Persecución y exilio: Una mirada a la lucha democrática venezolana

- PERSONA - 10 de diciembre de 2025

Julio Andrés Borges Junyent, nacido en Caracas (Venezuela) en 1969, es abogado por la Universidad Católica Andrés Bello, con maestrías en Filosofía Política y Social (Boston College) y en Políticas Públicas y Estudios Latinoamericanos (Universidad de Oxford). Además, es doctor en Filosofía por la Universidad de Santo Tomás, y conocedor del pensamiento de Benedicto XVI. Borges es cofundador del partido Primero Justicia, uno de los principales partidos opuestos al régimen del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. También, ha sido diputado en varias legislaturas y llegó a ser presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela en el año 2017. En ese rol asumió la defensa de la democracia en uno de los momentos más críticos del país. Ese mismo año, el Parlamento Europeo le galardonó con el premio Sájarov.

En el año 2018, Julio Borges, como presidente de la delegación, decidió no firmar una negociación para unas elecciones presidenciales «democráticas» armada por Nicolás Maduro y el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, quien estaba a favor del Gobierno de Maduro. Tras varios meses de negociación, cuando el régimen ya estaba celebrando la victoria de unas elecciones presidenciales «justas», decidió no firmar. Esta jugada descalabró el proyecto político con el que se quería legitimar a Nicolás Maduro.

A partir de este momento, empezó una persecución contra Borges: tiene cinco órdenes de arresto en Venezuela; su casa, donde vivía con sus hijos y su esposa, fue saqueada y expropiada por el régimen de Maduro; sus cuentas bancarias fueron vaciadas, y Borges se vio obligado a huir a Colombia con su familia.

¿Qué significado personal tiene para usted vivir hoy en España, después de la historia de sus abuelos y padres?

Mis padres y mis abuelos se marcharon de España a Venezuela huyendo de la violencia y la división. Dejaron atrás lo que más amaban: su tierra, sus recuerdos, la forma como vivieron su idioma; pero se llevaron consigo algo que ningún exilio puede robar: la fe, el trabajo y la esperanza de comenzar de nuevo. Como miles y miles y miles de españoles, ayudaron a levantar a muchos países, en mi caso Venezuela, que los acogió con los brazos abiertos. Sembraron prosperidad, cultura, familia y valores; construyeron escuelas, comercios, comunidades y, sobre todo, trajeron a sus hijos la idea de que la libertad y la fe son el eje de la vida. Hoy, tres generaciones después, me toca a mí hacer el mismo viaje al revés. Llevo tres años viviendo en España, el país de mis raíces y ahora también el país de mi esperanza. La tierra que forjó a los míos y me acoge ahora a mí me recuerda cada día que la fe y la esperanza no conocen fronteras, que lo que sembraron aquellos exiliados en medio del dolor florece hoy en nosotros como una nueva llamada a servir, crecer y a no rendirse nunca.

«Mi fe fue el motor que me permitió seguir adelante»

¿Cómo vive usted la esperanza en su día a día?

Mi fe fue el motor que me permitió seguir adelante. Sin mi fe, habría sido imposible mantener la serenidad, la valentía y la esperanza en medio de años de persecución. Mi espiritualidad, forjada en el silencio, la oración y la reflexión cristiana, fue la que me permitió superar uno de los momentos más difíciles de mi vida. En mi libro De la crisis espiritual de la democracia recuerdo que la verdadera libertad solo es posible cuando se sostiene en una base ética y trascendente, en una verdad mayor que el poder político, una verdad que ilumina y orienta, y esa verdad es Cristo.

¿Cómo vive la esperanza el venezolano hoy en día?

«El mal no tiene la última palabra», ese es el fundamento de la esperanza: la certeza de que el mal no tiene la última palabra. La esperanza cristiana no se apoya en el cálculo, sino en la promesa. Yo les puedo decir que he visto esperanza en lugares insólitos: en las cartas de los presos políticos o en la división de las familias. Somos ocho millones de familias divididas en Venezuela, y todavía sigue la esperanza de volver a vernos, de volver a abrazarnos y de estar en un solo país. Por ejemplo, un joven que decide meterse en la política creyendo que puede construir un mundo más justo; un sacerdote que acompaña en silencio a su comunidad; o un periodista que se atreve a escribir con la verdad. Esta es la esperanza que sostiene a nuestros pueblos.

«La caída de la dictadura no será solo un cambio político, sino la oportunidad de un renacimiento moral y espiritual de Venezuela»

¿Cómo se puede luchar por la verdad hoy en día?

La lucha por la verdad no se da ahorita en los grandes escenarios, sino que hay que buscarla en las pequeñas cosas. Un católico puede vivirla en cómo educa a sus hijos para que no sean indiferentes; cuando en el trabajo se niega a mentir; cuando en las redes sociales nos llevan al odio y somos capaces de no caer en ese odio; cuando somos capaces de estar en un proyecto colectivo y quitar el ego; cuando se trata de vivir la vida al día a día con la verdad, sin ruido pero con una fuerza que no se apaga.

¿Qué mensaje le gustaría dejar a la población?

La esperanza cristiana como fuerza de reconstrucción nacional. Para mí, la caída de la dictadura no será solo un cambio político, sino la oportunidad de un renacimiento moral y espiritual de Venezuela, un renacimiento que exigirá reconstrucción institucional, pero también respeto por la dignidad humana y la recuperación de los valores que el totalitarismo ha intentado destruir durante décadas. Por tanto, les invito a mirar más allá del dolor y del presente, y a creer que Venezuela puede levantarse de nuevo si se reconstruye sobre fundamentos éticos y sólidos, aquellos que la fe cristiana inspira y custodia.

 

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