“Sin periodismo, no hay democracia”, reza el lema más extendido de la profesión. Y la democracia en Afganistán, en base a la cita, está sangrando. 2017 fue el año más sangriento para los periodistas afganos desde 2001 con 20 muertos, según la ONG Comité para la Seguridad de Periodistas Afganos (AJSC, en inglés).
Desde la entrada de las tropas estadounidenses al país, los periodistas han sido perseguidos por los talibanes en toda la nación. En el último año, el asesinato de profesionales a manos del grupo extremista y el autoproclamado Estado Islámico (IS, según sus siglas en inglés) han ascendido en un 54% (13 muertes en 2016).
La mayoría de ejecuciones se produjeron durante ataques directos a las oficinas de los medios de comunicación afganos. En lo dos últimos meses de 2017, Daesh atacó las cunas de dos medios.
Pero la muerte, aunque la peor de todas, no es la única amenaza con la que viven los periodistas. La AJSC también ha indicado en su informe que los secuestros, las intimidaciones y los insultos registrados en 2017 ascienden hasta un total de 169, un 67% más que en 2016.
Un sueño lejano para 2018
La denuncia de AJSC ha caído en saco roto. El 23 de enero, un día antes del patrón de los periodistas Francisco de Sales, de 2018 Reporteros Sin Fronteras (RSF) ha denunciado nuevamente el tiroteo contra un equipo de televisión en la provincia afgana de Nangarhar. Aunque los dos periodistas que viajaban en el vehículo atacado se encuentran ingresados por las heridas sufridas, el conductor murió en el acto.
Además, ese mismo día, un grupo de insurgentes incendió la emisora de Sedai Edelat (La voz de la justicia) en Firuzkoh, capital de la provincia Ghor. En lo que va de 2018, según indica RSF, han muerto dos periodistas, 188 continúan encarcelados y más de 120 internautas también están en prisión.