Adolfo Cabrales Mato tiró el Wizink Center de Madrid por el tejado. En su último concierto del año, el tercero en la capital, pero no por eso el olvidado, Fito quiso despedirse a lo grande de Madrid y de España en una noche mágica para los amantes de la vieja escuela.
Un público impaciente empezó a pitar al grupo a las 21:02 h, dos minutos más tarde de la hora a la que debía empezar el concierto. Como toda estrella del rock, Fito se hizo de rogar cinco minutos más, hasta que un videoclip animado con banda sonora imperial intentaba resumir en 60 segundos los 20 años de historia del rockero de la boina vasca y los pendientes de aro.
“Muchas gracias, qué buena noche va a ser hoy”, vaticinó el poeta del pop rock, que, como también cantó, hizo tronar al público “hasta perder el control”. Por una noche, sus canciones lograron resucitar la famosa movida madrileña, en un anfiteatro abarrotado por gente que la vivió y por otros tantos que solo la conocen por las batallitas de sus padres o por alguno de los muchos bares de Malasaña que no han permitido que la mejor época del rock español quede en el olvido.
Con más arrugas, pero la misma indumentaria, su boina característica iba acompañada de unos vaqueros pitillo y una camiseta negra entallada, porque «nunca se es demasiado mayor para vestir como a uno le da la gana». Junto a él, tocaron sus queridos Fitipaldis. Carlos Alzola, el más veterano del grupo, inigualable al saxo; Carlos Raya, soberano a la guitarra eléctrica; el americano Daniel Griffin a la batería y el sensacional Alejandro Climent, al bajo eléctrico.
Dos horas y pico de concierto en las que el exvocalista de Platero y Tú y su grupo demostraron que la edad no es más que un número, porque como narra la letra de una de sus canciones: “todo lo que aprendí, nunca se me ha olvidado”. Por la boca vive el pez, La casa por el tejado o Antes de que cuente diez terminaron de aunar a los miles de seguidores que asistieron al evento en una misma voz, la voz del rock.
Invitados especiales
El telonero, Muchachito, volvió al escenario a las 22:00 h, invitado por el protagonista a hacer una colaboración. El cantante desconocido, coronado por un sombrero vaquero, cambió el rock n roll por el country, e hizo tronar a la pista entera al son de sus temas, donde combinaba el ya mencionado ritmo de los cowboys con el flamenco. Solo dos guitarras y un saxo fueron necesarios para su intervención, que acabó entre vítores y aplausos para dar paso al resto de invitados.
Dani Martín llegó después, “para revolver las drogas con los versos”, tocando a dúo con Fito Las nubes de tu pelo. El más colorido de la noche, con su pelo azul y una camisa estampada, revolucionó la pista y las gradas e hizo que la juventud se quedara sin voz, entre griteríos con declaraciones de amor y multitud de improperios.
A Rosendo Mercado, el siguiente en subir al escenario, no le pudo presentar porque “esta es su casa”. Con camiseta negra, dos veteranos de la vieja escuela, aunque con muchos años entre medias, reventaron el escenario con el más puro rock n roll al son del clásico más clásico de toda la movida madrileña, Maneras de Vivir. Fito tampoco se olvidó del maestro, recordó a Sabina bajo una gran ovación, ya que este no pudo asistir al concierto por sus problemas de voz.
Una despedida a lo grande
Se despidieron del público antes de contar diez, pero tuvieron que volver entre los gritos de miles de seguidores insatisfechos que echaban en falta su icónico Soldadito Marinero. Regresaron en tres ocasiones más. La primera, la más emotiva. Sentado en un escalón, el juego de luces del resto del concierto se vio reemplazado por un único foco en blanco, iluminaba al vocalista en solitario, que con el único apoyo de su guitarra, entre versos de Rojitas las orejas, puso los pelos de punta a todo aquel, melómano o desentendido, al que todavía le llegase algo de riego al corazón.
Un “gracias por acompañarnos estos veinte años, Madrid” se dibujó en la pantalla. La capital cayó rendida a los pies de Fito, que demostró su buen estado físico corriendo de un lado al otro del escenario. Entre vítores y aplausos, el artista vasco demostró que aunque no pudo vivir la movida en su época, por no haberse criado en Madrid, esta reside en su alma.