Yemen lleva seis años en guerra. La ONU ha calificado su situación como “la peor crisis humanitaria del mundo”: casi el 80% de la población -más de 24 millones de personas- dependen de recibir ayuda y protección internacional. Sin embargo, esta ayuda no llega o no es suficiente: 12 de los 38 programas principales de la ONU están cerrados o se han reducido drásticamente y, entre agosto y septiembre, 20 de los proyectos afrontaron nuevas reducciones o cierres debido a la pandemia del coronavirus. A esto hay que sumar el desconocimiento que la población de los países de Occidente tiene sobre el tema y la falta de cobertura y espacio que los medios le han dado, lo que hace que la ciudadanía yemení esté aún más desamparada.
Los niños son siempre uno de los sectores de la población más vulnerables y que más sufren en los conflictos bélicos, y Yemen es uno de los ejemplos más recientes de ello: varias agencias de la ONU han advertido esta semana de que los casos de desnutrición aguda han aumentado un 10% entre los niños menores de cinco años en el sur de Yemen (superando ya el millón), y en algunos distritos han detectado tasas de hambre sin precedentes.
Otro de los grandes problemas que trae la guerra para las niñas, en este caso, es el matrimonio infantil: de acuerdo con datos de Naciones Unidas, los matrimonios forzados en niñas de entre 15 y 19 años aumentaron un 66% en 2017. La falta de recursos y el empobrecimiento de las familias las hace depender de la dote de sus hijas para poder sobrevivir, lo que provoca que esta tasa vaya cada vez más en aumento.
En 2017, también ocurrió una de las epidemias de cólera más grandes hasta la fecha, provocada por el escaso acceso a agua potable y la destrucción de las principales obras de saneamiento. A día de hoy, hay diagnosticados más de un millón de casos, y 2.300 personas han muerto por esta enfermedad desde abril de 2017. Ahora, además, tienen que lidiar con el coronavirus.
#Yemen vive el peor brote de cólera en el mundo. https://t.co/vcDe19b73L pic.twitter.com/3E6O8mHbfY
— Naciones Unidas (@ONU_es) July 26, 2017
Hay niños que llevan seis años sin ir a la escuela porque los edificios están destruidos, pero también porque no es seguro. Además hay quienes no saben lo que es ir a al colegio; nunca han conocido una vida sin guerra.
Los niños, sin infancia
La mayoría de niños en Yemen son obligados a luchar para uno u otro bando, a vivir la guerra desde el frente, y esto les hace pasar por experiencias que les acompañan durante el resto de sus vidas. Un artículo publicado por Unicef, con motivo del Día Internacional Contra el uso del Niño Soldado, relata cómo estos niños, a pesar de todo lo que han vivido, siguen necesitando amor y seguridad, pero siempre tendrán las secuelas propias de las experiencias que han pasado.
Estas secuelas pueden ser tanto físicas (heridas sufridas en el campo de batalla, mutilaciones fruto de torturas de sus jefes o, en el caso de las niñas, embarazos provocados por abusos sexuales), como emocionales (en muchos casos, el primer acto violento que son obligados a cometer es el asesinato de sus padres, para romper el vínculo familiar, por lo que necesitan apoyo psicológico para poder seguir adelante).
En otras ocasiones, estos niños también tienen mucha dificultad para salir de la espiral de violencia en la que los han introducido y poder volver a su casa, y en esto confluyen varias razones:
- Han pasado en el grupo o fuerza armada los años en los que desarrollan su personalidad, por tanto, han aprendido a convivir en un entorno jerárquico y de violencia, y es lo que entienden como normal.
- No saben dónde están su familia y comunidad y, cuando los encuentran, a veces estos los rechazan por su pasado -tienen miedo a que los ataquen o no aceptan a las niñas cuando vuelven con hijos que han tenido durante su ausencia-.
- No han podido ir a la escuela, y esto hace que sus oportunidades de un futuro mejor se reduzcan.
Combatir el coronavirus sin recursos para hacerlo
La pandemia de la Covid-19 ya ha dejado 44 millones de afectados en todo el mundo, y en ese mundo está incluido Yemen. El problema es que allí la mayoría de hospitales están destrozados, apenas hay acceso a agua potable y no pueden mantener las medidas mínimas necesarias para disminuir la propagación del virus.
Los datos oficiales de contagiados son de unos 2.000, pero el secretario general de la ONU, António Guterres, afirmó durante un evento organizado en septiembre para pedir el apoyo internacional a Yemen que esta cifra sería de más de un millón, según estudios de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. Este número de infectados supondría una tasa de mortalidad del 30%, según calcula la Universidad John Hopkings.
Otro de los motivos por los que el coronavirus está teniendo tanta incidencia es que la mayoría de la población civil ha tenido que desplazarse, y menos del 5% de estas personas tienen acceso regular a una letrina. El mayor campo de desplazados del país, Al Jufaina, está en Mareb y en él viven 40.000 desplazados; pero la mayoría de los 140 asentamientos localizados por la ONU son solo grupos de familias en edificios abandonados y sin ningún tipo de servicios.
Guterres propuso a los bandos enfrentados un alto el fuego en el marco de la pandemia, y ambas partes aceptaron. Sin embargo, en la práctica, la violencia no ha cesado y una de cada cuatro víctimas civiles murió o resultó herida dentro de su casa. Además, a la falta de hospitales se suma la falta de médicos que quieran o puedan tratar a los enfermos de Covid-19 porque carecen de medios para protegerse ante el virus.
Un Estado fallido
Yemen, como otros muchos Estados, no es un país porque su población así lo decidiera y lo sintiera. Estuvo divido durante muchos años y, al igual que ocurrió en Alemania, quedó unificado tras la caída del Muro de Berlín y la URSS.
Durante unos años, hubo una especie de paz intranquila, pero llegó 2011 y la Primavera Árabe también tuvo su impacto en Yemen; la población salió a la calle y consiguió la dimisión del presidente autoritario Ali Abdullah Saleh. Abdrabbuh Mansour Hadi, vicepresidente de Saleh hasta la dimisión de este, fue nombrado su sustituto, pero tuvo que hacer frente a muchos problemas. Entre estos están los ataques del grupo terrorista Al Qaeda en la Península Arábiga; la corrupción y la inseguridad alimentaria que había en toda la región; un movimiento separatista en el sur del país, apoyado también por Al Qaeda; y el hecho de que muchos militares seguían siendo leales a Saleh.
Es en este momento cuando los hutíes, un movimiento que defiende a la minoría chií zaidí, tomaron el control de la provincia septentrional de Saada y otras zonas cercanas. Con el tiempo, fueron sumando más yemenís a sus filas –incluso suníes– y entre finales de 2014 y principios de 2015 tomaron Saná, la capital. El presidente Hadi tuvo que huir al exilio, y es entonces cuando empieza oficialmente la guerra en Yemen.
El conflicto adquirió una escala internacional cuando otros países empezaron a tomar partido. El bando de Hadi cuenta con el apoyo de Arabia Saudí y otros ocho países árabes -mayoritariamente suníes y respaldados por EE.UU., Reino Unido y Francia-; los hutíes están apoyados por Irán, aunque oficialmente este lo niega, y por Saleh hasta 2017, cuando fue asesinado por algunos miembros hutíes.