El experimento del publicista James Vicary, quien, en 1957, aseguró haber pasado dos eslóganes publicitarios subliminales de tres milésimas de segundos “Beba Coca-Cola” y “¿Hambriento? Tome palomitas” durante la proyección de la película Picnic en un cine de Nueva Jersey, habría palidecido frente al gran reto de la última comedia española estrenada: Es por tu bien.
Según Vicary, el consumo de palomitas y de Coca-Cola aumentó en más de un 57% gracias a esa publicidad subliminal.
¿Cuánto más querían que aumentaran el número de menores consumidores de marihuana o la producción fotográfica de un casi pederasta fotógrafo porno/erótico, o los ataques a la Policía de un antisistema perroflauta?
Aún no se pueden hacer los cálculos del porcentaje conseguido por la película de Carlos Therón Es por tu bien, pero sin duda el intento ha sido hecho apuntando al máximo, con todas las consecuencias y con gran astucia o con gran ignorancia.
Fue primero la psicología, que ya en 1800 estudiaba los estímulos sensoriales con una duración, tamaño o intensidad que se percibían casi de forma inconsciente. Después con el psicoanálisis se fue profundizando precisamente en el campo de lo inconsciente. Considerando aquello que llega sin pasar los filtros de la consciencia afectando a nuestra conducta de forma profunda e incontrolable.
El cine también trató de utilizar las imágenes supuestamente de percepción subliminal en películas como Psicosis, de Hitchcock, o en el Exorcista, de Friedkin, introduciendo unos fotogramas con imágenes de terror imperceptibles para aumentar el miedo.
Afortunadamente, posteriores estudios científicos, como los de Sperling en Harvard, repetidos con mayores garantías científicas, demostraron que la llamada publicidad subliminal no lograba realmente esos cambios de conducta tan determinados defendidos por Vicary.
Posteriormente, se descubrió la necesidad precisamente de la intervención del consciente para lograr un verdadero cambio de conducta.
Cabe esperar que la que hemos llamado “comedia subliminal” tampoco logre esos cambios de conducta de forma tan radical, aunque frente a la publicidad subliminal sí cuenta con una ventaja, porque crea un entramado de consciente que se entrelaza con el inconsciente, mensajes que se perciben y mensajes adoctrinadores, escondidos bajo la apariencia de comedia inocua.
Esta película trae ecos que recuerdan a la reciente comedia francesa de Philippe de Chauveron Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? o a la antigua comedia americana de Stanley Kramer Adivina quién viene a cenar esta noche, solo por citar unas de las más célebres.
Es por tu bien plantea, al igual que en las otras películas, la eterna oposición de los padres frente a sus posibles futuros yernos, pensando que nunca son lo suficiente para sus hijas. En la base de estas comedias subyace el rechazo por un mundo nuevo, que representan sus yernos, una nueva generación que irrumpe con nuevos valores, rompiendo los esquemas y prejuicios de una antigua generación: la de los padres.
La gran diferencia es que aquellas películas, francesa y americana, plantean una ruptura generacional de unos padres que deben adaptarse a un mundo que está cambiando, con valores y virtudes que los padres deben reconocer rompiendo sus prejuicios. En la española Es por tu bien, sin embargo, el “mundo nuevo”, el cambio generacional está representado por un “no cambio”, por unos clichés que más que romper prejuicios, encarnan la ausencia de juicios, de valores o mejor dicho son antivalores, antisistema, antimorales, antiética.
En esta comedia española no se trata de la oposición de un mundo conservador frente a un mundo que abre nuevos caminos, sino de un mundo descafeinado de padres que se entregan a un mundo desnaturalizado de hijos que más que vivir, pululan en una existencia que se opone a los valores existentes, sin encarnar ninguno nuevo.
Yendo a la trama: tres padres, cuñados (los guionistas y el director necesitan tres, a diferencia de la francesa y de la americana, porque con solo una pareja de padres no iban a conseguir situaciones de comedia lo suficientemente graciosas y, sobre todo, lo suficientemente analíticas; a través de la multiplicación se busca un efecto que por falta de profundidad no se consigue; se sustituye cantidad por calidad) se sienten decepcionados y amenazados por el mundo que representan sus posibles yernos y deciden acabar con ellos.
El tópico está servido: el cuñado/padre facha (y ser facha quiere decir simplemente pelo engominado para atrás y llevar la banderita de España) se opone al novio antisistema, rasta, cuyo gran corazón se muestra entreteniendo a unos niños en una casa de okupas (que parece más bien entre una guardería y un parque de bolas para niños; yo que por mi trabajo como periodista he visitado algún que otro edificio de okupas por dentro, puedo asegurar que no se parece mucho al representado en la película); el cuñado obrero, que debe aceptar que su hija tenga como novio a un cincuentón amigo suyo fotógrafo porno/erótico que usa a su hija como modelo; finalmente el cuñado, empleado serio, que debe reconocer que el novio porrero de su hija es un buen chaval que simplemente fuma marihuana (por cierto, parece que en otro guiño guay de la trama, el director del colegio también consume) porque ha fallecido su abuelo y el pobrecito no remonta.
Quien ha tenido que convivir o por trabajo tratar con consumidores de marihuana sabe hasta qué punto no se puede justificar su consumo tan alegremente en una película sin mostrar que quien consume, por muy buen chaval que sea, acaba sin neuronas y no es baladí recordarlo. Por no decir que el personaje del fotógrafo representa un mundo sórdido, de viejos vampirizando la juventud de otros a través del uso y abuso de cuerpos, de chicas y chicos demasiado jóvenes para poder ser libres en una entrega manipulada y utilitaria. Veamos también que el perroflauta antisistema se enaltece tratando de interrumpir el ejercicio libre de la democracia y provocando una batalla campal con la Policía. Recuerdo aquí un artículo de un escritor, Pasolini, fuera de toda sospecha de ser considerado un opresor de los “buenos” antisistema. El escritor, en el año 1968, hablando de una manifestación hecha por unos jóvenes que se enfrentaban a la Policía, declaró que ese día él iba con la Policía. La Policía estaba hecha de hombres trabajadores, que luchaban para llevar el pan a casa, hombres que muchas veces no lo habían tenido fácil en su vida, mientras los jóvenes manifestantes eran ociosos por decisión vital, que se permitían el lujo de salir a la calle y destruir un mundo, sin construir nada nuevo.
Así que terminando este artículo, dirigiéndome precisamente a los más jóvenes, les aconsejo que se mantengan alerta, que no se dejen manipular, ni vampirizar, que apliquen a las películas (por no decir vídeos, tuits, memes… que circulan en las redes sociales y se propagan a la velocidad del sonido y de la luz), el mismo espíritu crítico que, a través del análisis textual, se les ha enseñado en los colegios y se les enseña en las universidades: qué partes hay en la película, qué personajes, qué representan, qué se cuenta, qué se quiere expresar, qué esconde la trama…
Cuidado que en medio del fracaso de unos padres, claudicantes, entre risas y bromas, frente al consabido “es por tu bien”, triunfa una nueva era de padres defenestrados, colegas, infantilizados, los que en mis clases he llamado con un neologismo que he acuñado: Adultescentes. Son los “nuevos padres” que han perdido su rol de padres, que prefieren no enfrentarse, no sufrir quebraderos de cabeza. Son progenitores que aplican aquel histórico Laissez faire, laissez passer, que tal vez en economía pudiera servir, pero que hace aguas aplicado al ejercicio necesario de la autoridad paterna.
Los padres de Es por tu bien son padres que padecen la dejadez genética de los descendientes de Pilato, desnaturalizados, descafeinados, desgrasados… sin oposición y sin tomar parte, “dejando hacer”… y ¡cuidado! que: “ES POR TU MAL”.