En un abrir y cerrar de ojos, uno se puede ver en la Fundación Afanias rodeado por una decena y media de personas que, con ojos como platos, bombardean el tranquilo ambiente que se respira en la residencia, con infinitas preguntas que no dan tiempo a procesar. Entre esta multitud, que tiene grandes historias que contar, se encuentra un hombre, con las manos manchadas de pintura y arreglado «para las fotos», que a sus 72 engañosos años destaca por sus dotes artísticas en la pintura, escritura y fotografía.
La entrevista tiene lugar en el comedor de Afanias. El sobrio naranja de las paredes gana color al complementarse con los colores vívidos de los cuadros de Ángel Sánchez Cabeza. «Llevo entre 20 y 25 años pintando», afirma el pintor a la vez que observa uno de sus cuadros más longevos. «El gusanillo me entró cuando me llevaron a los jubilados (un taller al que tienen acceso los residentes de la fundación). Una señora que trabajaba aquí sacó un papel y me dijo que dibujase lo que yo quisiese. Después de dibujarlo, me pidió que lo pintase, y así empezó todo», confiesa Ángel, a la vez que se le escapa una sonrisa nostálgica.
«¡En la vida hay que luchar! Uno tiene que espabilar, si no se lo come el hambre»
Antes de indagar en la vida del pintor, había que tocar el tema por el que era entrevistado, su exposición en la U-Shop de la Universidad Francisco de Vitoria (UFV) y su relación con Pablo Ríos, estudiante de 2º de Marketing, quien le animó a ofrecer sus obras a los alumnos de la universidad. «Me dijo que quería exponer mis cuadros, así que le dije que viniera al taller. Le pregunté cuál le gustaba para la exposición y me dijo que todos, pero que solo se podía llevar alguno porque no entraban todos», ríe Sánchez Cabeza. Ambos protagonistas se conocieron gracias al voluntariado que los estudiantes de la UFV realizan durante su formación académica.
Los siete cuadros que iluminaban sobre un palé blanco desgastado la U-Shop escondían detrás un profundo significado. Sánchez Cabeza comparte a través de la pintura su visión del mundo y la belleza de los sueños. «Pinto lo que veo cuando sueño». Imágenes que, según Ángel, muestran lo más bonito de lo que se puede ver. «Intento enseñar las maravillas que hay en la gente, en el mundo», añade.
De los sueños seguía hablando Sánchez Cabeza, pero para centrarse en sus metas cumplidas y por cumplir. «Mi sueño era hacer una exposición y ya lo he cumplido. Ahora voy a por otro sueño y es escribir un libro de poesías, en el que refleje mi caminar diario». Un objetivo que, por muy lejano que parezca, nació con otro proyecto ya terminado, del que Ángel habla con recelo. «Lo que sí que he escrito es un cuento, con dibujos míos. Casi nadie lo ha leído, pero ahí está. Por algo se empieza».
Cuando Sánchez Cabeza habla de la pintura y de la fotografía, se pueden respirar las ganas con las que cuenta lo que hace, pero cuando profundiza en sus creaciones, una llama se enciende en su interior. Si se le pregunta por qué decidió nombrar Para caminar hay que luchar a la exposición, responde firmemente: «¡Porque en la vida hay que luchar! Uno tiene que espabilar, si no se lo come el hambre». Sánchez Cabeza sufre una discapacidad psíquica y nunca le ha sido regalado nada, por lo que sabe bien de lo que habla.
Por eso mismo, Ángel, en pie y convencido, manda un importante mensaje a los estudiantes. «Les animo a que perseveren en todo lo que hacen. Que en el día de mañana, tú cuentes tus vivencias y las reflejes en tus artículos como periodista». Un mensaje en el que insiste para que los demás insistan.
Concluye el tour de cuadros de Ángel por la Fundación Afanias, y el propio artista comparte una reflexión sobre lo que significa el arte para él: «Pintar es mi hobbie, me divierto así. No lo hago porque vaya a ser un genio». Decía Séneca que el artista encuentra un mayor placer en pintar que en contemplar el cuadro. Pues bien, esta oración podría definir cómo Sánchez Cabeza vive el arte.