Mientras sus ojos lloraban sus tres heridas, con la tinta de su corazón era capaz de convertir su vida en poesía. Hoy, Orihuela, el pueblo donde nació Miguel Hernández, hace de sus calles arte, recuerdo vigente de aquel joven poeta.
En un barrio de Orihuela llamado San Isidro hay versos congelados en el tiempo. Un viaje que dura 76 años y que muestra el legado intangible que el poeta Miguel Hernández Gilabert dejó tras su muerte. Es allí donde cada pared y cada rincón huelen a Miguel. Paredes sin ojos ni boca, pero que sí tienen mucho que decir. Algunas de estas dibujan orgullo, mientras otras reflejan dolor. Otras hablan de mujeres, en plural, mientras otras retrataban a Miguel llevando en brazos a ese niño convertido en cebolla, a su hijo, al que dedicó su última obra.
Era 30 de octubre de 1910 cuando algo detuvo el ritmo de Orihuela. La localidad alicantina dejaba, por ese entonces, la brisa de su costa para dar paso al frío. En ese mismo momento en el que Europa preparaba la Primera Guerra Mundial, nacía llorando un poeta. Solo entonces, una palmada de la enfermera bastó para que Miguel Hernández Gilabert empezara a ver el mundo lleno de versos.
Miguel, ya de niño, mostró una insaciable pasión por la poesía clásica, una sensibilidad especial para hacer de sus versos bellas composiciones. A regañadientes tuvo que dejar la escuela. Para sus padres y para la época, los libros no daban de comer. Fue entonces cuando quedó amarrado a su rebaño, a su condición de pastor. Pero entre pasto y pasto, mientras las cabras acababan con el verde de Orihuela, el niño escribía sobre cualquier cosa que precisara su arte.
Pero el pastor crece y Orihuela se le queda pequeña. Un joven Miguel revolucionario huye, sin apenas previo aviso, a Madrid, donde busca vivir del verso, hacer realidad cada uno de sus sueños. Es allí donde conoce a grandes de la literatura española, como Vicente Aleixandre o Pablo Neruda.
Aunque su primer viaje no fue como esperaba y tuvo que volver a Orihuela. Pero como el título una de sus obras, El rayo que no cesa, Miguel vuelve a la capital para cumplir ahora sí lo tan deseado. Algunos dirán que Federico García Lorca le miraba de reojo y no con buen hacer o que Maruja Mallo se convirtió en una de sus amantes. Sin embargo, el joven oriolano pasó de ser ese humilde pastor de cabras a ocupar la condición de poeta, de Miguel Hernández.
Pero la Guerra Civil española se aproximaba y el poeta decidió tomar parte activa en esta, lo que le obligó a abandonar el país cuando la contienda termina. Entre Portugal y España, fue detenido y sentenciado a pena de muerte. Así, de cárcel en cárcel, se pasó los últimos días de su vida. Aunque la condena fue rebajada, el poeta pasó los últimos días de su vida en prisión. Las rejas sabían de sus heridas, pero él supo cómo contarlas en su última obra, Cancionero y romancero de ausencias. Esta obra está dedicada a su segundo hijo y el primero que nacería vivo, a su mujer Josefina Manresa, quien esperaba su llegada y al anhelo que ambos le suscitaban.
El 28 de marzo de 1942, el poeta dejaba la vida a causa de una tuberculosis, y lo hacía en una prisión fría de Alicante. 76 años después de su fallecimiento, Miguel Hernández es recordado cuando se rescatan algunos de sus versos.
“Si Miguel Hernández viviera en este siglo, estaría ahora con todos los jubilados que se manifiestan por unas pensiones dignas”, comenta Aitor L. Larrabide.
El doctor en Filología Hispánica Aitor L. Larrabide es el secretario de la Fundación Cultural Miguel Hernández. Aitor es natural de Bilbao y tenía claro que quería ser sacerdote desde pequeño. Sin embargo, a los 17 años sufrió una crisis de fe, lo que le llevó a Orihuela, donde descubrió el “universo Miguel Hernández”.
La Fundación Cultural Miguel Hernández se creó en 1994, 52 años después de la muerte del poeta. En un principio, la sede estaba en Elche, pero una “serie de desencuentros” entre la nuera de Miguel Hernández, Lucía Izquierdo, y el entonces presidente de la Generalitat Eduardo Zaplana llevó el edificio a la ciudad oriolana.
Aitor nota el “pasotismo” de los jóvenes hacia la literatura. Además, la escasez de recambio para aquellos filólogos que difundieron en los años 80-90 la figura de Miguel provoca que la presencia del poeta, desde el punto de vista académico, sea cada vez menor. Pero aun así, Aitor ve el “vaso medio lleno” gracias a los jóvenes que al terminar la carrera se interesan por la figura de Miguel de una forma interdisciplinar o a figuras como la del rapero Nach, quien difunde la historia del poeta en alguna de sus canciones.
La figura del poeta oriolano no se ha quedado fuera de la politización ni de la mercantilización. Sin embargo, el secretario de la fundación cree que ambas cosas son negativas y que no se debe olvidar que Miguel posee una obra muy variada. “Al principio, este escribe en medios tradicionales de Orihuela, aunque no es menos cierto que luego evoluciona cuando se va a Madrid y se hace militante del partido comunista”. Para Aitor, la clave reside en no ocultar que el poeta estuvo ligado a la política durante su juventud y que esto influyó en “gran parte de su producción poética”, pero “tampoco hay que cargar las tintas” en su politización. “Lo que hay que resaltar siempre es la hermosura de su obra.”
Aitor es consciente de la dificultad de conocerse a uno mismo y, por ello, conocer del todo quién fue Miguel Hernández. Sin embargo, lo tiene claro, “si Miguel Hernández viviera en este siglo, estaría ahora con todos los jubilados que se manifiestan por unas pensiones dignas” o apoyando causas como el respeto al medioambiente, a los casos de personas desaparecidas… No duda en que “sería como lo fue siempre: cercano”.
El legado de Miguel Hernández
La única heredera del poeta es su nuera. Con su mujer y su hijo ya no en vida, Lucía Izquierdo fue la encargada de administrar su legado, el que se pasó años en el Elche. Sin embargo, cuando el Ayuntamiento no podía hacerse cargo del precio, o así anunciaba, Lucía hizo la promesa de que el legado volvería al pueblo de Miguel Hernández, Orihuela.
Sin embargo, parece que el dinero no sonó lo suficiente y el legado de Miguel Hernández ha acabado en Jaén. Pero Miguel tiene aún mucho que decir. Y lo dice en los versos de otros poetas, en las paredes de su pueblo, en los libros de historia, en las canciones de Serrat… o en cualquier lugar donde sus tres heridas afloran y se convierten en el arte que un niño pastor, un joven revolucionario y un padre preso quiso dejar reflejado en cada uno de sus versos.