No sé dónde estás, ni desde dónde me lees. No sé qué hiciste hace 10 años, ni hace un año, ni siquiera hace un minuto. No sé a qué te dedicas, ni cómo eres físicamente. No sé si tienes familia, amigos o si estás solo. No sé absolutamente nada de ti. Solo sé que, hayas hecho lo que hayas hecho, aún estás a tiempo.
Muchos (la mayoría) nos arrepentimos de algo que hicimos en algún momento de nuestra vida. Ese pedacito de ti que quieres esconder, que te da vergüenza sacar a la luz. Pero ese pasado que aún te duele (y quizá no tan pasado; podría ser ayer mismo) está de buena suerte.
No estoy hablando de utopías. Hoy hay Alguien que quiere entrar en tu vida y sacar rosas de las espinas que tienes clavadas. Eso es el Miércoles de Ceniza: el amante que viene a amarte, a perdonarte, a animarte a seguir adelante.
En nuestra sociedad están mal vistas las segundas oportunidades. Buscamos la “transparencia”, los pasados intachables para ocupar cualquier puesto (aunque, seamos sinceros, en realidad lo que buscamos son pasados que no dejaron huella). Para el que actuó mal solo pedimos justicia. Así somos los humanos. Pero hay Alguien que, además de pedir justicia, pide otra cosa que ya nos cuesta un poco más entender: misericordia.
«Eso es el Miércoles de Ceniza: el amante que viene a amarte, a perdonarte, a animarte a seguir adelante».
Eso es el Miércoles de Ceniza: el amante que viene a amarte, a perdonarte, a animarte a seguir adelante. Sí. Lo podemos decir bien alto: hoy el pederasta, el terrorista, el asesino, el violador, el ladrón, el explotador sexual, el maltratador, el prevaricador, el genocida… todos ellos tienen una segunda oportunidad. Alguien (con mayúsculas) viene a por ellos. ¿Quién de nosotros impedirá que uno de ellos se convierta y cambie? ¿Acaso no queremos perdonarles?
Que se haga justicia: por supuesto. Que los actos que cometemos conlleven responsabilidades, siempre. Pero después… cuando hayan pagado sus condenas, cuando hayan admitido que no quieren volver a hacer aquellas maldades, cuando hayan pedido ayuda para reconducir sus conductas… ¿Seremos capaces de volver a mirarlos con la dignidad que siempre tuvieron, por el hecho de ser personas? ¿Les trataremos como personas iguales a nosotros? ¿O andaremos altivos, mirando de soslayo o por encima del hombro, como quien mira a un contagiado por una enfermedad, con sospecha, con miedo y, tal vez, con asco? ¿Evitaremos su compañía? ¿Seremos capaces de entender que entre aquellos y nosotros la diferencia es nula?
Porque un día nosotros también dimos asco… También matamos (¿nunca criticaste a alguien, aniquilando su buen nombre?), también maltratamos (¿alguna vez has insultado a alguien?)… En definitiva, pusimos nuestra soberbia y nuestro orgullo por encima de la caridad con el otro.
El cristiano se sabe asesino de Cristo desde el momento en que peca con la conciencia de que su Señor tuvo que morir por los pecados que comete. Pero también se sabe perdonado, redimido y amado cuando le ve resucitar y volver a su vida como el rescatador, el que atravesó la muerte para vencerla y para que, detrás de Él, vayamos nosotros.
El Miércoles de Ceniza nos dicen “polvo eres y en polvo te convertirás”, en referencia a la creación del hombre. Pero, en realidad, lo que nos quieren decir es: “Deja la soberbia, deja de sentirte superior a nadie. Vales muy poquito, pero eres muy amado. Deja la altivez. No te endioses. Eres perdonado, perdona sin medida, ama sin medida. Borrón y cuenta nueva”.
No sé quién eres, no sé qué has hecho. Pero sé que todavía puedes.