La Semana Santa, para los devotos, es una época de recogimiento y pasión. Cada año, cientos de hermandades sacan a las calles sus palios o pasos para que los amantes de esta semana los disfruten.
Todo esto es posible gracias a las personas que forman parte de cada hermandad o cofradía. Cada uno de ellos participa en estos eventos religiosos por diferentes razones: promesas, fe, amor, familia…
Abel Guzmán, cofrade desde la cuna
Abel Guzmán pertenece a Sanlúcar la Mayor (Sevilla), y su amor por la Semana Santa empezó desde, como él dice, antes de nacer y decirle hola a este mundo. «Mis padres me ponían marchas de Semana Santa antes de nacer. Y ya, de bebé, me dormían con ellas», afirma Guzmán. Él reconoce haberse criado en una casa muy cofrade en la que ser parte de una hermandad es una forma de vida: «Nosotros vivimos la religión y la hermandad todos los días del año», añade.
Durante sus 20 años de vida, Abel Guzmán ha sido nazareno, costalero, músico y monaguillo, y reconoce que en cada puesto se vive de manera diferente: «La Semana Santa es como mirar una escultura. Depende de dónde te pongas, vas a verla distinta». Guzmán la ve de una manera más íntima porque va rezando durante toda la estación de penitencia. Además, suelen hacer una promesa, y eso provoca que sea un camino más personal.
En el caso del costalero, es tal el sentimiento que es una experiencia sobrecogedora. Abel Guzmán saca a la Hermandad de la oración de nuestro Padre Jesús orando en el huerto y María Santísima de la Encarnación. Su amor por el costal comenzó gracias a su padre. Él también fue costalero durante muchos años, y, para Abel, formar parte de una cuadrilla es muy especial: «Llega un punto en el que el dolor pasa a un segundo plano y que solo queda la entrega y el amor hacia ella».
Además, una vez que finaliza la procesión, se reencuentra con su padre: «Para mí, es uno de los de los momentos más sensibles y bonitos que hay a lo largo del año. Salirme del faldón e ir a mi padre a abrazarlo y romperme a llorar es un sentimiento inexplicable».
Como músico, también se vive diferente. Hay músicos que participan en las procesiones como negocio, pero otros disfrutan de acompañar a la Virgen o al Cristo. Abel Guzmán está estudiando su segundo año en el Grado Superior de Música, en la especialidad de percusión, y comenta que «es duro porque son muchas horas tocando, y al final el cuerpo requiere un descanso». «Sin embargo, es un momento de amor entre los compañeros y de disfrutar del trabajo que llevas haciendo todo el año». añade.
Guzmán explica a Mirada 21 que lo mejor para él es pasar de ver la Semana Santa detrás de un palio, a vivirlo debajo y, finalmente, a vivirlo detrás.
Salud y fe
Las razones por las que los más devotos deciden convertirse en anderos o costaleros son muy diversas, pueden ser tradiciones familiares, fe o incluso promesas. Un ejemplo de esta última es el caso de Rafael Parra, andero de la Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús Nazareno el Pobre y María Santísima del Dulce Nombre en su Soledad. Cuando Parra comenzó, fue uno de los primeros 30 que sacó a la Virgen de esta cofradía. Lo que le llevó a ello fue un asunto de salud en su familia, y por ello decidió buscar un refugio espiritual que le mostrara respuestas. Desde entonces, ha sido andero tanto de Jesús el Pobre como de la Virgen del Dulce Nombre. «Lo que yo vivo es un momento indescriptible, debajo del paso hay 48 personas y, sobre todo, hay historia. Hay que vivirlo para sentirlo», afirma Parra.
«Lo que yo vivo es un momento indescriptible, debajo del paso hay 48 personas y, sobre todo, hay historia. Hay que vivirlo para sentirlo», señala Parra
Según cuenta Parra, esta hermandad tiene una curiosidad. Ambas imágenes se encuentran en la Iglesia de San Pedro el Viejo, una de las más antiguas de Madrid. Por esta razón, no puede ser restaurada. La entrada a esta iglesia es tan pequeña que es imposible sacar al Cristo de pie, por ello deben ponerse de rodillas, lo que hace que esta salida sea impresionante. Este obstáculo hace que, desde enero, todos los anderos se comprometan a entrenar, dos días por semana, para que el Jueves Santo, Jesús el Pobre quede por todo lo alto.
De padres a hijos
Fernando Chicharro Méndez lleva más de 26 años en la Hermandad del Gran Poder y la Macarena. Durante años, ha sido costalero y capataz, entre otras funciones. En 2018, ocupó también el cargo de clavero en la Junta de Gobierno, y fue uno de los promotores y organizadores de la misa para los niños y jóvenes que tiene lugar el primer domingo de cada mes en la Colegiata de San Isidro.
Chicharro Méndez cuenta a Mirada 21 que su pasión viene gracias a su familia, ya que siempre han sentido un gran amor a la Virgen de la Macarena. Tanta es esta devoción que su propio hijo Fernando Chicharro García también es costalero. El joven comenzó a los 18 años, edad en la que por ley se permite este oficio.
Con tan solo dos años, le apuntaron a ser hermano de la Hermandad Jesús del Gran Poder y de la Esperanza Macarena, y desde entonces su pasión no ha disminuido.
«La hermandad está todo el año viva, no solo en Semana Santa», declara Chicharro Méndez
En cuanto a la preparación de esta hermandad, ha declarado que la hermandad está todo el año viva, no solo en Semana Santa. Sin embargo, los costaleros empiezan a partir de del mes de enero a trabajar. En cambio, él, como capataz y, por lo tanto, persona responsable de conducir un paso durante las procesiones, dedica todo el año.