Navidad, el sentido del hogar

- ESPÍRITU - 22 de diciembre de 2023
Voluntarias organizando el alimento para el comedor social Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada "Cachito de Cielo" / Foto: Mirada 21
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“Estábamos juntos. Olvidé el resto”, enfatizó el poeta Walt Whitman. Llega diciembre, y las mañanas frías se envuelven con la iluminación de las calles. Aún con la normalidad de los atascos y los madrugones, la Navidad es un parón en el tiempo. Son unas semanas caracterizadas por extender la lista de propósitos, entonar villancicos de antaño y adornar el árbol al calor de una chimenea. La Navidad es sinónimo de hogar, de noches heladas recogiendo recuerdos, de amaneceres que ilustran un nuevo comienzo, de amor en forma de ilusión, de pequeños detalles, de sobremesas infinitas, de la espera por comprar lotería, de los pajes recibiendo las cartas de los niños… Es el equilibrio entre la emoción por reencontrarse y la tristeza por echar de menos a los que ya no están. “La Navidad no es un cuento para niños, sino que es la respuesta de Dios al drama de la humanidad en búsqueda de la verdadera paz”, destacó Benedicto XVI en el Adviento de 2009. 

Durante la Navidad, el espíritu navideño revive en los adultos su niñez más profunda, y la esperanza toma protagonismo en la vida de las personas. En estas fechas, las familias se reúnen y comparten momentos de ilusión mientras los más pequeños esperan ansiosamente la llegada de los Reyes Magos. Entre besos y abrazos, al ritmo de 12 campanadas llega el año nuevo. Sin embargo, mientras unos descorchan el champán, hay quienes encuentran su refugio en un montón de cartones apilados en la calle. Otros, aunque desean vivir las fiestas con sus seres más queridos, se han visto obligados a huir de las guerras que azotan sus países. Además, hay niños que anhelan que su regalo sea tener buena salud o un ambiente digno en el que disfrutar la Navidad. 

La palabra Navidad proviene del latín “Nativitas”, que significa nacimiento. La consolidación del término en el 25 de diciembre se produjo en el año 345, cuando por influencia de san Juan Crisóstomo y san Gregorio Nacianceno se proclamó esta fecha para el nacimiento de Jesús. De hecho, en 2021, el 56,6% de los españoles decoraron sus hogares con los pesebres tradicionales, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).  

Las calles almacenan historias

Cada calzada es un lienzo donde se entrelazan diversas historias. En el vaivén de las aceras se encuentran relatos invisibles protagonizados por miles de voces que claman por ser escuchadas. Se componen por sonidos de monedas agitadas, de diálogos sin palabras, de miradas en busca de un refugio y  de lágrimas desoladas por historias que, quizá, jamás serán contadas. Son el eco silencioso de sueños rotos, oportunidades negadas, pero, a la vez, de anhelo por un cambio de rumbo.

Naciones Unidas estima que 150 millones de personas viven en la calle en todo el mundo. Bajo los puentes, a lo largo de las vías del tren, al borde de las carreteras o entre los recodos de los parques encuentran su refugio improvisado. Sin acceso a servicios básicos como inodoros, duchas o ropa limpia, estas personas luchan día a día por salir adelante.

Persona sin techo recibiendo comida / Foto: Mirada 21

“No gracias, ya he comido. Dáselo a otro”, relata una persona que vive en la calle al ofrecerle alimento. Estrechas, bulliciosas, pintorescas, pacíficas o silenciosas. A las 20:00 horas, a la caída de la noche, mientras las calles se cubren por el manto helado del invierno y los termómetros comienzan a bajar a cifras negativas, el color de las luces y la algarabía formada acompañan a las calzadas de la ciudad. Entre sus rincones, donde se amontonan cartones manchados, ropa desgastada, mantas deshilachadas o zapatos consumidos, se encuentran personas. “De hecho, este es su hogar”, declara un voluntario mientras ayuda a individuos sin techo. 

Un hombre se aproxima con sigilo a un grupo de seis voluntarios que reparten esperanza en forma de comida por las calles. Sus bolsillos gastados alojan manos ásperas, un gorro despeluchado oculta su cabeza, y su mirada, perdida pero penetrante, se posa sobre uno de los jóvenes. Con el dedo señala con delicadeza hacia un rincón y, con una sonrisa dibujada en el rostro, pronuncia: “Él necesita comida”. La generosidad del desconocido sorprende al grupo de voluntarios, pero es Rashid quien toma las riendas para llegar a cada recoveco de la Puerta del Sol (Madrid), donde los desamparados aguardan su cena. Tras más de media hora recorriendo la plaza, no fue hasta que sus amigos recibieron la comida, como cariñosamente los llama, cuando dijo: “¿Os queda comida para mí?”.

Persona pidiendo en la calle / Foto: Mirada 21

Llegan las 21:00 horas, la calle madrileña se envuelve bajo carcajadas y canciones navideñas procedentes de un restaurante. Este establecimiento destaca por el destello de sus luces decorativas sujetas al tejado, su terraza vacía debido a la existencia de un calefactor en el interior y por la cristalera circular que hace visibles todas aquellas sonrisas impacientes por su cena. “¡Mira, esa luz tiene forma de corazón, mami!”, enfatiza una niña mientras camina por esa calle, de la mano de sus padres. Sin embargo, a escasos metros de la ilusión por las luces o la espera de la cuenta, en una zona apartada de la multitud, pero notoria, un señor cubierto por varias capas de edredón, inmóvil ante el frío, alza su mano como símbolo de reclamo por una hogaza de pan. 

“Sin duda, en Navidad les veo más felices”, enfatiza Rosa María.

En Navidad, las historias de aquellos que carecen de un techo tienen la oportunidad de salir a la luz. La gente se vuelca en revertir estas situaciones de forma voluntaria mediante repartos de comida, comedores sociales, donaciones… “Sin duda, en Navidad les veo más felices”, asegura Rosa María, encargada del comedor social Santísima Inmaculada. La magia de estas acciones trasciende de lo material, y se convierte en una chispa de esperanza. Y así, en el cobijo de generosidad desinteresada, las personas sin techo renuevan su significado de hogar. 

La ilusión como medicina 

Durante gran parte del año, la sociedad sobrevive entre multitud de rutinas interminables y agobios sofocantes. Pasar la tarde en un atasco y llegar a casa con la hora apurada para preparar a los niños la cena es cada vez más habitual. Su día a día se ha convertido en un juego de precisión para lograr encajar el mayor número de actividades en tiempos cada vez más ajustados. La llegada de la Navidad otorga a las familias la oportunidad ideal para establecer un breve descanso en el que poder dedicar la atención deseada a sus seres más queridos. Es una época de espera y de paz.

En las reuniones familiares, es común percatarse de que los mayores ya cargan con demasiados años a sus espaldas. Esto induce a mostrar  más responsabilidad y afecto por ellos. Sin embargo, algunos son reacios a asimilar que las desgracias no entienden de edades y que, en ocasiones, los más pequeños también tienen que sufrirlas. 

Niño con cáncer disfrutando en compañía / Foto: Asion

Anualmente, se detectan más de 1.500 nuevos casos de cáncer infantil en España, según la Federación Española de Padres de Niños con Cáncer. Los chicos que requieren un cuidado médico intensivo se ven obligados a permanecer los días navideños en el hospital. Confinados entre paredes, la situación se presenta entristecedora para el corazón de cualquiera. No obstante, la tradición augura que todo el mundo cuenta con un ángel de la guarda, y la suerte que tienen estos jóvenes es que gozan de varios. Las asociaciones, médicos, enfermeros y familiares, además de ser esenciales en el acompañamiento de la enfermedad, comparten el mismo propósito: alimentar la esperanza de estos pacientes. 

La Asociación Infantil Oncológica de la Comunidad de Madrid (Asion) ofrece ayuda psicológica, social y educativa a los niños y adolescentes que, diariamente, pugnan con el cáncer. Su presidente, Javier Hortal, conoce profundamente lo doloroso que es vivir un escenario de este tipo. La vida, hace unos años, le cambió por completo cuando a su hijo le diagnosticaron un tumor cerebral. “Te ayuda mucho tu propio hijo, ver sus fuerzas, sus ganas de vivir, eso es lo que te saca adelante y te da ánimos para no caer en la tristeza”, expresa. Aunque ya está recuperado, Hortal tiende ahora la mano a quienes lidian con esta angustia. 

“Realizamos actividades enfocadas de una forma más especial y desde el espíritu navideño”, asegura Hortal.

Las fechas navideñas también propagan un aura mágica por los centros hospitalarios. El personal sanitario, de la mejor forma que puede, procura sembrar un poco de ilusión en los niños. Los familiares allí presentes, que en estos días suelen ser más, adornan pasillos y habitaciones e incluso, si son demasiado perfeccionistas, colocan cintas de colores en los carritos de suero. Con el fin de amenizar las horas de tratamiento y propiciar un ambiente divertido, las actuaciones de baile, magia o concursos son el pasatiempo más habitual. “Realizamos actividades enfocadas de una forma más especial y desde el espíritu navideño”, asegura Hortal.

La Navidad trasciende bastante más allá de una simple época. Es capaz de regalar vivencias únicas y endulzar sentimientos. Pese a que muchos perciben su encanto, pocos saben explicarlo. Sin importar el lugar donde uno esté, el sentido de hogar adquiere una importancia especial durante estas semanas, algo que los hospitalizados aprecian significativamente. El 24 y 31 de diciembre, si la dieta se lo permite, retoman por un momento la cotidianidad y pueden disfrutar de la cena que su madre les prepara. Asimismo, estas noches suelen dormir junto a sus padres, ya que el resto del año solo puede quedarse uno de ellos. Si alguna de las familias no tiene la capacidad económica suficiente, las asociaciones y bancos de alimentos les facilitan comida y dinero. 

Enfermero ayuda a un paciente. / Foto: Asion

A lo largo de estas semanas, y con el fin de relegar el cáncer a un segundo plano, Asion hace hincapié en conceder momentos mágicos a los jóvenes. “Los niños están mucho más allá de su propia enfermedad. Siguen teniendo ilusión, ganas de jugar, de imaginar y de disfrutar”, explica Hortal. Por unas horas, abandonan su rutina diaria y se divierten con la belleza del mundo exterior. Visitan las calles adornadas de Madrid, acuden al musical de Peter Pan o se desplazan al aeropuerto para poder experimentar cómo es un avión desde el interior. 

El 5 de enero, por la noche, los hospitales reciben la visita de los Reyes Magos. Los pequeños, poco antes de recibir los regalos, mientras escuchan con atención el mensaje esperanzador de sus majestades, recobran el anhelo de curarse. Esta asociación se encarga de recaudar juguetes para poder donarlos en esta noche mágica. 

Para que los pacientes sientan el hospital como su propio hogar, el acompañamiento de los más cercanos es imprescindible durante el transcurso de la enfermedad. Por este motivo, todos participan en las actividades, lo que motiva a que “las familias respiren de otra manera”. A pesar del sacrificio y el agotamiento que supone estar hospitalizado, Hortal recalca que “son los niños los que mejor disposición tienen y quienes enseñan a los padres cuál es el camino a seguir”. 

El refugio de la enseñanza 

Los centros escolares enseñan conceptos básicos y conocimientos generales a los jóvenes. Sin embargo, el Colegio Sagrado Corazón Reparadoras (Majadahonda) realiza una labor mayor: acoger a niños necesitados que provienen de otros países, y cuyas madres trabajan de lunes a viernes para poder verlos el fin de semana. Las cuatro monjas que educan a los estudiantes para hacer mejor esta institución también comparten su casa desde 2009, y hacen de ella un hogar repleto de sueños e ilusiones por cumplir, a pesar de las adversidades. Son deseos que provienen de la organización sin ánimo de lucro Karibu, además de la asociación Zakaramba, con la que colaboran para diferentes actividades de entretenimiento.

Educan a miles de niños cada año, por sus clases pasan muchísimas personas, pero estos menores, que permanecen instalados en la casa durante la semana, crean un vínculo único con gente que ha vivido en sus carnes historias como la de Dauda. Él es un niño de cuatro años que ha tenido que huir de su país acompañado de su madre. Lleva dos meses en la casa, y ya se ha adaptado perfectamente. Es uno más de esta familia. Nada más llegar te recibe con una sonrisa, queriendo jugar y que participes en su elaborado dibujo, con una energía sorprendente.

Mapa rodeado con fotos de los niños / Foto: Mirada 21

En una situación que para muchos sería incómoda, ellos muestran su generosidad y cercanía desde el primer momento. Enseguida enseñan sus habitaciones, donde graban algunos de sus tik toks como forma de entretenimiento, mientras bromean en su idioma materno. En este sitio no son uno más, ellos son: Emanuela, Mónica, Enrique, Dauda, Adama, Olu, Fatu, Miriam y Liana. Un mosaico de diferentes culturas, tradiciones y mitos que conservan a la vez que viven con entusiasmo las costumbres occidentales. Sus ojos esconden historias que empezaron en lugares lejanos como Guinea Bissau, Senegal, Sierra Leona o Costa de Marfil. Allí las mafias, la pobreza y las corrupciones políticas hacen que la población busque un lugar donde vivir en condiciones dignas.

“¿A quién no le gustan los regalos?”, expresa Emanuela. 

A pesar de que no vayan a pasar la Navidad en el Sagrado Corazón Reparadoras –este hecho es en el que incide sor Amparo–, las monjas les explican el sentido de la Navidad para que cuando regresen a sus casas puedan celebrarla. Estos jóvenes encuentran el espíritu navideño aquí, en el que es su otro hogar. En ellos reina la felicidad en estas fechas, con las visitas de familiares y de desconocidos, y cuando desenvuelven los regalos que pidieron en sus cartas. “¿A quién no le gustan los regalos?”, expresa Emanuela. 

Ante la guerra, esperanza

La entrada de las Fuerzas Armadas de Rusia en territorio ucraniano, el 24 de febrero de 2022, generó un conflicto que dura hasta hoy. Inna Ivanenko proviene de Ucrania y reside, actualmente en España, debido a la ofensiva de las tropas rusas. Ivanenko conoció a la que considera como su propia familia en Madrid, a los siete años, gracias a una ONG que hacía posible la llegada de niños extranjeros para pasar el verano. Ahora, sus “hermanos” españoles han decidido apadrinar a sus hijas, una acción humana para quien siempre ha formado parte de su hogar. Gracias a ellos –aunque sea a miles de kilómetros– pueden pasar la Navidad en un lugar seguro.

Inna Ivanenko / Foto: Martha Molina

En su niñez, Inna Ivanenko vivía en una zona próxima a Chernóbil, y se escapaba cada verano para estar en un ambiente sin radioactividad, con la que convivió durante sus primeros pasos de vida, cuando la catástrofe de la central nuclear en 1986 causó daños irreparables. Le gusta coser y hacer ganchillo, o como ella lo describe: “Hacer hobbies de viejita”. Además, jugó al vóley durante varios años, algo que le gustaría retomar. Inna trata de llevar una vida normal después de su mudanza, a pesar de que las tragedias en su país le han perseguido antes y ahora.

Su pasado está repleto de situaciones que son difíciles de digerir. Acostumbrada a vivir la época navideña en Ucrania, el estallido de la guerra ha quebrado por completo sus planes. No obstante, la bondad de la familia que aquí la acoge ha despertado en Inna el más sincero agradecimiento. Con el corazón dividido, y angustiada por la situación que su país atraviesa, encuentra consuelo en aquellos que, años atrás, la recibieron en España. Además, explica que todo esto, junto con la esperanza que sus hijos le transmiten, “son la razón” por la que está aquí. 

“La Navidad saca el lado positivo de las personas”, afirma Inna. 

Para Inna Ivanenko, esta época se viste con tonos de esperanza, y, a pesar de la añoranza, el cariño traspasa las fronteras. Ella misma define la Navidad como un tiempo de reencuentro con los más cercanos, un periodo que te hace sentir “más feliz”. “La Navidad saca el lado positivo de las personas”, destaca Inna. 

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