Lo sé. Parece mentira que, con todo lo que se ha hablado y teorizado sobre él, al final de la película se descubra que el protagonista nunca existió. Es el caso de lo que hoy conocemos como feminismo. El feminismo, en realidad, siempre ha sido hembrismo, porque su verdadero objetivo es caer en los mismos errores que el machismo, pero en favor de las mujeres.
Nunca hubo una recta intención de equilibrar los bandos, sino más bien un deseo rabioso de intercambiar los roles, de forma que ahora unas dominasen a otros. La primera pista de esta oculta intencionalidad la encontramos en el nombre de esta doctrina social. El feminismo, tal y como se quiso vender a sí mismo, está mal concebido desde su origen: nombrar a un movimiento (que pretende conseguir la igualdad entre dos partes) enfatizando la priorización de una de las partes en su propio nombre, es ya una error evidente que revela una propensión a considerar como víctimas a unas, y agresores a otros.
Por esta razón, el hombre dulcificado y afeminado ha ganado tanto terreno en los anuncios publicitarios, y la mujer se ha endurecido y entronado como la femme fatale en las últimas décadas. Todo ello como un intento desesperado de aportar indicios de progreso social en este sentido. Esta situación, que aparentemente es inocua, ha llevado al hombre a sentir una especie de vergüenza por el mero hecho de ser hombre o por adoptar comportamientos considerados socialmente masculinos, por miedo a traspasar la línea de lo políticamente correcto. Tal es el poder de los medios de comunicación que inoculan en nuestras mentes nuevos esquemas de pensamiento. Y no es mala esta capacidad en sí misma, sino que requiere de una atención mucho mayor de la que se le presta.
Nos encontramos sin duda ante uno de los grandes retos sociales de nuestro tiempo: superar el «pendulazo» de los derechos y privilegios en detrimento de los hombres, no solo sociales, sino también psicológicos. Los medios de comunicación deben también implicarse en este proceso de equilibrar los bandos si, con honestidad, buscan responder a su vocación de servicio a los ciudadanos.
Me pondré utópico por unos instantes… Sueño con ese día en que algún pensador influyente lance la pregunta: ¿Por qué no encontrar un nuevo nombre, una nueva corriente para defender a las mujeres cuando lo necesiten, y a los hombres cuando lo necesiten? ¿Por qué poner el foco solo en ellas, cuando queremos ayudarles también a ellos?
La igualdad busca cortar a todos por el mismo patrón, sin tener en cuenta las diferencias específicas. La equidad reparte teniendo en cuenta la especificidad de las partes.
Paradójicamente, el primer paso para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres consiste en aceptar nuestras diferencias: biológicas (XX, XY, en cada una de las células de nuestro cuerpo, por muchas cirugías a las que nos sometamos) y psicológicas, que van más allá de nuestra cultura, que son innatas, y nos predisponen por instinto (no olvidemos que, aunque racionales, somos animales) a ciertas reacciones frente a determinadas circunstancias. Solo así podremos ejercer una división de roles que plenifique y dignifique a ambos, igualando –en función de las características únicas de cada uno– a hombres y mujeres, de forma que podamos sustituir la igualdad por la equidad.
La igualdad busca cortar a todos por el mismo patrón, sin tener en cuenta las diferencias específicas. La equidad reparte teniendo en cuenta la especificidad de las partes. Lo propio del hombre es la protección, y lo propio de la mujer es la acogida. Ninguna de estas características es exclusiva: sendos sexos pueden proteger y acoger indistintamente. Pero es innegable que la fisonomía y la psicología de ambos proporciona unas aptitudes que les capacitan para tareas distintas y perfectamente complementarias.
Que nadie me tergiverse… El hombre puede planchar. La mujer puede reparar coches. Pero si todo esto ya sucede, si la mujer ya está plenamente insertada en el mercado laboral, si el ámbito político ya no es predominantemente masculino, si hombres y mujeres ya dividen sus tareas en el hogar y buscan por igual conciliar vida laboral y familiar… ¿hacia dónde camina el feminismo?
Algunos autores han mostrado su preocupación ante la posibilidad de que el feminismo solo sirva como reclamo mercantil, y busque explotar la sexualización del cuerpo femenino en los medios de comunicación, olvidándose de aportar verdaderas soluciones. En este sentido, Elena de la Vara señalaba desde Tribuna Feminista una posición digna de consideración al reflexionar sobre el tratamiento informativo del feminismo en los siguientes términos: «Desde el acoso en Hollywood hasta las manadas españolas, observaremos una nula referencia a cualquier sistema ideológico, teórico y político que analice, ponga nombre y solución a tales conductas, es decir, ninguna referencia al feminismo más que para utilizarlo como reclamo mercantil».
Flaco favor hacen a la sociedad quienes buscan señalar con el dedo al sector masculino ante cada movimiento que se asocie a un comportamiento tradicionalmente machista. Se trata de un aprendizaje gradual que no se debe imponer, sino enseñar. Superar siglos de cultura con la balanza inclinada no es tarea de un día. Los hombres y mujeres de hoy tan solo somos herederos de una situación. No somos culpables, pero sí somos responsables (del latín medieval responsabilis, «que requiere respuesta»). El feminismo, al menos, ha intentado dar respuesta a un problema de desigualdad patente. Hasta ahí, bien. El mundo espera una respuesta, pero –como en las grandes negociaciones– es necesaria una gran amnistía (un gran perdón que olvide la culpa) para poder avanzar hacia la verdadera igualdad y, por lo tanto, hacia el verdadero progreso de todos.