«Lo primero que piensas es que estás muerto»

- Desmarcar - 23 de mayo de 2017
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Antonio Pampliega es madrileño, tiene 35 años y trabaja como reportero de guerra. El 12 de julio de 2015 fue secuestrado por Al Qaeda en la ciudad siria de Alepo, mientras grababa un reportaje junto a dos compañeros periodistas. Durante 10 meses, exactamente 299 días, estuvo encerrado en una habitación. Sin noticias del exterior, malnutrido y recibiendo palizas por parte de sus captores, llegó a implorar que le matasen porque ya no aguantaba más.

Dos meses antes de producirse lo que califica como un “accidente laboral”, Mirada 21 habló con Pampliega sobre su experiencia en zonas de conflicto, su forma de trabajar y sus miedos como profesional. Un año después de la liberación, el joven periodista acaba de publicar En la oscuridad (Ediciones Península), donde relata lo vivido aquellos días y recibe de nuevo a este medio para hablar de la que hasta ahora ha sido la crónica más difícil de su vida.

-¿Si le digo ‘libertad’?
Te diría Al Hurriya, que es libertad en árabe y que es la palabra más maravillosa del mundo.

-¿Si le digo ‘familia’?
Mi pilar, mi pilar fundamental.

-¿Si le digo ‘España’?
Mi casa.

-El 8 de mayo de 2016, las televisiones dieron la imagen de tres reporteros de guerra españoles llegando a la base aérea de Torrejón de Ardoz. ¿Qué sintió al volver a casa de nuevo?
Sueñas tanto con ese momento que no te lo crees. Los primeros días fueron como una nube. Me acuerdo de que me daban muchísima información con lo que había pasado, a mí se me olvidaba y al día siguiente les volvía a preguntar lo mismo. Las primeras noches fueron complicadas, tienes que tomar medicación para dormir. Es un proceso que llega hasta hoy, no se acaba el día que nos liberan. Hay que trabajar muchas cosas. Pero, para mí, el momento más duro del secuestro fue el día que nos liberaron, cuando me dieron el teléfono para llamar a mi madre. Son 299 días sin saber absolutamente nada de lo que ha pasado. No sabes si están vivos o si les ha pasado algo.

-¿Cómo fue el rencuentro con su familia? ¿Temió que, después de tantos meses sin noticias suyas, le echaran alguna cosa en cara?
Nadie me ha echado en cara nada, y mira que tenían motivos para hacerlo. Cuando vi a mi madre en Torrejón, después de abrazarla, le dije que en cinco meses me iba y que le daba ese tiempo de margen. Mi madre se rio y dijo que no pasaba nada. Efectivamente, a los cinco meses me fui. Uno de los motivos por los que saco el libro es porque ellos me dijeron que lo contara todo, no solo para que la gente supiera lo que había sufrido, sino porque quizá pueda ayudar a alguien.

[Antonio Pampliega, Ángel Sastre y José Manuel López fueron secuestrados en Siria cuando terminaban un reportaje sobre los Cascos Blancos. Cortometraje premiado recientemente por Médicos del Mundo]

-¿Qué ocurrió exactamente el día del secuestro? ¿Cómo se dieron cuenta de que algo iba mal?
Estábamos haciendo un reportaje en la ciudad vieja de Alepo y veníamos de entrevistar a un grupo de cristianos. En un momento dado, el conductor hizo una maniobra extraña, detuvo el coche y apareció una furgoneta, se bajaron seis hombres armados, nos encañonan y nos empezaron a gritar. Iban vestidos de yihadistas, con la ropa típica que hemos visto en los vídeos. Lo primero que se te pasa por la cabeza es que nos ha cogido el Estado Islámico… y que estamos muertos.

-¿Cómo era el día a día mientras estaba secuestrado? ¿Qué tipo de contacto tenía con sus captores?
Los tres primeros meses estuve con mis compañeros y, a pesar de la tensión y la incertidumbre, fueron momentos más llevaderos. Te apoyas en ellos cuando flaqueas. Los siete meses siguientes fueron muy duros, era una persona sola encerrada en una habitación sin saber qué ocurría, con unos secuestradores que entraban, te interrogaban y te pegaban. Era un tobogán de emociones. Había días que estabas un poco más animado y otros que no te querías levantar de la cama. El 1 de enero, después de creer que a lo mejor me iba a casa a pasar la Navidad con mi familia, me tumbé en el suelo y estuve cuatro o cinco meses sin moverme, sin hacer absolutamente nada más que mirar al techo.

«El 1 de enero me tumbé en el suelo y estuve cuatro o cinco meses sin moverme, sin hacer absolutamente nada más que mirar al techo».

-¿Y sabía qué día era?
Supe durante todo el secuestro qué día era, no me falló ni uno. Los primeros 92 días fueron de cabeza, y los restantes me dieron los secuestradores un cuaderno, y lo primero que hice fue un calendario. Apuntaba cada día y por la mañana, cuando me levantaba, lo tachaba. Sabía que habíamos cambiado de día por las llamadas a la oración. Nunca perdí la noción del tiempo, y te puedo asegurar que es muy duro saber cuándo es tu cumpleaños, o el de tu hermano.

Sin fuerzas para más

-Cuando llegaron los momentos de flaqueza, ¿en quién pensaba? ¿a qué pilares se aferraba para soportar lo que estaba padeciendo?
Lo que me hacía seguir hacia adelante era mi familia, sobre todo mi madre y mi hermana, y luego allí encontré a llámalo Dios, llámalo Alá, ponle el calificativo que quieras. Durante siete meses estuve completamente solo en una habitación, sin hablar con nadie, y un día, me puse a hablar con Dios. Todas las mañanas hablaba con Él antes de desayunar. Durante siete meses no falté a mi cita. Él era un poco mi compañía. Yo hacía mucho tiempo que no creía en Dios, por todas las cosas que he visto en la guerra, por todos esos niños que he visto morir y que no entendía cómo alguien así podía permitirlo, pero allí a mí me cuidó, estoy convencido, allí había alguien conmigo, estoy seguro, y me aferré a eso.

-¿Y qué le contaba a Dios cuando rezaba? ¿Tuvo la sensación de que estaba cerca?
Era una conversación con Él. Hablaba con Dios, no rezaba. No hacía un Padrenuestro. Simplemente, hablaba con Él para que me hiciese compañía. Nunca le pedí clemencia, nunca le pedí por salir de allí, nunca jamás. Le pedía por mi familia, por mis amigos, por mis compañeros. Jamás le pedí que me sacara, porque el sentimiento de culpa era muy grande, y me sentía responsable. Yo me empeñé en terminar aquel reportaje y tiré un poco de mis compañeros. Si la peor parte me la estoy llevando yo, mejor. Desde el principio, le dije quiero que sepas que soy, posiblemente, tu oveja más negra, y que cuando salga de aquí es posible que no vaya todos los días a misa o hable contigo todos los días. Yo se lo advertí. Ahora, siempre que paso por una iglesia entro y hablo con Él. Hace una semana estuve en Senegal, pasamos por delante de una iglesia cristiana y estuve mis 10 minutillos hablando con Él. Tengo mucho que agradecerle porque me cuidó, tanto a mí como a mi familia.

«Todas las mañanas hablaba con Él antes de desayunar. Durante siete meses no falté a mi cita. Él era un poco mi compañía».

-Hace dos años, usted le contó a este medio la historia de una mujer siria que rezaba para que saliera con vida y pudiera contar al mundo lo que su pueblo vivía. ¿Sintió sus oraciones allí dentro?

Me acordé mucho de ella, y me preguntaba dónde estaría. Si estaría realmente rezando por mí. Yo estaba ahí secuestrado por mi compromiso con esa mujer. Tú vas a rezar por mí, pero yo voy a seguir viniendo aquí hasta que me quede aliento. ¿Mereció la pena? Merece la pena por ella y por tantos sirios. Si no fuera por los periodistas, no se sabría lo que está ocurriendo en muchos países. He sentido sus oraciones y las de muchísima gente que yo sé que han rezado por mí. Lo sentía, lo sentía de verdad.

Antonio Pampliega (en el centro) junto al fotoperiodista James Foley (con gafas de sol), asesinado por el Estado Islámico.

-¿El Antonio Pampliega que llegó a Siria en 2015 es el mismo que el de 2017? ¿Ha cambiado en algo como persona o como profesional?
No, no soy el mismo. El secuestro me ha cambiado bastante, mi forma de ser, de pensar y de tomarme la profesión. Antes primaba, por encima de todo, la información o el sufrimiento ajeno, y, ahora, prima mi familia. Volví a Irak en diciembre y no fui al frente, no pasa nada, no se acaba el mundo. En cambio, en 2014, me empeñé en ir y hasta que lo conseguí no paré. En octubre del año pasado, hice una entrevista a un chaval kurdo que estuvo secuestrado por el Estado Islámico. El chaval me decía que le habían hecho muchas entrevistas, pero que nadie le había preguntado lo que yo le estaba preguntando. Ahora entiendo realmente a la víctima, porque yo he sido y soy víctima. Ahora, la barrera es mucho más estrecha y sabes cómo tratarlos. Antes podía decir: entiendo tu dolor. Pero no tenía ni idea.

-¿En algún momento pensó que no saldría de esta? ¿Cómo se enfrentó a una posible muerte?
Durante 299 días temí que iba a morir. Incluso el día que me liberaron pensaba que me iban a matar, que me iban a cortar la cabeza. Ellos me lo hicieron creer. Yo me preparé para morir, que es muy complicado, lo veía como una cosa tan posible… Es muy duro saber que se abre la puerta de tu celda y no sabes si te van a cortar la cabeza, te van a traer la comida o qué va a pasar, y así un día tras otro.

«Es muy duro saber que se abre la puerta de tu celda y no sabes si te van a cortar la cabeza, te van a traer la comida o qué va a pasar, y así un día tras otro».

-¿Cómo se enteró de que era libre? ¿Qué es lo primero que hizo cuando le dieron la noticia?

Yo siempre pensé que me matarían. No lo supe hasta que me quitaron las esposas. Primero me trasladaron a la frontera con Turquía, con un saco en la cabeza. Allí me lo quitaron y vi a mis compañeros arrodillados. A ellos les quitaron las esposas y los mandaron para adelante. A mí me arrodillaron en el suelo. Pensaba que me iban a pegar un tiro. Ellos creían que yo trabajaba para el Gobierno de España, que era un espía, por eso me separaron de mis compañeros y me torturaron. A ellos no les hicieron nada, cosa que me alegro mucho. Cuando te quitan las esposas y te dicen Al Hurriya, que es libertad, no te lo crees. Caminas hacia la frontera, ves la alambrada y no quieres mirar para atrás por si te están apuntando. Caminas lo más deprisa posible, sin llegar a correr, y cuando pisas la frontera dices: ¡ya está, se acabó!

Odiar no sale rentable

-Después de siete meses sin saber nada de sus compañeros y creyendo que estaban muertos, ¿cómo fue el reencuentro tras la liberación?

Yo los veía y me decía: espero no tener la misma pinta. El pelo hasta los hombros, una barba larga. Pensaba, ¿les saludo o no les saludo?, ¿les digo algo? Hasta que no me dieron permiso de hablar con ellos no les dije nada. Entonces, Ángel y yos nos mirábamos, nos hicieron un gesto de que podíamos hablar y nos dimos un abrazo. Durante 207 días me hicieron creer que estaban muertos, luego los ves allí y te alegras mucho.

-Torturas, privación de libertad, soledad… ¿Qué sentimiento le queda hacia sus captores?
No los odio. No les perdono, no por mí, sino por lo que les hicieron pasar a mi familia. No tiene sentido odiar a la gente ni vivir con odio. Ellos hicieron lo que hicieron y, a lo mejor, hoy están todos muertos.

«No tiene sentido odiar a la gente ni vivir con odio. Ellos hicieron lo que hicieron y, a lo mejor, hoy están todos muertos».

-¿Qué tipo de contacto tuvo con los yihadistas durante el secuestro?

De lo único de lo que hablé con los secuestradores en 10 meses fue de fútbol, ¿te lo puedes creer? Eran del Madrid, como yo, y me decían: “porque Zidane es el entrenador”. Y yo les decía: “¡es Benítez!” Y ellos: “que no, que lo han despedido”. La primera noticia que tuve del exterior en 10 meses fue que habían despedido a Benítez como entrenador del Real Madrid. El vínculo del futbol al final te une un poquillo. Uno de ellos, el menos mala persona, cada vez que había partido me lo contaba. Era todo surrealista, que un secuestrador entre y me diga que el Madrid se ha clasificado para la final de la Champions…

-¿Y le ha llamado el Real Madrid?
No. Tampoco espero que me llame para hacer el saque de honor, aunque me encantaría, la verdad.

-¿Se puede decir que las únicas noticias del exterior fueron de fútbol?
Sí. A mí me pusieron una televisión el 11 de abril, un mes antes de la liberación. Ese mismo día, por la mañana, yo les toqué la puerta a mis captores y les dije que ya no les aguantaba más y que me matasen. Ellos pensaron que estaba loco. Me dijeron que iba a venir a hablar conmigo el líder de Al Qaeda. Me sacaron para ir al baño, y cuando volví no estaba el líder de Al Qaeda, sino que habían puesto una tele. No me lo podía creer. El día 12 no hubo luz, así que la primera vez que pude ver la televisión fue al día siguiente. Vi un canal francés de noticias, y apareció el mapa de España con el tiempo, y me puse a llorar. Cuando me has preguntado: “¿qué es para ti España?”. Para mi España es mi casa, porque cuando yo vi aquel mapa, veía mi casa. Otro momento de bajón fue cuando me enteré de que en España iba a haber otra vez elecciones, no me lo podía creer. Pensé que no saldría de allí nunca.

-Tras su liberación, las imágenes de televisión mostraron a un Antonio Pampliega mucho más delgado. ¿Cómo era su alimentación? ¿Recuerda la comida que le daban?
Era muy mala, era comida para mantenerte con vida. Me daban, sobre todo, aceitunas, que tiene mucha grasa, noodles y atún. Yo les decía, casi de broma: ¿una cerveza no tendréis?, se lo decía en español porque si se lo decía en árabe me pegaban, y me traían agua.

-El libro que acaba de publicar supone la primera vez en la que un secuestrado por Al Qaeda relata su cautiverio. ¿Cómo se estructura la obra? ¿Qué busca con ella?

Hice un diario, que es en el que está basado el libro. Escribía cartas a mi hermana y le contaba lo que pasaba cada día, cuando me torturaban, cuando era mi cumpleaños… Recuerdo que los últimos meses, que el trato era relativamente decente, un día me dieron un pastelito de chocolate. Durante semanas lo estuve guardando para cuando fuera mi cumpleaños. Cuando llegó el día, lo partí en cinco pedazos, por cada miembro de mi familia, y yo solo, como si fuera gilipollas, me cantaba el cumpleaños feliz y daba palmas. También le contaba cuando escuchaba llover y olía a humedad. El diario lo fui escondiendo durante meses, pero al final me lo quitaron. Como tenía tanto tiempo libre, lo memoricé y es lo que se ha plasmado en el libro. Mi hermana ahora todavía es joven, pero quizá en un futuro lo lea y sepa lo que pensó y sufrió su hermano en esos meses.

-Usted ha regresado recientemente a una zona de conflicto. ¿Cómo es la sensación de volver a la guerra después de la experiencia de un secuestro?
Fue complicado, tenía muchas sensaciones encontradas. Necesitaba ir para probarme y ver si realmente quería seguir haciendo lo que hago ahora. Cuando vuelves allí, no te fías de la gente, miras siempre detrás de tu espalda. Me he dado cuenta de que estoy cansado de Oriente Medio, cuando dejas de empatizar con la gente es momento de marcar distancias.

-Con una carrera profesional plagada de éxitos, y algún que otro sobresalto, ¿qué proyectos tiene en estos momentos?
Me gustaría ir a Ucrania, estuve allí en 2014, y creo que es un sitio que ahora no se está cubriendo bien porque parece que no interesa. Allí hay muchas historias que contar. Es un lugar fácil de trabajar para los periodistas porque puedes estar en ambos lados, con los prorrusos y con las tropas ucranianas.

-Hace unos días se cumplía el primer aniversario de su liberación. ¿Sirvieron para algo aquellos 299 días?
Sí, soy muchísimo más fuerte de lo que yo pensaba. Ahora valoro mucho más la vida. Como periodista, estuve sopesando mucho si dejar la profesión y te puedo decir que yo creo que he nacido para esto. No haría otra cosa bien y no me motivaría hacer otra cosa.

-¿Y en qué consiste esa vida que ‘ahora valora mucho más’?
Para mí, la vida es un regalo. Yo sé lo afortunado que soy de estar hoy hablando contigo. Tengo amigos. Yo tengo un amigo, al que dedico el libro, James Foley (periodista estadounidense asesinado por el Estado Islámico), que no tuvo tanta suerte. Tengo otro compañero que lleva cinco años desaparecido. Para mí es un regalo e intento aprovechar cada día. Hoy estas aquí y mañana a lo mejor no. Hasta que esto no ocurre no somos conscientes. Es una pena.