«La alegría nace de la simplicidad». La frase la pronunció esta semana el premio Cervantes José Jiménez Lozano, durante la charla que compartió con los alumnos del Máster de Humanidades de la UFV. Dijo también: «Yo no quiero meterme en medio de mi escritura», o «no se puede vivir sin esperanza»; afirmó, sobre la verdad, que «la objetividad es la lealtad con los hechos», y sobre el contemporáneo debate acerca de la igualdad: «el que menos tiene necesitará más, ¿no?».
Hablaba don José desde la serena convicción de sus 87 años, con la acelerada pulsión de quien vive sin miedo a no vivir. Le mirábamos, los allí presentes, entre extrañados y divertidos: su figura, pequeña, austera, de hombre sabio de provincia pequeña, nos llegaba como distorsionada; quiero decir que nos costaba aceptar la analógica presencia de un hombre culto en medio de nuestra efervescente vida wifi.
Jiménez Lozano, en realidad, contestaba a las preguntas que le hacía otro gran hombre, poeta, Enrique García-Máiquez, que intentaba cercar sus entrañables escapadas dialécticas. Porque el escribidor corría entre citas inverosímiles, se asomaba a recuerdos de la guerra que más sonaban a sonrisas que a disparos, reunía a la esperanza con la vida y las concitaba en la plaza de su pueblo, hablaba y hablaba y volvía a hablar de una existencia que tiene sentido.
Don José escribió Sara de Ur y una Guía Espiritual de Castilla («el católico es el optimista, el protestante es el reservado»), y decenas y decenas de novelas, cuentos, poesías, ensayos y artículos periodísticos. Y ha escrito todo eso sin revestirse nunca del disfraz de reputado escritor; se le imagina uno con una máquina de escribir o con una pluma o con un bolígrafo, con una rebequita de ochos y las canillas resguardadas de la tarde bajo los faldones de una mesa camilla. No sé si tendrá brasero, pero la calidez de su prosa parece nacida de la más sencilla de las tardes.
Y una cosa más. Jiménez Lozanos nos dejó una vivísima reflexión sobre la muerte y su sentido: «Nos han robado la muerte», dijo, y lamentó que ya no haya duelos y que se les diga a los niños que el abuelo se ha ido, como si en vez de morir hubiera puesto rumbo a Torremolinos. «Es necesario respetar la pérdida», dijo, justo antes de sonreír y volver a recordarnos que vivir es mucho más fácil de lo que parece. Solo hay que ponerle razón y sentido común a los días que nos son dados. Y confiar.