La pornografía ha proliferado en la era digital y se ha convertido en un fenómeno omnipresente en la vida de algunos jóvenes. El fácil acceso a contenidos porno en Internet tiene un impacto en las relaciones interpersonales y en el desarrollo emocional de la juventud. Según un estudio publicado por Save the Children, 7 de 10 adolescentes consumen pornografía, y su primer contacto con ella es previo a los 11 años.
“Me siento preso de ello”, confiesa Nacho, un chico de 24 años que desde hace una década consume pornografía de forma regular. Un informe publicado por el Centro Reina Sofía de Fad Juventud indica que uno de cada cuatro jóvenes españoles ha visto pornografía por primera vez antes de los 12 años, y cerca de un 13% reconocen consumirlo a diario. Ante estos datos, el Gobierno ha anunciado la elaboración de una ley para restringir a los menores el acceso a este contenido en Internet. A su vez, lo ha calificado como una “epidemia”, y alerta sobre las graves consecuencias que puede generar.
La falta de autocontrol, la búsqueda de emociones y experiencias efímeras, la idealización del acto sexual y el posterior sentimiento de soledad o aislamiento son algunas de las consecuencias que genera la industria pornográfica.
Con la actual regulación de las páginas porno no se suele verificar la edad, solo se sugiere la opción de elegir si se es mayor o menor de edad. Por ello, a través de cualquier plataforma, los jóvenes se encuentran ante una sobreexposición incontrolada a la pornografía.
Omnipresencia en los móviles
El contenido pornográfico se encuentra mayoritariamente en aplicaciones para móviles. A través de imágenes, vídeos y reacciones constantes, el usuario busca una estimulación continua y rápida. Según un estudio, el 62,3% de la población mundial tienen un usuario en redes sociales, por lo que cualquier persona con acceso a un dispositivo electrónico está expuesta a la posibilidad de consumir este tipo de contenido.
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Alejandro Villena, sexólogo clínico, aclara que el “móvil es un cohete hacia el porno”, a lo que hay que sumar la progresiva erotización que están teniendo las redes sociales.
“Está claro que TikTok no es una web porno, pero la carga erótica es indiscutible”, asegura Antonio Rial.
Antonio Rial, doctor en Psicología Social y profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, afirma que la industria pornográfica está empezando a obtener un beneficio por las redes sociales, ya que el contenido que ahí se genera suele derivar en la consulta de la pornografía. “Está claro que TikTok no es una web porno, pero la carga erótica es indiscutible”, admite Rial.
“Cuando veo a una chica bailando en TikTok y me gusta, directamente voy a buscar algún vídeo en el que aparezca una mujer similar a ella”, confiesa Nacho.
Además, la publicidad también toma protagonismo en este ámbito. “Se encuentran ventanas emergentes con imágenes que les produce una sensación tan fuerte, que se les quedan grabadas y, al cabo de un tiempo, vuelven por curiosidad”, asegura Jorge Gutiérrez, impulsor de Dale Una Vuelta (DUV).
A ello se ha añadido el nacimiento de la “pornografía 3.0”, como se refiere Gutiérrez. Un ejemplo de ello es OnlyFans, una aplicación en la que el usuario recibe un contenido privado –mayoritariamente sexual– a cambio de una suscripción de pago.
Sara Jiménez se dedica a subir contenido explícito a OnlyFans y se ha dado cuenta de que, a pesar de no conocer los datos, la demanda de pornografía “es muchísima”. Además, considera que parte de la gente “normaliza” que las chicas no disfruten, y que, a su vez, genere “falsas expectativas”. Su visión es que “odia” la violencia de ciertos vídeos, que no se corresponden con la realidad.
“Puedo sacar al mes, mínimo, cuatro o cinco sueldos normales”, detalla Sara Jiménez.
Sara Jiménez crea contenido para adultos y acumula 66.000 seguidores en Instagram, 40.000 en Telegram y 24.000 likes en OnlyFans. Esta joven encuentra en el beneficio económico la mayor justificación a su actividad. “Creo contenido porque me da mucho dinero. La gente trabaja por dinero. Yo trabajo por dinero”, asegura Jiménez, quien admite no haber ganado tanto en ningún otro trabajo: “Puedo sacar al mes, mínimo, cuatro o cinco sueldos normales”.
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Idealización del acto sexual
La pornografía es el material que muestra actos sexuales o eróticos con el fin de provocar la excitación en el receptor. Para provocar dicha excitación, como ocurre en el teatro o en el cine, se utilizan herramientas y formatos para mejorar el producto de cada agencia o empresa. Y la mejora de cada vídeo busca la perfección. “Hay una mitificación del acto sexual, y es un poco lo que sabemos todos”, asiente Nacho.
En los vídeos porno es habitual la mitificación, y es en ese momento cuando se comparan las personas receptoras con una versión mejorada o con una escena que les gustaría recrear en la realidad. Esta es la experiencia de Nacho: “Cuando más he abusado fue cuando he tenido más relaciones sexuales. Los actores porno duran media hora, y la realidad no es así. Cuando creía que me iba a acostar con alguien, me masturbaba antes para poder aguantar”.
María Lozano, psicóloga, ha identificado un cambio significativo en el concepto de amor en la sociedad actual. Señala que la sobreexposición a la pornografía ha dañado el vínculo emocional de las parejas.
Además, relata que la pornografía está contribuyendo a banalizar el sexo. Lozano expresa su preocupación al ver cómo algo tan íntimo y especial está perdiendo su autenticidad y significado en las interacciones humanas, hasta el punto de llegar a romper una pareja. “El amor sigue existiendo, pero se está viendo alterado por ello”, añade.
Alteraciones en la conducta
Según el nivel de consumo de porno, las consecuencias pueden variar en cada persona. Por ello, Lamana asegura que “cuanto más tiempo se lleve con la adicción, las consecuencias son cada vez más severas y es más difícil salir”.
“Se ven ante una soledad que no saben gestionar y encuentran una salida a ese vacío en la pornografía”, relata Teresa Lamana.
Teresa Lamana, psicóloga del CAIF en la Universidad Francisco de Vitoria (UFV) y especialista en sexología y terapia afectivo-sexual, asegura que la gestión emocional es el primer rasgo que daña la pornografía. Se disminuye la autoestima y aumenta la dependencia emocional sobre este contenido. Asimismo, tiene una repercusión en el entorno social de la persona, ya que promueve un distanciamiento en las relaciones interpersonales y una menor atención en el rendimiento estudiantil o laboral. “Se encuentran ante una soledad que no saben gestionar y encuentran en la pornografía una salida a ese vacío”, añade Lamana.
Una de las consecuencias más preocupantes para la persona es el aumento de la conducta agresiva. En la mayoría de los estudios se describe a la pornografía como una representación distorsionada de la sexualidad, a menudo equiparada con una película de ciencia ficción, en la que su final es utilizar a la persona como un mero medio de gratificación sexual. “Cuando consumo mucho contenido, veo a las mujeres como objetos. Dejo de ver a la persona en sí”, destaca Lamana.
Niños cada vez más adultos
Cada vez se aprecia más la manera en la que los niños pasan a comportarse como pequeños adultos, abandonan los juguetes y los sustituyen por el ordenador o el teléfono móvil. El jefe de la Unidad de Personalidad del Hospital Clínico San Carlos (Madrid), José Luis Carrasco, confirma que cada vez la duración de la infancia es menor, lo que desemboca en una adolescencia prematura. El especialista detalla que “las primeras atracciones sexuales empiezan ahora a producirse a los nueve años en los hombres y a los diez en las mujeres”. Este hecho genera una mayor curiosidad, por parte de los menores, hacia páginas de tipo erótico.
En los últimos años, la hipersexualización de la sociedad ha agravado las circunstancias. En películas, series de televisión y espacios dirigidos a todos los públicos se ofrece de forma abierta y explícita contenido con alto grado de erotismo. Esta presencia tan usual hace que los pequeños lo normalicen. “Ya antes de tener su primer móvil, se encuentran con el porno de manera accidental, les llega por primera vez sin haberlo buscado”, alerta la psicóloga Alexandra Cretazz.
“Cuando consumo mucho contenido, veo a las mujeres como objetos. Dejo de ver a la persona en sí”, afirma Lamana.
A lo largo del periodo formativo, el sentido de pertenencia a un grupo es una necesidad acusada por los escolares. Este motivo provoca que, para ser aceptados, repitan las conductas de sus compañeros, lo que ocasiona un acceso precipitado a páginas que ofrecen contenido para adultos. Algo similar le sucedió a Nacho, este joven de 24 años reconoce haber “descubierto el porno a través de un amigo”, y añade que su “primera masturbación fue con este tipo de vídeos”. Asimismo, el 30% de los que lo consumen confiesan que la presión social fue un factor determinante para iniciarse en el porno.
Lo que al principio puede entenderse como una forma virtual de obtener placer, se convierte en una peligrosa dependencia si se recurre en exceso a este tipo de webs. El 16,5% de españoles admiten acudir a ellas con mucha frecuencia, y confiesan que, pese haber intentado solucionar el problema, no lo han logrado. Además, un 35% relata que, a cambio de ver porno, han dejado de lado actividades que les resultaban interesantes.
La industria pornográfica cuenta con el doble de visitas que algunas de las plataformas con más usuarios, como TikTok o Netflix. “Esta adicción es similar a la de la cocaína, produce un efecto de recompensa y alivio, un refuerzo positivo de satisfacción que hace evadirte y te quita la ansiedad o el aburrimiento”, expresa el sexólogo clínico Alejandro Villena. Muchos de los que lo ven, como Nacho, son conscientes de las contraindicaciones, y afirman que es “una droga”. “No puedo masturbarme sin porno, me siento un poco preso de ello”, sostiene el joven.
Falta de educación sexual
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), está demostrado que la educación sexual repercute positivamente en la vida de una persona. Además, contribuye a generar un sentido de seguridad, al estar informado, y, a su vez, a prevenir situaciones de abuso o violencia.
“Yo creo que la verdadera raíz es la falta de educación sexual”, relata Lamana.
Teresa Lamana enfatiza que el reto social y cultural es comprender que cualquier consumo de pornografía es insano, y aconseja que el primer paso para ello es abordar la base del problema. “Yo creo que la verdadera raíz es la falta de educación sexual”. Además, añade que esta educación no debe limitarse únicamente a los jóvenes, sino que también es responsabilidad de los padres recibirla, y estar informados sobre cómo abordar este tema con sus hijos.
Giulia Testa, investigadora de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), asegura que “en la última década, ha habido un incremento en el número de personas que buscan asistencia profesional para abordar su consumo de pornografía”. Es un problema al que hacen frente en el programa Cómo dejarlo, a través de técnicas de mindfulness (mantener la atención en el momento presente de forma intencional) y de terapia cognitivo conductual (TCC).
“El 69% de los jóvenes entre 16 y 25 años cree que la educación sexual que ha recibido no es suficiente”, detalla un reportaje publicado por Platanomelón. Asimismo, destaca que el 48% de los jóvenes busca información sobre sexo por Internet, mientras que el 46% recurre a sus amigos para obtener respuestas, aunque estos suelen estar igual de desinformados.
“Se ha normalizado el consumo de pornografía”, enfatiza Lamana.
Teresa Lamana destaca que la pornografía distorsiona la realidad y priva a las personas de poder tener una relación sexual sana. Además, enfatiza que, hoy en día, la tónica social se basa en la premisa: “Es mi cuerpo y yo hago lo que quiera con él”. Esta actitud nace de la ausencia de una educación sexual adecuada. “Se ha normalizado el consumo de pornografía”, relata Lamana.
Giulia Testa explica que el uso problemático en el consumo de pornografía está más relacionado con los varones. En 2023, en Alemania, según un estudio de Journal of Behavioral Addictions, el trastorno por uso de pornografía en Internet fue del 4,7% de la población total, y los hombres se vieron 6,3 veces más afectados que las mujeres.