«La solución son las relaciones humanas auténticas»

- Desmarcar - 12 de febrero de 2018
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Para muchos, la filosofía está muerta. Nada más lejos de la realidad, pero hay que saber encontrarla. Alfonso López Quintás, doctor en Filosofía y catedrático emérito de la misma en la Universidad Complutense de Madrid, es el mejor ejemplo de ello. Una vida dedicada a la reflexión y al pensamiento ha hecho de su nombre uno de los referentes en esta disciplina en el presente siglo. Después de años de cultivar sus ideas y forjarlas a través de decenas de libros (como Manipulación a través del lenguaje), López Quintás ha hablado con Mirada 21 acerca de la extensión de la depresión en la actualidad.

Suelen confundirse actualmente la depresión y la tristeza. ¿Son algo equivalente o deberían distinguirse?

Para los efectos de esta entrevista, basta indicar que la tristeza es un sentimiento de dolor provocado por una contrariedad reciente. Puede ser leve o fuerte, pasajera o duradera. La depresión es un estado anímico de abatimiento, que puede llevar a una persona a considerar todas las puertas cerradas y recurrir, en casos extremos, al suicidio.

En épocas pasadas, muchas personas vivían en la escasez, y apenas sentían depresiones. ¿Cree que la sociedad actual no ha sido preparada para el sufrimiento?

Muchas personas están actualmente muy carentes de recursos para hacer frente a las situaciones límite, en las que se enfrentan a problemas aparentemente insolubles. La Logoterapia de Viktor Frankl tiende a llenar esa laguna. Por mi parte, he elaborado un método formativo que nos permite abordar tales situaciones por vía de elevación. (Véase la obra Descubrir la grandeza de la vida, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2010). Distingo ocho niveles de realidad, cada uno con su lógica propia, su modo peculiar de pensar, de orientar la vida, de relacionarse con el entorno. El nivel 1 se caracteriza por una voluntad de dominar y poseer cosas, objetos, personas tratadas como objetos…, siempre con la voluntad de manejarlas para satisfacer las propias apetencias. El nivel 2 es el de la creatividad y el encuentro, modo de relación que nos enriquece notablemente si cambiamos la actitud de egoísmo por la de generosidad.

En el nivel 1 podemos incrementar nuestras posesiones y nuestros goces, pero no logramos la felicidad, que sólo surge cuando uno asciende al nivel 2, que es donde surge el sentimiento de gozo, porque obtenemos plenitud personal y felicidad.

Teniendo esto en cuenta, parece que mantenerse en el nivel 1, sin subir al nivel 2, es causa de muchas desilusiones…

Sin duda. Vivir en el nivel 1 alimenta muchas ilusiones porque parece que, con incrementar el tener, ya aseguramos aumentar el ser, es decir, crecer como personas y ser felices. Hoy se vive masivamente en el nivel 1 y se pone toda la ilusión en aumentar las posesiones de todo género. Esto engendra desilusión y tristeza, y, cuando la tristeza nos envuelve, surge la angustia, la sensación de que no hacemos pie, que tenemos todas las puertas cerradas. Y el sentimiento de angustia provoca rápidamente la desesperación. Lo analizo de manera muy plástica y convincente en mi descripción de los procesos de vértigo y de éxtasis.

¿Podría poner algún ejemplo de esto?

Mire, lo malo en la vida es querer ser feliz, lanzarse febrilmente en busca de la felicidad, para comérsela a bocados, y equivocar el camino recto hacia ella. Nos pasa lo que decía Frankl de las mariposas: «Si las quieres agarrar, se te escapan; si las contemplas sin afán posesivo, acaban posándose en tu hombro». Es bueno y natural querer ser feliz, pero es errado pretender poseerla como un bien del que se pueda disponer. Para llegar a la felicidad, debo abrirme a las realidades del entorno con voluntad de colaboración, no de posesión; con afán de hacer feliz a las demás personas, no de tomarlas como medios para mis propios fines. Éste es el secreto para una eficiente educación emocional.

¿Piensa usted que la división de ciencias y letras ha significado una quiebra de una educación equilibrada?

Tanto las ciencias como las letras puede contribuir a una educación que nos facilite recursos para afrontar las dificultades de la vida y no perder el buen ánimo. Todos los saberes nos llevan a descubrir la importancia del concepto de relación. Y éste es básico en la educación humana. Para crecer como persona, debemos descubrir la grandeza de los diversos tipos de encuentro ‒los personales y los culturales‒, y, al vivir los magníficos frutos del encuentro, descubrir las inmensas posibilidades que nos otorga el ideal de la unidad. Cuando uno consagra la vida a crear altas formas de unidad con las realidades del entorno, gana mil recursos para vivir con excelencia y ganar soberanía sobre todo aquello que pueda provocaros tristeza o incluso depresión.

Usted ha escrito varias obras sobre la manipulación. ¿Cree que la idealización de la felicidad llevada a cabo en los medios y redes sociales incrementa los casos de depresión?

Lo verdaderamente grave es dar por supuesto que la felicidad solo se da en el nivel 1. Es muy posible que el gran número de fracasos matrimoniales que hoy lamentamos respondan al hecho de que actualmente se vive con mucha frecuencia con la actitud propia de este nivel, y se toman decisiones con un criterio egoísta, no con la voluntad de sembrar felicidad en torno a uno. El manipulador suele tender a rebajarnos al nivel 1, a tomarnos como medios para fines ajenos. Su propósito no es aumentar nuestra felicidad, sino dominarnos fácilmente.

¿Hay base para pensar que las pastillas son el mejor remedio para combatir la depresión?

A mi entender, el mejor remedio es cultivar la vida en el espíritu, la vida en los niveles 2, 3 y 4; es decir, una vida que cultive las relaciones humanas auténticas, viva los grandes valores ‒la unidad, la bondad, la justicia, la belleza…‒, y, si se tiene fe, ser fiel al espíritu evangélico. Cuanto más elevados sean los ideales que inspiran y mueven nuestra vida, tanta más soberanía de espíritu tendremos y menos zarandeados espiritualmente nos veremos por los fracasos que tengamos en el nivel 1: problemas económicos o amorosos, dificultades de salud, poco éxito en las empresas…

¿Dónde está la esperanza en estos tiempos marcados por el sufrimiento?

En el crecimiento personal auténtico. Teilhard de Chardin hablaba de la necesidad de «ser más». El sabio Aristóteles escribió en su Ética a Nicómaco que lo más importante de la vida es la amistad. Pero poco más adelante advirtió que verdadera amistad solo pueden tenerla las personas virtuosas. Es decir, las que cumplen las condiciones del encuentro verdadero, condiciones que se llaman valores, y ‒cuando los asumimos como propios‒ se denominan virtudes: generosidad, confianza, delicadeza, comunicación sincera… Yo añadiría gustosamente: apertura a la trascendencia religiosa, bien entendida.

Por último, aunque estas preguntas puedan pillarle desprevenido, ¿qué le parece el pensamiento melancólico o depresivo, visto como una postura filosófica o fuente de inspiración? ¿Y el ejercicio de la escritura como remedio para combatir la depresión?

No me pilla desprevenido porque acabo de escribir un libro sobre mi gran maestro de Múnich, Romano Guardini, quien padecía ‒según propio testimonio‒ de melancolía. Para él la melancolía buena es “nostalgia de amor en todas sus formas y todos sus grados; desde la sensibilidad más elemental hasta el amor más elevado del espíritu”. Es “la tensión propia del nacimiento de lo Eterno en el hombre”. La depresión, en cambio, “es un poder sombrío que le destruye a uno el alma si lo deja medrar” (Cf. Guardini: Cartas sobre la formación de sí mismo, Palabra, Madrid, p. 10). Por eso Guardini aconseja vivamente superar el mal humor, que “ante cualquier contratiempo destierra de nuestro interior la disposición para la alegría, y no nos permite crear ese ámbito de acogimiento de todo cuanto hay de bueno y bello en la existencia, y nos cierra en nosotros mismos como en una habitación mohosa”.

El ejercicio del escribir nos eleva el ánimo cuando se trata de una actividad creativa, pues nos ayuda a subir al nivel 2. Esta subida es decisiva en nuestra formación. Nos abre inmensas posibilidades de realización personal, como explico ampliamente en mi libro Inteligencia creativa (BAC, Madrid 2003).