Tom Wolfe emprende «el último viaje»

- Ocio-cultura - 22 de mayo de 2018

El excéntrico redactor del traje blanco, fanático de las onomatopeyas y padre del, para muchos ya superado, nuevo periodismo. Tom Wolfe ha muerto a los 87 años, pero su obra y legado nunca lo harán. Jamás escribió la primera persona del singular en un artículo, a diferencia de lo que, para muchos, caracteriza a esta corriente que él sin quererlo lideró. Wolfe siempre fue un mero observador con un estilo distinto.

En su libro The New Journalism, publicado a principios de los años 70, en los inicios del periodismo de las estrellas, Tom Wolfe describía la profesión como un «motel de carretera» o una «sala de espera de segunda clase» en la que aguardar hasta alcanzar «el triunfo final»: la novela. Su metáfora logró remover las entrañas de más de un periodista convencional, que enclaustrado, en el reglamento tradicional, no dio a su obra y corriente más de un año de vida.

Vocación de escritor
Pocos niños tienen claro a qué dedicarán su futuro. Hasta los que cuentan con las ideas más asentadas pueden acabar cambiando Medicina por Derecho o Periodismo. Wolfe sin embargo lo supo desde el principio. A los 6 años se encontró con un libro de Thomas Wolfe en la estantería de su casa y rápidamente lo identificó como pariente suyo. A sus padres les costó varias horas de discusión convencerle de que el escritor no compartía su ADN, pero, para entonces, el pequeño Tom Wolfe ya se había convencido a sí mismo de que por sus venas corría la sangre de un literato de éxito. Aun así, su padre era redactor de una revista agrónoma, el trabajo informativo no era tampoco ajeno a su familia.

Empezó a escribir en el periódico de su colegio, el St. Christopher´s Day School de Richmond y tenía su propia columna llamada The Bullpen. Combinó su faceta periodística con la de literato, escribiendo sus primeros relatos. Ya doctorado por la Universidad de Yale en Literatura Norteamericana, decidió buscar trabajo como periodista y empezó en un pequeño y desconocido periódico de Massachusetts llamado The Springfield Union. Tres años de trabajo le aseguraron una plaza en The Washington Post, diario que identificó como «una aseguradora, con escritorios de metal alineados» por su estricto libro de estilo.

«El nuevo periodismo murió hace ya mucho tiempo», afirma el periodista y profesor Gabriel Sánchez.

El periodista se mudó a Nueva York en los años 70 para trabajar en la sección dominical del Herald Tribune, donde tenía mayor libertad para expresarse, pero tampoco encontró su sitio. Fue la revista Esquire la que acabó por descubrirle. El editor del que, por entonces, era el medio más moderno de la época, Byron Dobell, decidió darle vía libre para que escribiera un artículo sobre la cultura del automóvil y el tuneado de coches. Tras un exhaustivo trabajo de investigación sobre el tema, la presión pudo con el autor. Dobell le pidió sus notas para que otro articulista se encargara de redactarlo, pero Wolfe, en lugar de entregarle el amasijo de datos que había recabado, los juntó todos en una carta de 49 páginas que su jefe publicó casi sin cambios bajo el título Ahí va (¡BRUUM! ¡BRUUM!) ese pibón aerodinámico de láminas naranjas (¡ZZZZZZFFFFF!) kolor karamelo (¡RAHGHHHHH!) en plena curva (¡BRUMMMMMMMMMMM…!).

El recuerdo del autor
«El nuevo periodismo murió hace ya mucho tiempo», afirma el periodista y profesor Gabriel Sánchez en una entrevista sobre el autor. «La obra de Wolfe será recordada en las dos vertientes, la periodística y la literaria. Ese nuevo modelo que se popularizó en los años 70 forma ya parte de la historia», completa el docente.

Muchos articulistas seguidores de Wolfe en los sesenta confundieron el nuevo periodismo como una ventana para expresar su opinión. Sin embargo, como explica Gabriel Sánchez, el propósito de Wolfe nunca fue ese, «en su tratado El Nuevo Periodismo invita al periodista a implicarse en la noticia con un lenguaje más literario, para hablar de los temas sociales que afectan a Estados Unidos en esa época».

Wolfe escribió a lo largo de su carrera sobre muchos temas diferentes. Uno de los reincidentes fue la muerte, a la que no tenía miedo. Se refería a ella como «el último viaje», «el más largo y el mejor».