Todos los que formamos parte de la gran familia de la Universidad Francisco de Vitoria estamos de luto. En nuestros grupos de Whatssap, en nuestras conversaciones y, seguro, en nuestras oraciones, hoy está presente Yeyo. Que se nos ha ido, coño, y nos duele. Dicen que se llamaba Eugenio González Ladrón de Guevara, pero vamos, que era Yeyo. Grande. Enorme. Sabía de radio más que la mayoría de los que dicen saber algo de ese medio que amaba profundamente.
Durante 25 años fue profesor en esta universidad. Enseñaba el oficio con pasión. Porque no sabía vivir de otra manera. Una vez me contó como le quemaron el guión a un pobre chaval que empezaba a hacer boletines en RNE. Se moría de risa. Otra vez me llevó con otro compañero a Ávila porque decía que era el mejor sitio para comerse un bocata de jamón. En otra ocasión, me lo encontré en Toledo y, así, con esa voz que mezclaba la sorna con la dulzura a partes iguales, empezó a vocear: “¡Qué pasa Vila!, ¡cómo te va la vida!”.
Veo a veces a chavales muy jóvenes y muy tristes, y me gustaría que hubieran ido a una clase de Yeyo, que le hubieran visto reír a carcajadas recordando su etapa como representante de Barón Rojo. «En esta espalda firmaron algún contrato», decía siempre. Porque Yeyo era un hombre de radio, pero también un rockero de los de siempre, era un tipo enorme con un corazón aún más grande, con unas inmensas ganas de vivir.
Hablando con muchos ex alumnos de la UFV me he dado cuenta de otra de sus virtudes: era un hombre profundamente generoso. Somos muchos los que le debemos nuestro primer trabajo, nuestras primeras prácticas. Era un hombre querido y respetado en el sector, conocido por casi todos, con una enorme red de contactos que él ponía a disposición de quien la necesitara.
No hace ni dos meses que lo vi por última vez, con su fular, su sonrisa, su tesis recién acabada, su tremenda energía. Su muerte es una noticia difícil de aceptar pero, seguro, es también una oportunidad para respetar su recuerdo y aprender de su ejemplo.
Descansa en paz, maestro.