La semana pasada, me preguntaba en esta columna hacia dónde iba el centro derecha español. Se cumplen esta semana 25 años de la llegada del PP al poder: Donde entonces hubo unidad en torno a un objetivo común ahora hay un objetivo común dividido en tres facciones. Ya decíamos aquí que el proceso de desintegración política de Ciudadanos estaba cantado. Su decisión de lanzarse a los brazos del PSOE en Murcia, con el argumento de la lucha contra la corrupción, es sonrojante. Y sus efectos han sido inmediatos. La presidenta de Madrid, que gobierna en el Boletín Oficial pero también en Twitter, no creo que haya sorprendido a nadie. Era un secreto a voces la total discrepancia entre PP y Ciudadanos en la Comunidad. Ignacio Aguado no puede hacerse el sorprendido cuando lleva meses haciendo una sutil oposición interna desde el propio Gobierno, a lo Iglesias con Sánchez. Con la diferencia de que en el caso de la política madrileña los colmillos los tiene más afilados Ayuso y, sobre todo, su equipo de asesores, que nacieron casi al mismo tiempo que Maquiavelo.
No creo que debamos escandalizarnos ante la astucia política. No se puede pretender que los políticos dejen de hacer política. Ni siquiera con el argumento de la excepcionalidad propia de la pandemia. ¿O es que alguien piensa que porque haya un periodo electoral en Madrid van a dejar de aplicarse las medidas que haya que aplicar? ¿Alguien cree que el consejero de Sanidad va a dedicarse a dar mítines en vez de vigilar la situación epidemiológica de la Región? Seamos ciudadanos adultos, seres de razón, aceptemos de una vez que la política es el arte de lo posible. No quiere esto decir que la estrategia deba suplir a la idea, ni el consenso a la verdad, pero pretender que la política sea un cuento de hadas es casi como creer que existen las hadas.
El PP puede aprovechar la decisión de Ayuso para acelerar el proceso de refundación del que depende su supervivencia.
Ahora bien, ¿qué efectos puede tener lo de Murcia y Madrid? El más evidente es la explosión del tablero. Las cartas están sobre la mesa. El PP puede aprovechar la decisión de Ayuso para acelerar el proceso de refundación del que depende su supervivencia. Con Ciudadanos ya no cabe pacto más que el de la propia absorción, por ósmosis, de aquellos que sepan dar el paso en el momento justo. Toni Cantó lleva horas secundando mensajes en esta línea, y no es el único. Y Vox, mientras tanto, tendrá que jugar sus cartas en un horizonte político más despejado. Y en ese juego volverá a tener que optar entre las dos almas que siempre ha tenido: o es un partido conservador, liberal y sensato o es un espasmo populista y nacionalista. El primer camino le puede llevar hacia la confluencia con el PP, el segundo, más allá del ruido algorítmico de sus fieles, le conducirá inevitablemente hacia la irrelevancia.
Sea como sea, lo sucedido este 10 de marzo ha puesto las cartas sobre la mesa. Ayuso y Aguado ya no tendrán que disimular; Arrimadas ya solo puede elegir cuánto ruido hace al cerrar la puerta; Casado tiene la que, posiblemente, sea la última oportunidad de liderar una ola que él no ha provocado; Y Abascal tendrá que volver a preguntarse qué quiere ser de mayor, si Reagan o Trump.