La delgada línea entre el bien y el mal en el cambio de año

- Desmarcar - 11 de enero de 2018
Manel Torres, antes y después del cambio
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Solo hacen falta 12 uvas para dar paso a un nuevo año. Llega 2018, como todos los anteriores, lleno de propósitos, pero no basta solo con pedirlos para que estos se hagan realidad. Hacer deporte, dormir más, leer o viajar son algunos de los más comunes en estas fechas. El cambio, tangible o intangible, es el protagonista al inicio del año de muchas personas.

L.P. tiene 19 años y estudia Periodismo en Madrid. Su propósito para 2018 va más allá de lo material, quiere decir no a una persona que le daña, saber alejarse de ella. L.P. comenzó una historia con un chico de su grupo en enero del año anterior. “Un amigo de mi grupo y yo comenzamos una relación especial, pero no llegaba a ser nunca algo serio». Su problema llegó cuando el paso del tiempo desdibujó su amor. L.P. tenía como «prioridad» a su amigo, mientras que para él, ella era «algo secundario».

L.P. pensaba que podía cambiar su actitud y convertirlo en una persona menos fría. Sin embargo, su cambio no llegó y ahora es ella la que quiere cambiar y acabar con esa relación. “Fue él mismo quien me abrió los ojos. Me frustraría saber que yo siempre estaba dispuesta a todo y que, por su parte, nunca sería así». Ella cree en el recuerdo como el intermediario para conseguir su nuevo propósito, su idea es recordar «el mal» que le hizo cada vez que lo vea, «ser capaz de decir no».

«Es verdad que hay que pensar y querer con el corazón pero, en ciertas situaciones y con ciertas personas, hay que apartarlo y querer con la cabeza», concluye L.P. sobre su decisión.

«Hay que pensar y querer con el corazón; pero, en ciertas situaciones y con ciertas personas, hay que apartarlo y querer con la cabeza», asegura L.P.

Al mismo tiempo, sonaban las campanadas en Barcelona. Manel Torres tiene 24 años y su propósito termina a principios de 2018. «Siempre he sido una persona con sobrepeso, a veces más alto o bajo, pero hubo un momento que no podía estar peor físicamente, ahí es cuando piensas que hay que cambiar algo».

Manel llegó a pesar más de 130 kg. Aunque su sobrepeso nunca ha sido un problema psicológico, sí pasó por un mal momento cuando no sabía manejar la situación a su alrededor. Los comentarios negativos de la gente, las miradas raras en la calle, e incluso ser recordado como «el gordo» se convirtieron en su día a día. Sin embargo, aprendió a saber llevar esta realidad y erradicarla al cambiar su estilo de vida. Ahora pesa 77 kg y está a tan solo 2 kg de culminar su propósito. «Ahora todo es nuevo, te ven y te felicitan por tu trabajo; incluso, me ha llegado a pasar, que no me reconozcan por mi barrio de toda la vida».

Manel comenzó tomando de ejemplo a la madre de un amigo suyo. «Ella siguió una dieta que le había funcionado y me la pasó». Además, ha complementado esto con deporte y ayuda médica. «Un proceso largo, pero nada difícil. Lo más duro han sido las pequeñas anemias que sufres al principio al haber cambiado tan bruscamente la alimentación»

Manel asegura que todo cambio relacionado con eliminar obesidad siempre es a mejor, pero no duda en que «obsesionarse con este tipo de cosas» no siempre es bueno. «Cuando me informé de cambios físicos, vi a un chico con anorexia que al principio pesaría más o menos como yo, eso no es sano. Siempre hay que saber donde están tus límites».

«Siempre hay que saber donde están tus límites», asegura Manel Torres.

César Martínez, psicólogo y técnico en recursos humanos y orientación, cataloga el proceso del cambio como algo variable y que depende de muchos factores como la personalidad, el contexto, la motivación, las experiencias previas y los recursos (en el término más general posible) de la persona. César determina la diferencia entre un buen o un mal cambio según estos factores. «Si estos son positivos, el cambio probablemente también lo vaya a ser, mientras que en casos en los que ese cambio se vea forzado por el contexto, la falta de recursos o la ausencia de voluntariedad, el resultado puede llegar a ser infructuoso o, incluso, peor que el estado inicial», afirma a Mirada 21.

«Las personas nos asemejamos a avioncitos de papel lanzados por un niño porque volamos hacia un objetivo pero estamos a merced de nuestra propia estructura de papel (la dureza del papel, nuestra forma aerodinámica, etc.), el ángulo y fuerza de lanzamiento, los posibles obstáculos en nuestra trayectoria, además de las corrientes de aire y el estado meteorológico», asegura el terapeuta. Para él, todo influye en el proceso del cambio, aunque, a veces, esto no sea perceptible a los ojos. «Estas influencias pueden ser, tanto positivas como negativas, depende principalmente de nuestra personalidad, inteligencia emocional, asertividad y nuestras experiencias previas», aclara Martínez.

«Las personas somos esclavas de nuestros pensamientos, no de los cambios en sí mismos», afirma César Martínez.

Una vez observados todos los factores que influyen en el cambio, el segundo paso es conocer en qué punto estamos y hacia dónde queremos ir, teniendo en cuenta que no siempre avanzar es ir por el buen camino. «Hay personas que toman un camino y a mitad del mismo ven que no es exactamente lo que quería y, sin embargo, siguen adelante con resignación por miedo a volver a su estado inicial o por miedo a sentirse fracasadas. Mientras que otras personas pueden decidir dejar el camino a medio andar, torcer el gesto para tomar enseguida otro camino diferente con la misma ilusión que con el primero, y puede que otras personas se sientan mejor con solo haber intentado realizar un cambio en su vida aunque no lo hayan logrado, y esto puede darles ánimos para emprender otro cambio en sus vidas más adelante. Las personas somos esclavas de nuestros pensamientos, no de los cambios en sí mismos», concluye el psicólogo.