Un estudio publicado en The New England Journal of Medicine, el pasado 25 de octubre, ha dado a conocer los diversos efectos que tiene la microgravedad en el cerebro de 34 astronautas de la NASA tras una estancia en la Estación Espacial Internacional (EEI) de hasta seis meses.
Los resultados del estudio han revelado a través de diversas resonancias magnéticas que el cerebro de los astronautas sufre modificaciones anatómicas durante los viajes al espacio. Estas aumentan a medida que la estancia en la EEI es mayor y, por lo tanto, se está durante más tiempo en presencia de la microgravedad.
Los principales cambios sufridos en el cerebro son su desplazamiento hacia arriba, debido a la falta de gravedad o fuerza que lo empuje en dirección al suelo y la reducción del líquido cefalorraquídeo, fluido incoloro que cubre el encéfalo y la médula espinal, en la parte superior del cráneo. También se produce un aumento de presión sobre el nervio óptico, que multiplica la posibilidad de que se produzca un glaucoma.
De estas variaciones, las que más inquietan a los médicos de la NASA y otras agencias espaciales son la presión en el cerebro y los problemas visuales, cuyos síntomas se aúnan en el conocido síndrome VIIP (Vision Impairment and Intracranial Pressure). Este genera una preocupación especial debido a su gravedad, a los riesgos que acarrea y, principalmente, al desconocimiento de su causa. Se cree que la redistribución de fluidos en el cuerpo es lo que lo provoca, pero no se sabe con certeza. La NASA ha priorizado el descubrimiento de la causa del síndrome VIIP, debido a los planes futuros de expedición a Marte en 2033.
Sin embargo, estas alteraciones cerebrales no se producen de igual manera en todos los astronautas. La investigación se ha basado en las resonancias magnéticas de los 34 viajeros espaciales previas y posteriores a sus misiones, 16 de ellos habían habitado durante un largo periodo de tiempo en la EEI, mientras que los 18 restantes únicamente realizaron viajes de corta duración, dos semanas aproximadamente. Las resonancias muestran que los síntomas del VIIP afectaron mucho más los cerebros de los astronautas cuya misión fue más extendida en el tiempo.
Además de los cambios cerebrales, el resto del cuerpo también sufre algunas variaciones. La más conocida es la atrofia de los huesos y los músculos, que los astronautas tratan de compensar ejercitándose cada día con máquinas especializadas en la EEI. Asimismo, debido a la falta de gravedad, la sangre se redistribuye en el cuerpo y el corazón se entumece al no tener que bombear tanto. Además, el riesgo de cáncer aumenta por una mayor exposición a radiación ionizante, como los rayos cósmicos.