuando deje de trabajar su ideal sería retirarse a pintar cuadros. Por eso, Mariví anima a que los jóvenes sigan el camino que les apasiona, aquello que verdaderamente los realiza, en lugar de hacer una elección profesional meramente utilitarista. A ella le gustaría decir a los padres que “si tu hijo quiere ser peluquero, déjale ser peluquero, porque si le gusta será un gran peluquero, disfrutará con su trabajo, o incluso puede crear nuevas tendencias”.
Mariví Méndez pone la mirada sobre el consumismo tan presente en la sociedad actual, y señala la diferencia que existe entre sus prendas artesanales y la ropa de los grandes almacenes: “Ni las prendas que tengo yo, ni las que tienen mis clientes van a la basura, por ahí ya empezamos a cuidar el planeta. Porque una prenda pintada con amor y que te has comprado, aunque no te sirva, pintada, la sigues teniendo en tu armario, no la tiras. Con lo cual, punto número uno, no va al vertedero”. Punto número dos, continúa Méndez, sus productos son completamente personalizados. Esto quiere decir que son hechos por una persona para otra persona. Todo lo contrario a la confección masiva de miles de piezas de ropa idénticas en las grandes fábricas textiles realizadas por máquinas o personas que realizan su labor de forma automatizada. En el pequeño taller de Mariví las cosas funcionan justo al revés. Cada prenda es única. El corte, la costura y la pintura, aunque tengan el mismo patrón, nunca son la misma prenda. Siempre tienen un toque diferencial, pues Mariví confecciona y pinta cada una de ellas, ¡es imposible que parezcan clonadas! Con todo, su secreto es más profundo y consiste en que elabora cada una de sus peculiares obras artísticas pensando con cariño en la persona, aun desconocida, destinada a lucirlas. Puede, literalmente, cuando alguna persona escoge una prenda de su colección, decirle con alegría: “¡adelante, la he hecho justo para ti!”.
Frente a la concepción actual, la historia de Mariví Méndez permite vislumbrar valores del trabajo como la constancia y la destreza, el precio de un objeto bello y que perdura, así como una visión vocacional de la profesión que realiza a la persona. No es la concepción habitual, pero existen Mariví y otros artistas y artesanos que rescatan estos valores de antaño.