No es un error más

- PENSAMIENTO - 23 de noviembre de 2022

La verdad es que, de todas las cesiones que el presidente del Gobierno ha ido realizando a sus imprescindibles socios de legislatura, acaso ninguna resulte tan absolutamente impropia como la de ponerle a Bildu-Batasuna-ETA la cabeza de la Guardia Civil de Navarra en su sangrienta bandeja. Es impropio porque Sánchez está resquebrajando la legitimidad moral del Estado de derecho y de la democracia española, que durante lustros se sustentó en la dignidad con la que los agentes de la Benemérita desempeñaron su papel en el País Vasco y Navarra. No se jugaron la vida, no fue un juego: la arriesgaron y muchos la perdieron por defender el marco de libertades constitucionales de los ciudadanos. Es más, por defender la vida de muchos dirigentes políticos del mismo partido que acaba de traicionarlos ante los amigos de aquellos que los asesinaron. ¿En qué momento el presidente del Gobierno es capaz de orillar todo resquicio moral para dar luz verde a una ignominia así?

Yo no creo que Sánchez esté loco, ni siquiera pienso que busque deliberadamente el mal del país que dirige. Soy capaz de admitir, pese a la contundencia de sus desmanes, la posibilidad de que crea firmemente que hace lo correcto. Pero eso no le libera de la culpa, sino que lo apuntala como alguien cuya conciencia está tan averiada que no es capaz ya de distinguir el bien del mal, ni siquiera cuando el juicio moral no admite interpretación alguna, como es el caso.

«No es un error más, es un escándalo de otra dimensión, de una profundidad superlativa».

La banda terrorista ETA asesinó a 203 guardias civiles, 14 de ellos en Navarra. Son Manuel López González, Sebastián Arroyo González, Francisco Puig Mestre, Francisco Ramón Ruiz Fernández, Juan García González, Antonio Conejo Salguero, Fidel Cázaro Aparicio, Luis Ollo Ochoa, Juan Atarés Peña, Antonio Fernández Álvarez, José Antonio Ferri Pérez, Julio Gangoso Otero, José Luis Hervás Mañas y Juan Carlos Beiro Monte. Sus nombres no son un símbolo, no constituyen un etéreo recordatorio; son mucho más que eso: son, junto con el del resto de víctimas del terrorismo, el pilar sobre el que se construye la dignidad de nuestro país. De ahí la vileza de esta decisión.

Y la rapidez con la que la sociedad española está digiriendo el atropello es sintomático. El gran hito de Sánchez es acostumbrarnos tanto a la mentira que ya nada nos sorprende. Es sabido el contorsionismo ideológico del presidente, lo que es triste es la flexibilidad con la que vamos aceptando sus trágalas. Convertimos cada escándalo en un titular que nace y se desvanece, a la espera del siguiente. No nos damos tiempo para analizar cada tropelía.

Por eso, ahora que Sánchez ha pactado con los amigos de ETA la salida de la Guardia Civil de Tráfico de Navarra, convendría que retuviéramos la ignominia en la memoria, que no fuera un escándalo más, que no lo añadiéramos con apatía y costumbre a la lista de errores del Gobierno. No es un error más, es un escándalo de otra dimensión, de una profundidad superlativa.

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