Todos los caminos llevan a Javier

- Desmarcar - 22 de febrero de 2019

Viernes, tres de la tarde. Alrededor de 200 alumnos y varios profesores de la Universidad Francisco de Vitoria (UFV) caminan por el campus vestidos de peregrinos, con macutos a la espalda y una sonrisa en la cara. Llenan la entrada del edificio H, junto con los tres autocares que se convertirían en cuna de muchas amistades. Equipaje al maletero, risas como sonido ambiente y un destino: Javier, Navarra.

Se trata de la primera Javierada organizada por la Universidad Francisco de Vitoria. Es una peregrinación al Castillo de San Javier, lugar donde nació y vivió el santo del mismo nombre. Además de ser el lugar destino, constituye un Bien de Interés Cultural, es decir, se trata de un lugar considerado como patrimonio histórico español.

Tras más de cinco horas de viaje, habían llegado a Lumbier, un pueblo en Navarra. Con todo preparado, el saco de dormir extendido en el suelo y un cansancio que se hacía cada vez más evidente, poco a poco se hizo el silencio y se apagaron las luces. Entonces llegó el frío, que permaneció toda la noche. Conquistó también las conversaciones de todos a la mañana siguiente, porque fue el culpable de que los bostezos y las ojeras fueran maquillaje natural de los peregrinos.

Así, con sueño y frío, el camino comenzó. La niebla marcó los primeros kilómetros, en los que los caminantes decidieron reflexionar en silencio. Cuando esta empezó a desvanecerse, dio paso a increíbles paisajes como el de la Foz de Lumbier, un paraje rocoso que acogía un río entre las dos altas laderas de la montaña. El sendero siguió dentro de una húmeda cueva hasta que saludó a las carreteras, que serían la estampa definitiva hasta llegar a Javier.

Durante el camino, los peregrinos hicieron varias paradas que servían para mezclar compañías y retomar el paso con nuevos compañeros de conversación. De repente, la señal de Javier. Ya estaban dentro del municipio y en pocos minutos pudieron ver el Castillo de San Javier a lo lejos. Ya habían llegado. La enorme plaza estaba vacía y la niebla ya era agua pasada. El sol, las risas y una oleada de mochilas, que quedaron inmortalizados en una foto, acompañaban ahora a la paz y tranquilidad del entorno.

Después de la comida que les esperaba en el albergue donde pasaron la noche, los alumnos, profesores y sacerdotes que asistieron a la peregrinación acudieron a una charla sobre la importancia de la ilusión en la vida, “la llave de la felicidad”. Media hora después, se celebró una misa en la misma capilla en la que nació San Francisco Javier, el apóstol de las Indias. Vuelta al jaleo del comedor y, pasada la cena, se preparó una hora santa voluntaria que cerró la jornada. Anocheció y, esta vez ya con calefacción, el sueño fue protagonista de la escena.

El viaje se cerró con una breve visita a la Basílica del Pilar en Zaragoza, donde se celebró la última misa. De vuelta a Madrid, con más de cinco horas por delante, los autocares arrancaron. Se despedían de ese fin de semana que quedó para el recuerdo como lugar de “convivencia, amistades y unión”. Otra vez frente al edificio H, domingo a las diez de la noche.