Tierra Santa, paz y reflexión más allá de la fe

- Desmarcar - 28 de febrero de 2018
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Reportaje realizado por Laura Martín y Sergio Aguilera.

«Vine solo y vuelvo acompañado», con esta frase resumía la experiencia Ismael, el único estudiante de Gastronomía del grupo de alumnos seleccionados por su compromiso con la universidad y que tuvieron la oportunidad de ir de peregrinación a Tierra Santa. Un viaje a través de la historia y la reflexión a un lugar marcado por los prejuicios y la intolerancia religiosa. Acompañados por el Evangelio, cada uno con su propia cruz, un grupo de alumnos de vocaciones distintas, siguieron los pasos de Jesús, redescubriéndose a sí mismos en una vivencia que la mayoría ha calificado de «impactante».

Tierra Santa es un territorio convulso que colisiona entre la cultura occidental y oriental en la que conviven, y de donde parten las tres principales religiones monoteístas: el judaísmo, el islam y el cristianismo. Resulta difícil entender cómo conviven estas tres grandes creencias en una misma zona. Pero más complicado es comprender el confl

Mujer soldado israelí en Jerusalem.

icto palestino-israelí. La tensión ha aumentado desde que en 1947 la Organización de Naciones Unidas (ONU) votó a favor de una partición y al año siguiente se proclamó el Estado de Israel.

El Estado de Israel muestra unas cifras de población con más de 8,5 millones de habitantes en 2017, con unos porcentajes que muestran un 74,7% como población judía, un 20,8% como árabes y el 4,5% restante incluye a cristianos no árabes, musulmanes no árabes y residentes sin adscripción religiosa o étnica, según la Oficina Central de Estadísticas de Israel.

Un camino para todos
De un viaje a Tierra Santa es inevitable que en un principio solo parezca un encuentro de fe. Sin embargo, desde la primera parada en el Monte de las Bienaventuranzas al final del trayecto, el desierto de Judea, los estudiantes tuvieron claro que no todo tendría que ver con la religión. Los propios padres que acompañaron al grupo, Francisco Javier Oseguera L.C. y Rafael Pardo L.C., hicieron todo lo posible por que sus sermones no fueran solo dirigidos a los creyentes.

Las creencias e ideas de cada uno quedaron relegadas a un segundo plano, sustituidas por un aura de compañerismo nacida de los largos viajes en autobús, los arduos paseos a pie y las diferentes actividades de reflexión, con sus silencios interiores que servían para encontrarse a uno mismo y abrirse a los demás.

«La fórmula más cercana a la felicidad es el amor, para ser feliz hay que amar», Padre Javier L.C.

Es cierto que tanto los creyentes como los agnósticos se acercaron un poco más a la historia de Cristo, pero el viaje dio para mucho más que para las diferentes lecciones de historia, misas y lecturas del Evangelio. Cada parada iba acompañada un discurso introspectivo y unos minutos de reflexión. El primer día, el encargado de hacer pensar a los universitarios fue el padre Francisco Javier Oseguera L.C., un cura mexicano cuya historia con Dios estuvo cargada de dramatismo. El testimonio de aquel viudo que eligió el camino del Señor cuando su mujer falleció, 27 días después de haberse casado, hizo que muchos estudiantes comenzaran a replantearse las cosas y al final eligieran aquel momento como el más impactante del viaje. Tal vez por la energía de Galilea o la fuerza de la historia con el discurso del Padre Javier y su mensaje «no es el amor imperfecto que tú puedas ofrecer lo que define tu relación con Dios, sino que es el amor lo que te dignifica», a partir de aquí, como punto de inflexión, los momentos a solas serían cada vez más intensos.

Esperanza en el silencio
Más que en el cristianismo, la mayoría de las reflexiones fueron sobre la felicidad. En palabras de Miguel Ortega, uno de los profesores de Humanidades responsables del viaje,  «solo se puede ser plenamente feliz si uno se acepta a sí mismo». Muchos de los viajeros buscaban en Jerusalén el perdón y el reencuentro con ellos mismos, como un pequeño paso para alcanzar la plena felicidad utópica.

«Solo se puede ser plenamente feliz si uno se acepta a sí mismo», destacó el docente Miguel Ortega en una de las reflexiones del viaje.

En los seis días de viaje, también hubo tiempo para hablar del amor. En la Iglesia de las Bodas de Caná, los alumnos tuvieron la suerte de contar con tres testimonios de personas que habían conocido aquel sentimiento, los docentes responsables del grupo. Laura Zazo, un matrimonio civil de 10 años, resultado de una relación de 20, que dentro de poco se confirmará oficialmente ante Dios en el altar; Miguel Ortega, un matrimonio que supera la treintena, con cuatro hijos adoptados y el mismo espíritu que en sus inicios; y Juan Serrano, un cristiano en la cola del altar.

Al margen del amor y la fe, la música y el silencio terminaron por marcar la experiencia. Algunos alumnos propusieron animar las misas con canciones eclesiásticas, cantaron villancicos en Belén e incluso se arriesgaron a tararear en el Santo Sepulcro. Sin embargo, fueron los momentos de reflexión los que hicieron a más de uno replantearse las cosas. En una época en la que parece que no hay tiempo para escuchar el silencio, el docente Juan Serrano pidió a sus alumnos que se esforzaran por intentarlo, para que pensaran en sus heridas internas y en ese «miedo humano a que la vida no se cumpla». Al final de la visita al desierto de Judea, después de los 30 minutos a solas, el viaje de vuelta al hotel fue más callado que de costumbre. La mayoría de los universitarios acabaron llorando, y esa misma noche, la última, compartieron su experiencia en una reunión de reflexión en la que agradecieron al docente haberles dejado saborear el silencio.

El silencio de un conflicto que pierde cada día más de lo que gana. El silencio de un grupo de estudiantes de universidad católica, ciudadanos de una sociedad contaminada por el ruido. Este viaje sirvió para abrir los ojos y oídos de la mayoría de los alumnos, que aprendieron a escuchar con calma ambos tipos de silencio. Y encontraron en ellos la incógnita que a más de uno le faltaba sobre sí mismo.